Crímenes ejemplares - Max Aub


"Matar, matar sin compasión para seguir adelante, para allanar el camino, para no cansarse." 






Aub, Max. Crímenes ejemplares. 
Buenos Aires: Libros del Zorro Rojo, 2015

Il·lustracions de Liniers

 



Què en diu la contraportada...
“Me declaro culpable y no quiero ser perdonado. Estos textos –dejo constancia- no tienen segundas intenciones: puro sentimiento.”

 Com comença...
No hay tantos crímenes como dicen, aunque sobran razones para cometerlos. Pero el hombre –como es sabido- es bueno, por ser natural, y no se atreve a tanto. De las reacciones de los mis difuntos nada digo, por ignorancia. Me bastaron –como autor- las de sus asesinos.

 Moments...
(Pàg. 16)
Soy peluquero. Es cosa que les sucede a cualquiera. Hasta me atrevo a decir que soy buen peluquero. Cada uno tiene sus manías. A mí me molestan los granos.
Sucedió así: me puse a afeitar tranquilamente, enjaboné con destreza, afilé mi navaja en el asentador, la suavicé en la palma de mi mano. ¡Yo soy un buen barbero! ¡Nunca he desollado a nadie! Además aquel hombre no tenía la barba muy cerrada. Pero tenía granos. Reconozco que aquellos barritos no tenían nada de particular. Pero a mí me molestan, me ponen nervioso, me revuelven la sangre. Me llevé el primero por delante, sin mayor daño; el segundo sangró por la base. No sé qué me sucedió entonces, pero creo que fue cosa natural, agrandé la herida y luego, sin poderlo remediar, de un tajo, le cercené la cabeza.

(Pàg. 19) 
Empezó a darle vuelta al café con leche con la cucharita. El líquido llegaba al borde, llevado por la violenta acción del utensilio de aluminio. (El vaso era ordinario, el lugar barato, la cucharilla usada, pastosa de pasado.) Se oía el ruido del metal contra el vidrio. Ris, ris, ris, ris. Y el café con leche dando vueltas y más vueltas, con un hoyo en su centro. Maelstrom. Yo estaba sentado enfrente. El café estaba lleno. El hombre seguía moviendo y removiendo, inmóvil, sonriente, mirándome. Algo se me levantaba de adentro. Le miré de tal manera que se creyó en la obligación de explicar:
-Todavía no se ha deshecho el azúcar.
Para probármelo dio unos golpecitos en el fondo del vaso. Volvió en seguida con redoblada energía a menear metódicamente el brebaje. Vueltas y más vueltas, sin descanso, y ruido de la cuchara en el borde del cristal. Ras, ras, ras. Seguido, seguido, seguido sin parar, eternamente. Vuelta y vuelta y vuelta y vuelta. Me miraba sonriendo. Entonces saqué la pistola y disparé.

(Pàg. 24)
¿Ustedes no han tenido nunca ganas de asesinar a un vendedor de lotería, cuando se ponen pesados, pegajosos, suplicantes? Yo lo hice en nombre de todos.

(Pàg. 28) 
(...) Ya no podía dormir: si roncaba, por el ruido; si no, esperándolo. Pegando golpes en la pared callaba un momento... pero en seguida volvía a empezar. No tienen ustedes idea de lo que es ser centinela de un ruido. Una catarata. Un volumen tremendo de aire, una fiera acorralada, el estertor de cien moribundos, me rasgaba las entrañas emponzoñándome el oído, y no podía dormir nunca, nunca. Y no me daba la gana de cambiar de casa. ¿Dónde iba yo a pagar tan poco? El tiro se lo pegué con la escopeta de mi sobrino.

(Pàg. 30) 
Aquel actor era tan malo, tan malo que todos pensaban –de esto estoy seguro-: “Que lo maten”. Pero en el preciso momento en que yo lo deseaba cayó algo del telar y lo desnucó. Desde entonces ando con el remordimiento a cuestas de ser el responsable de su muerte.

(Pàg.32)
Me quemó, duro, con su cigarrillo. Yo no digo que lo hiciera con mala intención. Pero el dolor es el mismo. Me quemó, me dolió, me cegué, lo maté. No tuve –yo, tampoco- intención de hacerlo. Pero tenía aquella botella a mano.

(Pàg. 39)
¿Por qué se me va a acusar de haberle matado si se me olvidó que la pistola estaba cargada? Todo el mundo sabe que soy un desmemoriado. ¿Entonces, yo voy a tener la culpa? ¡Sería el colmo!

