El forastero misterioso - Mark Twain





"- (...) Porque tu raza, en su pobreza, cuenta -sin duda- con un arma realmente efectiva: la risa."






Twain, Mark. El forastero misterioso. 
Madrid: Rey Lear, 2011

The Mysterious Stranger. Traducció de Susana Carral   i



è Què en diu la contraportada...
Un invierno de 1590 un extraño personaje llega por sorpresa a Eseldorf, una aldea de Austria. Se llama Satán y es capaz de hacer cosas prodigiosas. El forastero misterioso no tardará en poner patas arriba a toda la vecindad, y no sólo por sus espectaculares obras sino también por su empeño en ridiculizar la condición humana, para él mucho más salvaje que el mundo de los animales.
Con un derroche de imaginación que traspasa la frontera de la literatura fantástica, Mark Twain se ríe de los ritos religiosos y de la crueldad social. Para ello emplea un humor ácido y provocador, que resulta más amargo que el utilizado en la mayoría de las obras que lo han hecho famoso.
Considerado uno de los títulos más satíricos y mordaces de su autor, Twain encargó a su albacea literario que El forastero misterioso no se publicara hasta después de su muerte. La primera edición no apareció hasta 1916 y supuso un acontecimiento literario, gracias también a las ilustraciones al óleo del gran artista N.C.Wyeth que acompañaban al texto.

è Com comença...
Fue en 1590, en invierno. Austria se hallaba alejada del mundo, y dormida; allí aún reinaba la Edad Media y prometía seguir haciéndolo eternamente. Algunos hablaban incluso de siglos de retraso y decían que, según su reloj espiritual y mental, Austria seguía inmersa en la Edad de la Fe.

è Moments...
(Pàg. 31)
El forastero lo había visto todo, había estado en todas partes, lo sabía todo, y no olvidaba nada. Lo que otros debían estudiar, él lo aprendía de un vistazo; para él no existían las dificultades. Y hacía que las cosas tuvieran vida ante nuestros ojos con sólo hablar de ellas. Había visto la creación del mundo; y la de Adán; había visto a Sansón abalanzarse contra las columnas y derrumbar el templo sobre él; había presenciado la muerte de César; nos habló de la vida cotidiana en el cielo; había visto a los condenados retorcerse entre las rojas llamas del infierno; y nos hizo ver todas esas cosas a nosotros: fue como si estuviésemos allí mismo, observándolo todo con nuestros propios ojos.

(Pàg. 32)
(...) no buscaba ofender, pero en mis pensamientos consideré que no resultaba de muy buena educación.
-¡Educación! -dijo- Pero si no es más que la verdad, y decir la verdad es de buena educación; los modales son una farsa (...).

(Pàg. 38)
- (...) el hombre está hecho de tierra, yo presencié su creación. Yo no estoy hecho de tierra. El hombre es un museo de enfermedades, albergue de impurezas; llega hoy y se va mañana; comienza siendo tierra y termina convertido en hedor. Yo pertenezco a la aristocracia de los imperecederos. Y el hombre tiene sentido moral. ¿Lo entiendes? Tiene sentido moral. Sólo eso ya es diferencia suficiente entre nosotros.

(Pàg. 44)
Había una pregunta que queríamos hacerle al padre Peter, por lo que fuimos a verlo la segunda tarde, un tanto retraídos. Después de haberlo echado a suertes, y tan de pasada como pude -aunque no tanto como quería porque no disimulaba bien-, le pregunté:
- ¿Qué es el sentido moral, señor?
Nos miró sorprendido por encima de sus enormes gafas, y dijo:
- Pues es la facultada  que nos permite distinguir el bien del mal.
Algo de luz arrojó, aunque no lo aclaró del todo, y yo me sentía un tanto defraudado, además de pasar vergüenza. Él esperaba que yo continuase, así que, a falta de otra cosa que decir, pregunté:
- ¿Es valioso?
- ¿Valioso? ¡Cielos, muchacho, es lo que diferencia al hombre de la bestia perecedera y lo convierte en heredero de la inmortalidad!

