Zona Uno - Colson Whitehead




"(...) eran los muertos furiosos, el inexorable caos de la existencia hecho carne."






Whitehead, Colson. Zona Uno.
Barcelona: Ediciones Destino, 2017

Zone One. Traducció de Mireia Carol.
Col·lecció Áncora y Delfín, 1409

::: Què en diu la contraportada...
Una epidemia ha azotado el planeta, dividiendo a los humanos en dos clases: los sanos y los infectados, los vivos y los no muertos. Aunque lo peor de la plaga ha pasado, un grupo de civiles se dedica a limpiar un área aislada en el corazón de Manhattan, la llamada Zona Uno. Durante tres días, el lector acompaña a Mark Spitz y sus compañeros en un viaje irreal entre los recuerdos del pasado, el trauma del presente y una sorpresa que están a punto de descubrir.

Mezclando horror, comedia y crítica social, Colson Whitehead da una vuelta de tuerca a la literatura postapocalíptica y a las novelas de zombis para mostrarnos lo mucho que tienen en común este mundo en ruinas y la sociedad de consumo en la que vivimos.

::: Com comença...
Siempre había querido vivir en Nueva York. Su tío Lloyd tenía un piso en el centro, en Lafayette, y durante los largos períodos de tiempo que transcurrían entre las visitas que le hacía de vez en cuando, fantaseaba con vivir allí.

::: Moments...
(Pàg. 15)
La ciudad como un barco fantasma en el último océano al borde del mundo. Era una ilusión preciosa y complicada, Manhattan, y desde una perspectiva oblicua, en los días nublados, la veías desintegrarse; no podías sino considerar aquella endeble criatura en su auténtica naturaleza.

(Pàg. 16)  (...) se dejaba llevar por esa suave corriente de la clase media alta que conservaba sus puestos al tiempo que se alejaba flotando de los bancos de arena de la responsabilidad, balanceándose alegremente arriba y abajo.

(Pàg. 27)
Aquellas cosas quizá hubieran sido gente conocida, personas parecidas a alguien que conocía pero que no lo eran, e individuos a los que casi podía afirmar que conocía, eran familiares de alguien y merecían que los liberara de su sentencia de sangre. Era un ángel de la muerte que ayudaba a aquellos seres a proseguir su viaje y a abandonar aquella esfera, no un mero exterminador de plagas. Le disparó a miss Alcott en la cara, convirtiendo el parecido en una neblina roja (...).

(Pàg. 54)
Los milagros se convirtieron en una rutina. Brotaban como hierbajos.

(Pàg. 90)
Normal significaba “el pasado”. Lo normal era el idilio ininterrumpido de la vida anterior. EL presente eran una serie de intervalos diferenciados el uno del otro sólo por el grado de horror que contenían. ¿El futuro? El futuro era la arcilla que tenían en sus manos.

(Pàg. 118)
El brutal escenario del insomne se había convertido en la realidad que englobaba a todo el planeta. Había momentos en que cada última persona sobre la faz de la Tierra creía ser la última persona sobre la faz de la Tierra, y era precisamente esta idea de aislamiento final e irrevocable lo que les mantenía a todos unidos. Incluso aunque no lo supieran.

(Pàg. 121)
(...) los supervivientes tuvieron algo más que tomar en sus manos aparte de las armas improvisadas a las que habían puesto un apodo y con las que conversaban patéticamente a latas horas de la madrugada. Los líderes trabajaban duro en los pormenores de empresas que cambiaban los paradigmas, como la Zona Uno. De modo que una burocracia provisional surgió de las piscinas de aminoácidos de la locura, como era costumbre.

(Pàg. 125)
Todas las personas que veía iban por ahí con una cojera psicológica, un hombro caído aquí o un párpado desobediente y medio cerrado allá, y el favorito más reciente, el encogimiento general, como si el alma estuviera implosionando o la mente estuviera absorviendo las extremidades hacia el interior de sí misma.

(Pàg. 165)
A lo largo de los meses, Mark Spitz había conocido a un montón de tipos partidarios de la teoría de la represalia divina. Éste era su momento. Eran vendedores de paraguas apostados junto a la boca del metro bajo un chaparrón. La especie humana merecía la epidemia, nos la habíamos ganado por las barbaridades deliberadas del sistema económico global, por empujar a especies fundamentales a la extinción: la total crisis de valores de que todo es testimonio, desde la fisión nuclear hasta la telerrealidad y el hecho de que te digan en qué lado de la calle tienes uqe aparcar el coche según el día del mes. Mark Spitz no podía soportar estas arengas más de uno o dos minutos antes de largarse. Era aburrido. La plaga era la plaga. O llevabas botas de agua o no llevabas.

(Pàg. 169)
(...) que todo careciera de sentido no tenía la menor importancia.

(Pàg. 173)
Doce horas después, Mim estaba huyendo, como todo el mundo. Desterrada a las lóbregas estepas. Él no le preguntó por Harry. Nunca se preguntaba por los personajes que desaparecían de una historia de la Última Noche. La respuesta ya se sabía. A la plaga se le daba bien el cierre narrativo.

(Pàg. 245)
Allí, quemaba los cuerpos de los muertos con asombrosa eficiencia, tragándose todo lo que echaban los soldados y convirtiéndolo en humo, cenizas volantes y un montón de materia dura demasiado terca para consumirse del todo. Corazones en su mayor parte. Ese músculo tan robusto.

(Pàg. 258)
Mark Spitz había resistido mientas los miembros de su raza iban siendo exterminados uno a uno. Una parte de él cobraba fuerza con el fin del mundo. Cómo explicarlo de otro modo: se le daba bien el apocalipsis. La enfermedad los tocaba a todos, con o sin contacto sanguíneo. Asesinos secretos, violadores aletargados y fascistas latentes eran ahora libres de mostrar su despiadada naturaleza. Los tímidos congénitos, aquellos que habían sido tacaños con lo que soñaban para sí mismos, los que habían salido del útero asustados y habían seguido así: también esos habían hallado un escenario final para su debilidad y habían obtenido satisfacción en su último suspiro. “Siempre he sido así. Ahora soy más yo.”

(Pâg. 263)
- (...) para quienes estuvieran dispuestos a salir a la caza de las indispensables mezclas de benzodiacepinas e inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, ésta era una oportunidad de mercado de primer orden-. Se podía matar el dolor. La tristeza no, pero los medicamentos le cerraban la boca por un rato.

(Pàg. 283) 
- (...) Duermo poco, pero me echo muchas siestecitas. Sin embargo, la plaga es la plaga. No veo ningún motivo para creer que haya terminado.
- No le tenía por un chiflado de la justicia divina.
- No es Dios. Es la naturaleza, por llamarlo de algún modo. Corrigiendo un desequilibrio. Nos saca a patadas de nuestra robótica rutina, de lo que decían de mi padre antes de que lo desenchufáramos: estado vegetativo persistente. Nos lo merecemos por tener una cultura de encefalograma plano (...).

(Pàg. 311)
Después de todo el tiempo transcurrido en el matadero, los supervivientes estaban muy acostumbrados a la agenda de la catástrofe.

(Pàg. 332)
La única realidad era ésta: ir de un asentamiento humano a otro hasta encontrar el definitivo, y ahí era donde morías.

(Pàg. 333)
Éstos eran los muertos furiosos, el inexorable caos de la existencia hecho carne. Éstos eran los que repoblarían la ciudad devastada. Nadie más.

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