Una temporada en Venecia - Wlodzimierz Odojewski

 


"(...) La imaginación puede traer socorro en los momentos más aterradores..."

 



Odojewski, Wlodzimierz. Una temporada en Venecia.
Barcelona: Editorial Minúscula, 2009


Sezon w Wenecji. Traducció de Katarzyna Olszewska.
Col·lecció Paisajes narrados, 32.




::: Què en diu la contraportada...
Marek, aunque sea polaco y solo tenga nueve años, lo sabe todo sobre la ciudad de los canales. Ha escuchado con fascinación hablar de ella a los adultos, ha recortado fotos de revistas y libros, incontables veces ha imaginado sus palacios y ha pasado horas y horas sin despegar la vista de guías y mapas. El gran día en que podrá al fin verla está muy cerca, pero ese verano de 1939, en lugar de hacer el viaje soñado, sus padres lo envían al campo, a la villa modernista de su tía Weronika. En el sótano de esa gran casa llena de recovecos descubrirá una Venecia inesperada. Mientras del cielo caen las primeras bombas y justo cuando la infancia de Marek está a punto de acabarse, la ciudad mágica se convierte en un refugio hecho a medida de la fantasía desbordante de una familia singular, que Odojewski recrea en un mundo de imágenes jubilosas y delicadas

::: Com comença...
Se pregunta cuándo oyó hablar de Venecia por primera vez. Y constata que nunca ha sido capaz de averiguarlo. Ni ahora, ni tampoco el día en que le comunicaron que su viaje a Venecia se había cancelado. Todavía no había cumplido diez años.

::: Moments...
(Pàg. 29)
Al caer la tarde empezó a llover, así que se sintió aún peor. Sabía que esa no iba a ser la última lluvia del verano, que luciría el sol, impenitentemente, que las noches serían igual de calurosas y sofocantes, noches que no concederían un respiro a la agotada tierra, y así hasta que, al final, llegaría un tiempo en el que ya nada sería como aquello que había conocido y amado, y ya nada sería igual.

(Pàg. 32)
El mundo era cruel, obsequiaba a los tontos con continuas promesas tentadoras, que jamás cumplía, y cuando las cumplía, sus regalos resultaban efímeros.

(Pàg. 33) XXX
(...) Y poco a poco perdía la esperanza de llegar algún día al otro lado de la lluvia.

(Pàg. 45)
¡¿La guerra!? Era una palabra que conocía muy bien de los libros. Pero por ahora no tenía para él una traducción en imágenes reales.

(Pàg. 49)
En algún lugar resonaban los cabestros, tintinaba la hojalata y el hierro de las bridas; en el aire inmóvil y caliente se difundía el olor a humo de tabaco, a sudor de hombres y caballos, y aun a algo más, algo que desde entonces ya para siempre iba a asociar con el ejército, quizá era el olor a la comida de caldera, quizá al cuero viejo y abrillantado de la silla, el olor a fieltro o a tela áspera, o quizá simplemente se tratase del olor a hombres cansados disponiéndose a dormir antes de una batalla.

(Pàg. 64)
Después de aquello ya nada fue como antes. Parecía como si el mundo hubiera perdido de pronto todos sus colores, como si palideciera, se pusiera feo y triste, como si, simplemente, se hubiera vuelto extraño, casi hostil, hasta el punto de inspirar miedo (cuando su magnífica temporada veneciana estaba a punto de empezar); por eso, en el futuro, recordaría siempre el día en el que oyó por primera vez las detonaciones de las bombas y el estallido de los proyectiles de la artillería antiaérea como un momento crucial, como si se hubieran quedado parados todos los relojes.

(Pàg. 71)
Durante el resto del día y también el día siguiente, cuando las tías y la abuela le preguntaban cómo estaba y si le había pasado algo, él respondía invariable que no le había pasado nada, nada de nada; pero en realidad mentía, mentía como el mentiroso más grande del mundo porque no podía apartar de su mente las pupilas de aquel soldado tirado detrás del seto y el reflejo de esa nube que se desplazaba lentamente; y había otra cosa además, algo que por aquel entonces aún no comprendía, algo que iba a entender mucho más tarde: que su niñez se alejaba de un modo irrevocable a algún lugar.

