El candelabro enterrado - Stefan Zweig



"(...) sólo si no dejamos de creer, resistiremos al mundo."



Zweig, Stefan. El candelabro enterradoBarcelona: Acantilado, 2007
Der hergrabene Leuchte. Eine Legende. Traducció de Joan Fontcuberta.
Colecció Narrativa del Acantilado, 113

 
 Què en diu la contraportada...Cuando la menorá (el candelabro de siete brazos del Templo de Salomón) es robado por los vándalos durante la caída de Roma, entre la comunidad judía cunde el desánimo. La menorá debe ser recuperada a cualquier precio. Se inicia, entonces, un peregrinaje legendario, que será también el combate secreto de la justicia contra el poder. Esta novela cuenta la historia de alguien que trata de proteger este objeto sagrado, uno de los símbolos más antiguos del judaísmo. Sucesivos avatares harán que el candelabro pase de mano en mano, alejándose cada vez más de sus legítimos dueños. Escrita con la minuciosidad a que nos tiene acostumbrados Zweig, en esa búsqueda se encuentran el sufrimiento y la perseverancia, en una historia en la que, al impulso de la leyenda, el amor acaba siendo protagonista.
Com começa...Un espléndido día de junio del año 455, justo cuando, en la hora tercia, en el circo Máximo de Roma había terminado el sangriento combate de dos gigantescos hérulos contra una piara de jabalíes hircanos, una creciente agitación se apoderó graualmente de los miles de espectadores.

 Moments....
(Pàg. 16)
(...) cada vez que reinaba la penuria, los culpaban a ellos. Qué duro cuando los enemigos vencían, qué duro cuando una ciudad era saqueada, qué duro cuando la peste o las enfermedades azotaban los territorios. Todo el mal del mundo -eso lo sabían- se convertía irremisiblemente en mal para ellos, y también sabían, desde hacía mucho tiempo, que era imposible rebelarse contra ese destino suyo, pues siempre y en todas partes eran pocos, siempre y en todas partes eran débiles y faltos de poder. Su única arma era, pues, la oración.

(Pàg 17)
Porque la oración es prodigiosa: aturde el miedo con grandes promesas, adormece el horror de las almas con salmodias, con el murmullo de sus alas levanta hacia Dios los corazones apesadumbrados; por ello, es bueno rezar en la necesidad, y aún mejor rezar en común, pues todo lo pesado se vuelve ligero cuando se lleva entre muchos, y todo lo bueno se vuelve mejor si se hace en compañía.

(Pàg. 34)-(...) Es un viejo camino el que andamos, hijo, nuestros padres y antepasados ya lo anduvieron, pues durante muchos años fuimos un pueblo nómada y lo hemos vuelto a ser e incluso quizá, quién lo sabe, es nuestro destino que lo seamos por toda la eternidad. No nos pertence la tierra sobre la que dormimos; al contrario que otros pueblos, nuestras semillas y frutas no crecen en campo propio. Pasamos por los páises sólo como itinerantes y nuestra tumbas están cavadas en tierra extraña. Pero, por esparcidos que estemos, arrojados entre los surcos como mala hierba desde la mañana hasta la medanoche de esta Tierra, sin embargo hemos continuado siendo un pueblo, un solo y solitario pueblo entre los pueblos, gracias a nuestro Dios y a nuestra fe en Él. 
(Pàg. 45)
- (...) ¿cuándo comprenden los necios una señal? ¿Cuándo el endurecido corazón del hombre se doblega dócil a la razón?
(Pàg. 60)
(...) como el viento tempestuoso abate los árboles del bosque a diestra y siniestra, uno solo, sin embargo, el más fuerte, sigue erguido, así ese anciano sobrevivía al tiempo y veía morir a emperadores y caer imperios; sólo a él evitaba respetuosamente la muerte, y su nombre era grande y casi sagrado entre los judíos de la Tierra. Lo llamaban Benjamín Marnefesh, que significa "el hombre al que Dios expuso a una prueba amarga", y a nadie respetaban y veneraban como a él, pues era el único y el último que había visto con sus propios ojos el candelabro de Moisés, el candelabro del templo de Salomón, la menorá que, huérfana de luz, permanecía oscura y sepultada en la cámara del tesoro de los vándalos. 
(Pàg. 78)
(...) en Bizancio sólo se toleraba a los judíos en Pera, en la orilla opuesta del Cuerno de Oro; aquí, como en todas partes, su destino era la marginación, pero también era el secreto de su supervivencia en el tiempo. 
(Pàg. 99)
- (...) También Babilonia era grande, y Roma y Cartago y, sin embargo, cayeron los templos que albergaban el candelabro y se derrumbaron los muros que lo encerraban. Él, y sólo Él, permaneció intacto y todo lo demás fue reducido a escombros.
(Pàg. 110)
- (...) No se puede caminar así eternamente, siempre en la oscuridad y sin saber el camino. Ningún pueblo puede vivir así, sin hogar ni destino, caminando y con el peligro como única y eterna frontera. Habría qu encenderle una luz, mostrarle el camino; si no, este pueblo perseguido y perdido perderá la esperanza y se marchitará.  Alguien debería conducirlo, guiarlo a casa, iluminar su camino. Hay que encontrar una luz, hace falta una luz. 
(Pàg. 128)
- (...) no te inquietes por la decisión, déjasela a Él y al tiempo. Que se dé por perdido el candelabro, puesto que nosotros, que somos el secreto de Dios, no estamos perdidos. Pues el oro no perece en el seno de la tierra como el cuerpo mortal, ni perece nuestro pueblo en la oscuridad de los tiempos. ¡Uno y otro perdurarán , el pueblo y el candelabro! Confiemos, pues, que un día resucitará el que enterramos y de nuevo iluminará al pueblo de regreso a la patria. Pues, sólo si no dejamos de creer, resistiremos al mundo.

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