Los crisantemos - John Steinbeck




"- (...)No es la clase de vida adecuada para una mujer.
 Ella alzó un poco el labio superior, mostrando los dientes.
- ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo puede saberlo? –le preguntó."







Steinbeck, John. Los crisantemos. 
Madrid: Nórdica libros, 2016


The Crysanthemums. Traducció de José Manuel Álvarez. Il·lustracions de Carmen Bueno
Col.lecció Ilustrados
 


 Què en diu la contraportada...
Esta pequeña obra maestra de Steinbeck retrata la vida de Elisa Allen, una mujer fuerte y apasionada, que lleva una existencia sin brillo, dedicada a su hogar. Casada con un granjero de California, su única ilusión y orgullo es el cultivo de sus flores. La aparición de un buhonero le hará cuestionarse, en cierto modo, su condición de mujer.
Aparecido por primera vez en 1937 en la revista Harper, el autor norteamericano nos habla de la cuestión del género de una manera sutil y delicada. Es un momento en el que el mundo de las mujeres está dominado por los hombres, que impiden su realización personal, social y sexual.
El simbolismo que subyace a lo largo de toda la obra hace que sea uno de los relatos cortos más bellos e imprescindibles del ganador del Premio Nobel en 1962.

 Com comença...
La densa niebla invernal alta y oscura aislaba el valle de Salinas y del resto del mundo. Se posaba a ambos lados en las montañas como una tapa y convertía el gran valle en una olla cerrada.

 Moments...
(Pàg. 14)
Tenia treinta y cinco años, el rostro enjuto y fuerte y los ojos claros como el agua.

(Pàg. 18)
- (...) Tengo un don especial, es cierto. Mi madre también lo tenía. Plantaba lo que fuese y conseguía que creciera. Ella decía que todo consistía en tener unas manos de plantador que supieran cómo hacerlo.
- Pues con las flores funciona, desde luego –dijo él.

(Pàg. 23) 
Era un viejo carro de ballestas de los pioneros, de aquellos que llamaban goletas de la pradera. Tiraban de él un viejo caballo bayo y un burrito rucio. Guiaba el lento tiro un hombre corpulento con barba de varios días, sentado entre los alerones de la cubierta. Un perrillo flaco y larguirucho iba caminando tranquilamente debajo del carro, entre las ruedas traseras. En la lona había pintado un letrero con letras torpes y torcidas. “Cazuelas, pucheros, cuchillos, tiseras, cortasespedes. Se arreglan”. Dos líneas de artículos y debajo el triunfal y definitivo: “Se arreglan”. La pintura se había corrido en puntitos debajo de cada letra.


(Pàg. 25) 
(...) Tenía el pelo y la barba entrecanos, pero no parecía mayor. Vestía un traje negro raído y arrugado, con manchas de grasa. La risa había desaparecido de su rostro y de sus ojos en el momento en que cesó su voz risueña. Tenía los ojos oscuros, llenos de la melancolía que impregna la mirada de los cocheros y los marineros. Las manos callosas que apoyó en la alambrada estaban agrietadas y cada grieta era una línea negra. Se quitó el maltrecho sombrero.
- Estoy fuera de mi ruta habitual, señora –dijo-. ¿Esta carretera de tierra cruza el río hasta la de Los Ángeles?

(Pàg. 30)
- (...) entonces, una olla, por ejemplo –continuó él insistente-, una olla abollada o que tenga un agujero. La dejaré como nueva y no tendrá que comprar otra. Se ahorrará dinero.
- No –dijo ella en tono cortante-. Ya le he dicho que no tengo nada que arreglar (...).

(Pàg. 32)
- ¿(...) Qué plantas son esas, señora?
La irritación y el rechazo se disiparon del rostro de Elisa.
- Ah, son crisantemos, crisantemos blancos y amarillos enormes. Los cultivo todos los años, nadie los tiene tan grandes por aquí.
- ¿Es una flor de tallo largo? ¿Qué parece una bocanada de humo coloreado? –preguntó él.
- Exacto. Qué forma tan bonita de describirlos.
- Tienen un olor un poco desagradable hasta que uno se acostumbra –dijo él.
- Es un aroma acre intenso –replicó ella-, nada desagradable.



(Pàg. 40)
- (...) A veces, por la noche en el carro...
La voz de Elisa se hizo ronca. Le interrumpìó:
- Yo nunca he vivido como vive usted, pero sé lo que quiere decir. Cuando la noche es oscura..., bueno, las estrellas brillan intensamente y todo es silencio. Y bueno, ¡te elevas cada vez más! Y cada estrella te traspasa. Es así. Ardiente e intenso y... maravilloso.
Arrodillada en el suelo, Elisa extendió la mano hacia las piernas de él embutidas en los grasientos pantalones negros. Casi rozó la tela con dedos vacilantes. Luego dejó caer la mano al suelo. Y se encogió, acuclillada como un perrillo zalamero.
- Es bonito como lo describe usted –dijo él-. Solo que cuando no tienes nada que cenar, no lo es.
Ella se levantó entonces muy erguida, con expresión avergonzada.

(Pàg. 44)
- (...) ¿Duerme ahí en el carro? –le preguntó Elisa
- Sí, señora, en el carro. Llueva o brille el sol, ahí estoy ,seco como una vaca.
- Tiene que ser agradable –dijo ella-. Tiene que ser muy agradable. Ojalá las mujeres pudieran hacer cosas así.
- No es la clase de vida adecuada para una mujer.
Ella alzó un poco el labio superior, mostrando los dientes.
- ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo puede saberlo? –le preguntó.
- No lo sé, señora –admitió él-. Por supuesto que no lo sé (...).

(Pàg. 50)
- (...) Vaya, vaya, Elisa... ¡Qué guapa estás!
- ¿Guapa? ¿Tu crees que estoy guapa? ¿Qué quieres decir con guapa?
Henry siguió torpemente.
- No sé. Quiero decir que pareces distinta, fuerte y feliz.
- ¿Soy fuerte? Sí, fuerte. ¿Qué quieres decir con fuerte?
El parecía desconcertado.

(Pàg. 55)
Se subió el cuello del abrigo para que él no viera que estaba llorando débilmente: como una mujer vieja.




 Altres n'han dit...
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 Enllaços:
John Steinbeck, realisme, simplicitat i precisió, dedicació, el que compta són els petits detalls, ...els símbols.

 Llegeix-lo:
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