Seda salvaje - Eloy Tizón




"Lo más duro era aceptar que la boca de los besos era la boca del odio."





Tizón, Eloy. Seda salvaje. 
Barcelona: Anagrama, 1995


Col·lecció Narrativas Hispánicas,192



 Què en diu la contraportada...
Seda salvaje cuenta la historia de una obsesión: la que el narrador y protagonista de este relato siente hacia la vida de las demás personas. Vidas y personas que el personaje imagina repletas de inalcanzables secretos, conspiraciones, traumas, todo aquello que contribuye a crear lo que él, en un momento determinado, denomina “la música del prójimo”.
Esta “música del prójimo” no es más que la vida íntima de los otros, la cara oculta tras la fachada, fascinado por la cual el personaje central se adentra más y más en terreno peligroso. Con la ayuda de un detective privado somete a vigilancia a su novia Fátima, con quien está a punto de contraer matrimonio, y a partir de ahí comenzará a descubrir cosas raras, unas veces reales y otras fantaseadas por él; se suceden así los malentendidos, la marcha nupcial se complica, se perfila un extrarradio a  lo lejos, la tarta se tambalea.
Narrada con una prosa envolvente que oscila entre el tono irónico y la tragedia, la novela presta especial atención a una serie de personajes secundarios de efímera aparición, con sus existencias anónimas, insignificantes y prodigiosas. En el fondo, Seda salvaje es una historia de fantasmas que trata de demostrar que los fantasmas existen: son los que nos rodean.

 Com comença...
Yo era un niño intrigado que espiaba en la escalera. Crecí tutelado por la mirada vidriosa de los mayores, convencido de que bajo el pupitre de los restantes alumnos se agazapaban tesoros inéditos mientras que el mío sólo servía como museo de virutas y desperdicios.

 Moments...
(Pàg. 12)
La vida empieza demasiado pronto. El problema con la vida es que empieza demasiado pronto, uno no está preparado, yo no lo estaba, la luz se enciende de golpe, se vive, uno no ha acabado de acostumbrarse a vivir y ya está viviendo.

(Pàg. 25)
De siempre me había hechizado el invento del confesonario, esa especie de aparador donde tenía lugar un sórdido intercambio de miserias. Amparado en un relativo anonimato, uno tenía derecho a vaciarse de todo y a cambio el otro gozaba de impunidad para escuchar a sus anchas el susurro lento y cálido, cargado de aberraciones.

(Pàg. 43)
En aquella línea roja de pintalabios veía yo la raya fronteriza que separaba a una Fátima de otra, a una Fátima de ninguna, de un lado estaba ella con su boca sanguinolenta y su guardaespaldas lisiado y del otro moría yo poco a poco con mis bobas intrigas y catalejos.

(Pàg. 50)
En los ojos de las demás personas me veía reflejado como en añicos de espejo, y apenas me fiaba del reflejo que su lente me devolvía. Terminé volviéndome refractario a los contactos visuales, y evitaba cuanto me era posible observar los otros ojos, que me parecían visores de aumento.

(Pàg. 53)
Parecía verme cada vez menos, como si de tanto rozarme con los demás en la oficina de seguros Arcadia éstos me hubiesen contagiado su cualidad fantasmagórica, y fuera yo un filtro, un periscopio, algo cuya función es mirar a través de él pero en lo que nadie repara.

(Pàg. 55)
Es de noche. Niebla tras la ventana. Me sirvo un vaso de agua. La casa está tranquila, todo en silencio, no sé por qué hace falta que algo venga a desquiciar esta paz pero así es, lo que está a punto de suceder ya viene de camino; salido de Dios sabe qué alcantarilla el mal me busca (...).

