Del infierno - Giorgio Manganelli
Manganelli, Giorgio. Del infierno
Barcelona: Anagrama, 1991
Dall'inferno
Traducció de Joaquín Jordá
>>Què en diu la contraportada...
De las numerosas tentativas realizadas en este siglo por liberar a la literatura de ficción del yugo del realismo, la de Manganelli sin duda dejará huella perdurable en la evolución de la narrativa contemporanea. Este efecto no es ajeno por completo a los fuegos de artificio: Del infierno es una obra en la que innovación y perfección formal son momentos de una misma agitación. Con la entonación de un clásico y la sugestión expresiva de un estilista, el inquietante perfil del infierno de Manganelli aparece a la vez como fiesta del lenguaje y como su crítica más corrosiva (de ahí que se haya visto en este libro "una siniestra alianza entre retórica y metafísica").
Como el Malone de Beckett, de quien sin duda Manganelli es el más inteligente heredero, el narrador de estos textos materializa la absoluta incertidumbre de la condición humana, la fragilidad de la conciencia como pilar de la moral y de la acción. Ni siquiera está seguro de haber muerto, de estar en el infierno; la prolongada metamorfosis que sufre lo lleva a un largo viaje sin movimiento, metáfora de la lectura y de la memoria, paródico homenaje a la literatura del Barroco y a las obras de raigambre leopardiana. Después de atravesar la permanente sorpresa de estas páginas, el lector comprenderá por qué Italo Calvino señaló a Giorgio Manganelli como el narrador más importante de la literatura italiana contemporánea.
>> Com comença...
De acuerdo con la razón, tendría que aceptar que estoy muerto; y, sin embargo, no tengo memoria de esa lacerante descomposición, la opaca decadencia corporal, ni de las manías interiores, terrores y esperanzas, que, dicen, acompañan el recorrido hacia la muerte; aunque sí recuerdo cierta aridez tanto del cuerpo como de la mente; un desasosiego taciturno, un continuado desasimiento de las preocupaciones graves, para entretenerme con imágenes entre pobres y sórdidas, casi como si jugara con las deshilachadas orlas de mis terrores.
>> Moments...
(Pàg. 11)
- Pero si estamos en algún lugar, tendríamos tambien que "ser"; pero tal vez "ser" no es lo mismo que "vivir".
- Claro que podrían ser condiciones diferentes; incluso incompatibles.
- ¿El que vive no es?
- Exacto.
- Pero para responder a esta pregunta tendríamos que saber dónde estamos. ¿No estamos en el infierno?
- Es posible, es probable. Pero no sabría decir más.
(Pàg. 14)
Repaso los tiempos en los que no habría dudado en llamarme vivo; y enumero los síntomas del existir; la estrechez del cuerpo, el miedo del alma intolerante de sueños nocturnos, por lo que sólo me llegaban fragmentos de color, casi lamentos de sueños que yo abortaba, o diseños inacabados de cuerpos descuidados y fofos, y el asomar culpable del sueño, condenado, horrorizado ante el cómputo de las horas inminentes; y me pregunto si no sería aquella condición de muerto, y no habría ahora subido al infierno, tal vez bien merecido por mi desesperación.
(Pàg. 47)
Salió al principio una mierda gris, y entendí que me estaba, me iba liberando de los fantasmas; luego comprendí que de gris la fea podredumbre se convertía en rojiza, y por tanto me liberaba de la suciedad que se demoraba en mi sangre; y después era negra y torva, y pensé que se trataba de mi alba, de la que finalmente me desnudaba, me liberaba, y estaba seguro de que aquella caca negruzca se habría revelado, de revolverla, llena de caras, de manos, y ojos, y adoraciones, y pesadillas, y sueños, y los vanos ideogramas de una inane paciencia; oh desmerdarse de sí mismos, ver morirse en mierda una parte de sí que es angosta y angustia y ansia; desnudar las intrínsecas vísceras de una túnica de posos; ya que aquél era el color de las memorias, de los deseos, de las ansias, de las esperanzas, de las esperas, del rencor, de la concupiscencia y del adiós.
(Pàg. 62)
- ¿No hay monstruos? ¿No hay demonios? ¿No hay satanases?
- No he dicho tanto. Pero tal vez los monstruos pertencen a otros infiernos; o tal vez son juegos de este donde permanecemos; o mejor aún, te persiguen recortes de noche. No ansían devorarte, pero no se separan de tí, porque la noche, diferente ella sola de ésta que ahora conocemos, nos persigue, o tal vez nos mendiga y suplica;(...)
(Pàg. 67)
Otras albas sólo son cavidad de luz, grandes huecos en los cielos, una epifanía de la nada, una cerimonia frígida de la niebla, a la que no dará vida la sangre de la aurora.
(...) La aurora es la catástrofe cotidiana de la luz, la irreparable limpieza de la morada celeste, la ininterrumpida matanza de los animales que recorren los cielos, la decapitación del sol.
(Pàg. 73)
Recorro el infierno de mi abdomen, de mi vientre, dentro de mí, llamo, me responde un eco hueco, como si yo fuera una gruta, vacío de una ruina; camino dentro de mí, huelo el hedor de un lugar subterráneo húmedo y desierto, quizá yo soy mi propio sepulcro, y la inscripción sobre la frente es mi ilegible "Aquí yace".
(Pàg. 82)
- ¿Quieres decir que no existe otro infierno que yo mismo?
- No he dicho que haya infierno; pero me parece razonable suponer que tú y sólo tú eres el lugar donte te encuentras.
(Pàg. 91)
- Deseo continuar mi fuga, no me hagas perder el tiempo.
- ¿Usted pierde tiempo? Extraño, si usted lo pierde, habrá que encontrarlo. -Parece preocupado, un poco desorientado-. En este lugar todo aquello con lo que nos topamos es "encontrado", ya que todo está perdido. Pero si usted dice que ha perdido el tiempo, parece querer decir que antes lo tenía; así que lo había encontrado; pero entonces aquel tiempo ya estaba perdido. ¿Cómo consigue perderse por segunda vez? Aquí sólo existe la primera vez; la que cuenta, naturalmente.
(Pàg. 94)
La luz se debilita, como si realizara un desconfiado esfuerzo por producir un crepúsculo, quizá una noche.
(Pàg. 108)
Sé que el muerto es una categoría diferente del vivo, pero que el vivo es un artesano de la muerte, y el muerto un archivo de la vida.
(Pàg. 114)
Ser insecto, ser estrella, no existe diferencia menos relevante. En cualquier caso, tú eres una extensión de la nada.
(Pàg. 132)
- (...) Si concebimos el infierno, bien, como un lugar definido, una nación, un estado, nos veremos obligados a suponer que el infierno está aquí o allí, en suma, en un lugar preciso; por lo que sólo es posible estar totalmente dentro o totalmente fuera del infierno. Existirá, además, un punto, sutil pero indudable, en el que se está en parte fuera y en parte dentro del infierno. Si el infierno es un lugar, no sólo tenemos que admitir que tiene fronteras, sino que podemos franquearlas (...).
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