La vida privada de los árboles - Alejandro Zambra



"(...) cerrar los libros, y enfrentar, sin más, no la vida, que es muy grande, sino la frágil armadura del presente."





Zambra, Alejandro. La vida privada de los árboles
Barcelona: Anagrama, 2007


Col·lecció Narrativas hispánicas, 416   i


è  Què en diu la contraportada...
Verónica tarda, Verónica se demora inexplicablemente y el libro sigue hasta que ella regrese o hasta que Julián esté seguro de que ya no volverá. De eso va La vida privada de los árboles: de la noche larga y tal vez definitiva que Julián pasa esperando que su mujer regrese, que el libro termine.
Hacia el final de ésta, la segunda novela del chileno Alejandro Zambra, Julián desea ser una voz en off, un coleccionista de historias ajenas; quiere escribir y no ser escrito, pero esperar es dejarse escribir: esperar es seguir una constante deriva de imágenes. Entonces la historia comienza mucho antes de esa noche última, tal vez una tarde de 1984, con la escena de un niño mirando la televisión. Y termina con las inevitables conjeturas sobre la vida de Daniela, la hija de Verónica, a los veinte, a los veinticinco, a los treinta años, cuando ha pasado mucho tiempo desde que su padrastro le contaba historias sobre los árboles. ¿Por qué leer y escribir libros en un mundo a punto de quebrarse? Esta pregunta ronda cada página de La vida privada de los árboles, una novela que confirma a Alejandro Zambra como uno de los escritores más interesantes de las nuevas generaciones, después del asombro de Bonsái, su primera novela, que provocó numerosos comentarios en la prensa chilena.

è  Com comença...
Julián distrae a la niña con "La vida privada de los árboles", una serie de historias que ha inventado para hacerla dormir. Los protagonistas son un álamo y un baobab que durante la noche, cuando nadie los ve, conversan sobre fotosíntesis, sobre ardillas, o sobre las numerosas ventajas de ser árboles y no personas o animales o, como ellos dicen, estúpidos pedazos de cemento.

è  Moments...
(Pàg. 15)
A veces Fernando es una mancha en la vida de Daniela, pero quién no es, de vez en cuando, una mancha en la vida de alguien.

(Pàg. 34)
Hay quienes juegan a que tienen familia: organizan fastidiosas reuniones donde los brindis y las frases hechas dan lugar a apresuradas reconciliaciones. Julián, en cambio, jugaba a que no tenía familia: tenía algunos amigos muy buenos y otros no tan buenos, pero no tenía familia.

(Pàg. 37)
Sería preferible cerrar el libro, cerrar los libros, y enfrentar, sin más, no la vida, que es muy grande, sino la frágil armadura del presente.

(Pàg. 44)
Había dejado de amarla un segundo antes de comenzar a amarla. Suena extraño, pero así lo siente: en vez de amar a Karla había amado la posibilidad del amor, y luego la inminencia del amor.

(Pàg. 52)
Verónica es una mujer que no llega, Karla era una mujer que no estaba.
La madre de Karla es una mujer que se fue y que volvió cuando nadie la esperaba.
Karla es una mujer que no estuvo.

(Pàg. 57)
Verónica y Fernando se casaron dispuestos a cumplir con la convención de ser felices. Habían decidido congelar, por un tiempo, las diferencias, como si realmente fueran una pareja y no una pálida idea que había cobrado forma a pesar de los malos augurios.

(Pàg. 69)
No ha sido fácil construir esa familia. Ha sido necesario olvidar a los amigos e inventarse amigos nuevos. Ha sido necesario dedicarse a trabajar -avanzar, con anteojeras, a través de la multitud, vadeando ríos de preguntas incómodas, buscando un sendero o un atajo por donde llegar a un futuro sin felicidad y sin pobreza. Ya no hay cofres o sólo hay cofres vacíos, vaciados, sin anillos, sin manojos de pelo, sin cartas redobladas a punto de romperse, sin fotos sepia. La vida es un enorme álbum donde ir construyendo un pasado instantáneo, de colores ruidosos y definitivos.

(Pàg. 83)
Tal vez todo es más simple y él exagera, como siempre: la calma regresará y él volverá a ser, por fin, una voz en off. Eso quiere ser, llegar a ser, cuando viejo: una voz en off.

(Pàg. 89)
(...) se ama para dejar de amar y se deja de amar para empezar a amar a otros, o para quedarse solos, por un rato o para siempre. Ése es el dogma. El único dogma.

(Pàg. 99)
¿Nunca has pensado en escribir un libro?
No. ¿Por qué?
Por nada. Es tonto escribir libros. Es mejor hablar. Perdona.
¿Perdona qué?
Perdona lo que dije sobre el libro que deberías escribir.

(Pàg. 105)
La memoria no es ningún refugio. Sólo queda un inconsistente balbuceo de nombres de calle que ya no existen.

(Pàg. 112)
¿Alguna vez quisiste ser profesor de gimnasia?
No.
¿Alguna vez quisiste pertenecer a Green Peace?
No.
¿Alguna vez quisiste ser piloto de aviones?
No.
¿Alguna vez quisiste ser otra cosa?

(Pàg. 113)
Faltan diez minutos para las ocho de la mañana. Julián decidió que el futuro debía comenzar. Éste es el día siguiente, pensó, y preparó café, y se lavó la cara, con especial pulcritud, refregándose una y otra vez, excesivamente, como si quisiera dañarse o borrarse.

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