Pequeños equívocos sin importancia - Antonio Tabucchi





"(...) hace tiempo que lo sabes, la vida no se mide con un metro ético: acontece."




Tabucchi, Antonio. Pequeños equívocos sin importancia. 
Barcelona: Anagrama, 1987

Piccoli equivoci senza importanza. Traducció de Joaquín Jordá
Col·lecció Panorama de Narrativas, 104




 Què en diu la contraportada...
Una Toscana secreta y embrujada, una estación de la Riviera, una Lisboa baudelairliana, un rally de coches de época, un perseguidor implacable de aire distinguido en un tren de Bombay a Madrás. Los cuentos de Tabucchi parecen, en una primera lectura, aventuras existenciales, retratos de viajeros irónicos y desesperados. Pero la aparente sintonía entre lo real y lo narrado se transforma de golpe en turbación y desconcierto. A modo de oblicuos «cuentos filosóficos», las historias de Tabucchi se convierten en una reflexión en torno al azar y al riesgo de escoger, una tentativa de observar los intersticios que atraviesan el tejido de la existencia. En las páginas de Tabucchi planea una inquietud metafísica que evoca Piero della Francesca, Giorgio De Chirico y Pirandello. Pero este escritor, que ama los personajes excéntricos y las vidas fracasadas, carga sus enigmas con una luz extraña: sus jeroglíficos «policíacos» son las pesquisas de un investigador que no busca respuestas, sino un mensaje, una señal, una aparición.

 Com comença...
Cuando el ujier ha dicho: de pie, entra el tribunal, y en la sala se ha hecho el silencio por un instante, justo en aquel momento, cuando Federico ha aparecido por la puertecita al frente de la pequeña comitiva, con la toga y el pelo ya casi blanco, me he acordado de Strada anfosa.
Pequeños equívocos sin importancia.


 Moments...
(Pàg. 26)
Demostró de manera sublime ser una mujer fina, inteligente, la perfecta “compañera”: y que podía proporcionar testimonios preciosos. Lo que inevitablemente condujo a la indiscreción biogràfica: una indiscreción elegante, porque el jovenzuelo era una persona cortés, que se complacería en nombre de lso televidentes si ella contar algún episodio de su vida. Lo que quería decir, se sobreentendía, un episodio de la vida de él. Y ella contó uno, por qué no iba a hacerlo, uno virtuoso, naturalmente virtuoso y con un rasgo de nobleza, porque la gente, especialmente la vulgar, ama la nobleza. Y al hablar sintió un sordo rencor contra sí misma, porque habría deseado contar un episodio bastante distinto; pero no podía, claro, contárselo a ese amable jovenzuelo bajo esos reflectores prepotentes. Calló. Y dibujó una abatida sonrisa plena de dignidad.
Esperando el invierno.

(Pàg. 27)
(...) le costó deshacerse de ella mediante cumplidos, hacerle entender dulcemente pero con firmeza que durante la noche no quería tenerla cerca, que quería entrar sola y permanecer sola en esa enorme casa desierta, que le bastaría el cuidado de la criada, en el caso de necesitar algo, que ésa era su primera tarde de soledad y que quería entrar sola en la soledad.
Esperando el invierno

(Pàg.37)
(...) quieren matarme. Lo dijo con la voz de esas mujeres que en la vida han bebido demasiado, han conocido demasiado, han amado demasiado, y por tanto están más allá de la mentira (...).
Enigma

(Pàg. 42)
Es una sensación curiosa llegar a una ciudad desconocida y saber que allí amarás con un amor que nunca has experimentado.
Enigma

(Pàg. 61) 
El reloj de pared dio las dos, y la tarde se alzó inmensa como un pozo de luz y de silencio punteado por las cigarras.
Los hechizos

(Pàg. 69)
PIensa en cuán falsa es la escritura, con su implacable prepotencia hecha de palabras definitivas, de verbos, de adjetivos que aprisionan las cosas, que las blanquean en una fijeza vítrea al igual que una libélula que ha permanecido en una piedra durante siglos mantiene la apariencia de libélula pero ya no es una libélula. Así es la escritura, que tiene la capacidad de separarnos varios siglos del presente y del pasado próximo: fijándolos. Pero las cosas son difusas, piensa Amelia, y por eso están vivas, porque son difusas y sin perfiles y no se dejan aprisionar por las palabras.
Habitaciones.

(Pàg. 86) 
(...) ella, él, tú, y ese tiovivo de subterfugios, de aplazamientos, de líos que fue aquella historia. Y entonces empiezas a repartir responsabilidades morales, que es lo peor, porque eso no lleva a nada, hace tiempo que lo sabes, la vida no se mide con un metro ético: acontece.
Any where out of the world.

(Pàg.88) 
(...) sabes que es tarde, pero no en el sentido del reloj, alrededor de ti la hora es vasta, solemne, grande como el espacio: una hora inmóvil que no está señalada en el cuadrante, y sin embargo es ligera como un suspiro, ràpida como una mirada.
Any where out of the world.

(Pàg. 90)
(...) Por eso le tenía rencor, por el modo en que se había estropeado: un rostro triste y anodino en el cuerpo de una mujer cansada. Que era una forma inconsciente pero a su manera pérfida de exhibir los sacrificios que había hecho por él. Era una lamentación, una forma de reproche, una protesta mediocre. En realidad, sólo era la fachada perversa de su frustración.
El rencor y las nubes.

(Pàg. 96)
(...) se lamentó de no poder cenar en medio de la gente humilde y ruidosa de las tabernas que había vislumbrado en sus paseos vespertinos, mientras robaba con un placer casi físico la líquida habla catalana, tan diferente de la seca sonoridad del castellano. Todo esto reforzó su antifranquismo. Sintió de manera inequívoca que su corazón estaba cona aquella gente que había sufrido: recordó de repente las dificultades que había vencido, y eso le conmovió. Decidió que aprendería catalán, sería su homenaje a Cataluña.
El rencor y las nubes.

(Pàg. 128)
Dado que en el fondo la costumbre es un rito, creemos hacer algo como si fuera un placer y en realidad estamos obedeciendo un deber que nos hemos impuesto.
Cambio de mano.

(Pàg. 156)
- (...) La tierra es más bella vista desde el mar –dijo ella.
Sostenía con una mano su cabello agitado por l viento y sobre los pómulos se le habían dibujado dos manchas rojas.
- Tú sí que eres bella –dijo él-, en el mar, en tierra y en cualquier lugar.
Ella rió y metió la mano en el bolso, tal vez a la busca de un fular.
- Te has vuelto muy galante, antes no eras así.
- Antes era estúpido, estúpido e infantil
- Sin embargo a mí me pareces más infantil ahora –dijo ella-, discúlpame por decírtelo, pero es lo que pienso.
- No –dijo él-, te equivocas, sólo soy más viejo. –Le dirigió una mirada preocupada-.  Y ahora no me digas que soy viejo.
- No –le tranquilizó ella-, no eres viejo. Pero las cosas no sólo dependen de eso.
Cine.

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