(Pàg. 80)
(...) junto a la escalera y al lado de este último, hecha con los tableros de dos viejas máquinas de coser marca Singer, apareció la plaza de San Marcos; más adelante se abría una perspectiva a las bahías, palacetes y calles en los espacios laterales del sótano, más pequeños y más grandes, donde los armarios y estanterías colocados junto a la pared hacían de casas y de palacios; el agua ondeaba, chapoteaba; la luz que enraba por la ventana del jardín iluminaba el interior con un color dorado con destellos verdosos, se refractaba sobre la superficie, brillaba, centelleaba, también las paredes estaban inundadas de titileos fogosos y fríos y todo parecía ser exactamente igual que en la verdadera ciudad “sobre el agua”, Venecia. Y es probable que se olvidaran entonces, brevemente, de la guerra.

(Pàg. 89) 
“(...) Acabo de decir que el doctor Paracelso escribe que los sueños son una indicación”; él ahondaba en el problema: “Pero, ¿cómo un música puede salvar a alguien durante una tormenta?”; la tía Weronika vació su copa y dijo: “La música, querido mío, representa en este caso la imaginación. La poesía también valdría.. También las estrellas, y las puestas y salidas del sol que se suceden una detrás de otra, lo queramos o no...Podrían ser los eternos ciclos de invierno y verano, la caída de hojas de árboles en otoño y la germinación en primavera, da igual... Únicamente tenemos que imaginarnos que hay cosas duraderas e invariables, y cosas pasajeras. Independientemente de los vientos que soplen y las tempestades peligrosas que desaten. Tienes que saber que las cosas duraderas pueden salvarte incluso en medio de una tormenta. La imaginación puede traer socorro en los momentos más aterradores...”

(Pàg. 98)
(...) hay guerra, alemanes, frontera, bolcheviques, ahora era frecuente que se oyeran todas esas palabras una tras otra pero nadie les explicaba su significado y cuando Karola y él, Marek, preguntaba, la única respuesta que recibían de los mayores eran reprimendas, que deberían dejarlos en paz, que no sabían lo que iba a ocurrir y que tampoco tenían tiempo de preocuparse.


::: Què en penso...
El setembre de 1939, ara fa 85 anys, Alemanya va envair Polònia iniciant d'aquesta manera la Segona Guerra Mundial. A Una temporada a Venècia Wlodzimierz Odojewski ens ofereix una visió particular de l'efemèride explicant-nos les vivències d'un infant i la seva família refugiats en una casa de camp.  

D'entrada Una temporada en Venecia és una novel·la de contrastos. Planteja una trama humana de fort component emotiu i humanitari en un ambient bèl·lic. Creua el món infantil i tot el bucolisme que comporta amb la cruesa d'una realitat violenta entre adults. D'alguna manera doncs confronta innocència amb dramatisme.

Odojewski és hàbil també jugant amb els ambients. Així el món més enllà de la casa de camp i els seus horts i jardins, sempre és hostil i violent; motiu de preocupació. En canvi la casa de camp on passa l'estiu la família es presenta com un oasi si no de tranquil·litat, si de quotidianitat. Finalment, el soterrani de la casa, primer enigmàtic fosc i insondable, reverteix en un oasis d'esperança, en un espai d'evasió -espiritual i mental- Una mena d'alleujament col·lectiu, de parèntesi impostat per allunyar-se per uns minuts, hores, dies, de la guerra. 

Cal remarcar que tot i que la trama de Sezon w Wenecji transcorre durant la guerra, aquesta es tracta gairebé sempre en segon pla, com una amenaça latent, com una tempesta a punt d'esclatar. I quan definitivament esclata, la novel·la no abunda tant en escenes bèl·liques ans en l'impacte psicològic d'aquestes en els protagonistes. 

Aquest és segurament el punt fort de la proposta de l'autor polonès: que el to desenfadat i emotiu -a vegades bucòlic- de la narració principal està matisat durant tota la lectura per la tensió del conflicte bèl·lic i de la seva creixent proximitat a la casa de camp. Això és el que manté l'interès en la lectura.

D'altra banda, pel que fa a la forma, Odojewski empra un estil clar i senzill, sense complicacions. Potser en algun moment es deixa anar amb una certa prosa poètica, però res que pugui caracteritzar la novel·la d'aquesta manera. Es tracta doncs d'una prosa efectiva que, amb un narrador omniscient en tercera persona, ens ofereix la guerra des de l'alçada d'un nen de nou anys.

Wlodzimierz Odojewski caracteritza la narració amb una barreja d'humor (a vegades innocent, a vegades negre, negríssim) amb un toc de surrealisme, o si voleu de situació absurda.  Aconsegueix d'aquesta manera brindar un ritme lleuger a la novel·la. 

En definitiva, una novel·la que ens parla de la guerra apostant per un punt de vista diferencial i més emotiu i evitant la narrativa bèl·lica habitual.  No és cap lectura imprescindible però sí que és simpàtica i agradable i no fa destorb. 

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