(Pàg. 41) 
(...) ¡La idea era mía y nada más que mía! ¡Era un robo! Así lo dije, así lo grité. No lo quisieron comprender. No acertaron a darse cuenta de que el tiempo no importa absolutamente nada para las ideas. Muy pocas gentes saben lo que es la poesía: la confunden con la historia, con la historia falsa que inventan para satisfacer sus mezquinas necesidades. Yo vi cómo cuchicheaban, sonreían. ¡Botarates! ¡Hasta me sonrojé! No me pongo colorado más que cuando me achacan algo falso. Se me revolvieron las tripas.
Entonces entró el señor Ortega. Era un hombre completamente vulgar, a quien evidentemente no se le podía haber ocurrido aquella idea: la frente estrecha, la panza grande; con tipo de carnicero. Lo hice con la plegadera, pero lo mismo hubiera podido ser el pisapapeles. Sangró como un cochino.

(Pàg. 42)
Era imbécil. Le di y expliqué la dirección tres veces, con toda claridad. Era sencillísimo: no tenía sino cruzar la Reforma a la altura de la quinta cuadra. Y las tres veces se embrolló al repetirla. Le hice un plano clarísimo. Se me quedó mirando, interrogante:
- Pos no sé.
Y se alzó de hombros. Había para matarlo. Lo hice. Si lo siento o no, es otro problema.

(Pàg. 56)
Matar, matar sin compasión para seguir adelante, para allanar el camino, para no cansarse. Un cadáver aunque esté blando es un buen escalón para sentirse más alto. Alza. Matar, acabar con lo que molesta para que sea otra cosa, para que pase más rápido el tiempo. Servicio a prestar hasta que me maten; a lo que tienen perfecto derecho.

(Pàg. 58) 
Matar a Dios sobre todas las cosas, y acabar con el prójimo a como haya lugar, con tal de dejar el mundo como la palma de la mano. Me cogieron con la mano en la masa. En aquel campo de fútbol: ¡tantos idiotas bien acomodados! Y con la ametralladora, segando, segando, segando, segando. ¡Qué lástima que no me dejaran acabar!

(Pàg. 69) 
Esta corriente de aire, ¿cómo matarla? Están cerradas las ventanas, atrancada la puerta. Y sin embargo, el aire corre, se arrastra y espía. Me envuelve. Se mete por los adentros y me hiela. ¿Desde dónde y adónde? Matarla. Como si fuera el pabilo de una vela y dejarla retorcida, negra, en el suelo, como una serpiente muerta, machucada la cabeza con su sangre fría en un charco menudo, inmundo y viscoso. Un soplo que matara ese soplar frío que me atraviesa la espalda, hálito de afuera, del mundo que me oye, ese frío fabricado contra mí. Ese aire: asesinarlo. Soplar, y que se quede sin soplo. ¡Qué buen decir: matar una vela! Pero esa corriente de aire ¿cómo matarla, ella que me está matando?

(Pàg. 70) 
(...) No existo porque pienso ni pienso porque existo.
Pensar es cierto, existir es un mito. Yo no existo, sobrevivo, vivir –lo que se dice vivir- solo los que no piensan. Los que se ponen a pensar no viven. La injusticia es demasiado evidente. Bastaría pensar para suicidarse (...).

(Pàg. 73)
“No se culpe a nadie de mi muerte. Me suicido porque de no hacerlo, seguramente, con el tiempo, te olvidaría. Y no quiero.”

(Pàg. 73)
- (...) A medida que la humanidad envejece asesina menos y se suicida más.
- Entonces la humanidad envejeció ya varias veces. El suicidio es paralelo a la decadencia de las civilizaciones (...).

(Pàg. 78)
“Pude dar vida, luego me la puedo quitar. Que los mantenga su abuela.”

(Pàg. 78)
“No debí haber nacido. ¿O es que los padres son infalibles? ¿O cada coyunda es imagen de Dios? Me nacieron en un tiempo que me asquea. Ustedes lo pasen bien. Yo, sin duda, lo pasaré mejor.”

 Altres n'han dit...
RNE1, Revista Prótesis, Revista Rambla.

 Enllaços:
Max Aub, Ricardo Siridesmontant a Aub, "escribo para pensar"algunes pistes sobre els "Crímenes", el còmplice opina.


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