(Pàg. 60) 
(...) parecíamos estar atados los cuatro: Fátima, el chico, el investigador y yo, y mientras cada hora que transcurría seguíamos cayendo más hondo en nuestro pozo, nadie parecía estar en disposición de disolver aquel vínculo pegajoso, más fuerte que un parentesco. Así nos debatíamos unos con otros igual que en una tira de papel atrapamoscas. Y yo sudaba tras los pasos del detective Sagunto que corría detrás de Fátima que volaba hacia el muchacho, y no parábamos de enzarzarnos en aquella ruidosa pantomima en la que todos desconfiábamos de todos y ninguno lo aparentaba.

(Pàg. 67)
Producía cierto vértigo pensar en todos los extraños que en aquel momento transitaban por la calle, y en cuántos de ellos irían en busca de un encuentro fortuito, de su claustro particular en su oculta periferia, y en la cantidad de ciudadanos que de nueve a cinco se encontraban fuera de toda sospecha que en secreto mimarían una existencia estrafalaria repleta de aberraciones.

(Pàg. 70)
Lo más duro era aceptar que la boca de los besos era la boca del odio.

(Pàg. 75)
Nunca me había parecido tan forastera, tan exterior de mi vida, como en esos momentos previos en que me disponía a compartirla con ella.

(Pàg. 86)
(...) y era cierto que pegando el oído en el suelo del ascensor se escuchaba un extraño sofreir, un crepitar indecente desde el sótano al tejado, como si el edificio entero ardiese sin arder en un fuego silencioso, cada celdilla convertida en una pira portátil, quizá fúnebre, donde series de cuerpos atacados de calentura daban vueltas y quejidos en la barbacoa del somier si acabar de tostarse.

(Pàg. 94)
(...) todo en mi historia, desde lo angelical a lo pérfido, surgió de ese bolso barato marrón oscuro de Betania, con asas, más bien arcaico, que un día se vació en la oficina para indicarme el camino del extravío y de donde más tarde saló el nombre de un criminal.

(Pàg. 111)
Salí a la terraza de casa y escudriñé el horizonte. Hacía buena tarde. Abajo se desplegaba la alfombra de paseantes y en ese momento destacó el trino de un claxon. Pasó una nube cargada de tierra. Pasó un hombre gris llevando de la mano a un niño gris, y ambos fueron descuartizados por la sombra luminosa de los escaparates. Lo vi todo muy negro. Tenía sobradas razones para sentir pánico ante el futuro.

(Pàg. 119)
El mundo no estaba lo que se dice bien terminado. Había grandes zonas dejadas sin acabar, en una dolorosa incertidumbre, paisajes enteros que sugerían una equivocación en los planos y parecían haber sido ejecutados en medio de la neurosis. Al lado de trozos más o menos logrados se avergonzaba otros, Dios mío, qué otros, ni siquiera podía decirse que fueran tristes o lúgubres, no, nada de eso, se trataba de lugares que escapaban de estas categorías irracionales para triunfalmente derivar hacia aquel estado de precariedad y abandono, imposible de rectificar.

(Pàg. 123)
Al final resultaba que los fantasmas eran de carne y pasiones y yo renunciaba  a entenderlos. He aquí el testimonio de cómo mi mundo familiar se convirtió en extrañeza, en un alfabeto irreconocible compuesto por un lunático.

(Pàg. 139)
El mundo que ella miró por última vez fue un mundo desenfocado. El suburbio entero se encogió de espanto en un punto ínfimo, que punzó en su cerebro, abatió las alas, latió desaforadamente, se desplegó en un rutilante espectáculo de colores agotados y sucios, aplastó la cara contra el cristal y murió: murió de golpe.
Todo, todo en su mente ordenada se vació para siempre dejándonos a Sagunto y a mí abandonados en esta orilla del tiempo, disolviéndonos de la conciencia ya dislocada de Fátima como fotos empapadas en lluvia: adiós.

(Pàg. 142)
La vida termina demasiado pronto. El problema con la vida es que termina demasiado pronto, uno no está preparado, yo no lo estaba, la luz se apaga de golpe, se extingue, uno no ha acabado de acostumbrarse a vivir y ya está muriendo, ya ha muerto.

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