(Pàg. 57)
(...) Dijo que no había acabado de conocer a su madre, que se había muerto cuando él era muy pequeño; y que su padre tenía muy mala salud y ninguna propiedad -de hecho, nada que tuviese valor en este mundo-, pero que tenía un tío con negocios en los trópicos, al que le iban muy bien las cosas y explotaba un monopolio, y que era ese tío quien lo mantenía. La simple mención de un tío bondadoso bastó para que Marget recordase el suyo, y sus ojos se empañaron de nuevo. Dijo que esperaba que sus tíos se conocieran algún día. Yo me estremecí. Philip dijo que él también lo esperaba; y yo volví a estremecerme.
- Podría ser -dijo Marget- ¿Viaja mucho vuestro tío?
- Sí, no para nunca; tiene negocios en todas partes.

(Pàg. 59) 
Satán no paraba de hablar, muy divertido, e hizo que el tiempo transcurriera placentera y alegremente; y aunque contó una buena cantidad de mentiras, no tenía nada de malo, porque sólo era un ángel y no sabía nada más. No distinguen el bien del mal.

(Pàg. 60)
(...) le fueron clavando una astilla tras otra bajo las uñas, mientras él chillaba de dolor. Satán ni se inmutó, pero yo no pude soportarlo y tuvo que sacarme rápidamente de allí. Estaba mareado, a punto de desmayarme, pero el aire fresco me hizo revivir y seguimos camino hacia mi casa. Dije que era una bestialidad.
- No, es un comportamiento humano. No deberías insultar a las bestias utilizando indebidamente esa palabra; no se lo merecen. -Y continuó hablando de la misma forma-: Es propio de tu raza miserable: siempre mintiendo, siempre atribuyéndose virtudes que no posee, siempre renegando de los buenos animales, que sí las tienen. Ninguna bestia comete una crueldad: eso es monopolio de aquellos que tienen sentido moral. Cuando una bestia causa dolor, lo hace inocentemente; no está mal, para ella el mal no existe. Y no causa dolor por el simple placer de causarlo: eso sólo lo hace el hombre. ¡Inspirado por ese infame sentido moral! Un sentido cuya función es distinguir entre el bien y el mal, con libertad para elegir cuál de los dos hacer. ¿Qué provecho puede sacar de eso? Siempre eligiendo, y nueve de cada diez veces prefiere el mal. El mal no debería existir; y sin el sentido moral no existiría. El hombre es una criatura tan poco razonable que no es capaz de entender que el sentido moral lo degrada hasta el estrato más inferior de los seres animados, y que es una posesión despreciable.

(Pàg. 64)
- (...) lo cierto es que no todo es ridículo. Surge cierto patetismo cuando recordamos lo breves que son vuestros días, lo pueriles que resultan vuestras pompas y lo poco que sois.

(Pàg. 91)
- ¿(...) Ordena Dios el curso de cada vida?
- ¿Si lo predetermina? No. Lo determinan las circunstancias y el entorno del hombre. Su primer acto determina el segundo y todos los que seguirán después. Pero supongamos -sólo por suponer- que el hombre se saltara uno de esos actos; uno aparentemente insignificante, por ejemplo; supongamos que se había decidido que determinado día, a cierta hora, minuto, segundo y fracción de segundo, el hombre iría al pozo, pero no va. el curso de la vida de ese hombre cambiaría por completo desde ese momento; desde entonces hasta la tumba sería totalmente distinto al curso que su primer acto de niño le había asignado. De hecho, podría ser que, si hubiese ido al pozo, acabara su vida en un trono y que, al omitirlo, el curso de su vida lo llevase a la pobreza y a la tumba como mendigo (...)

(Pàg. 109)
Es tal y como dijo Satán, no sabemos distinguir la buena suerte de la mala y siempre confundimos la una con la otra.

(Pàg. 116)
(...) Y entonces nació la cristiandad. Vimos pasar ante nuestros ojos las edades de Europa, y contemplamos a la cristiandad y a la civilización recorrer esas edades cogidas de la mano "dejando tras de sí hambre, muerte, desolación, y otras muestras del progreso de la raza humana", según comentó Satán.
Y siempre guerras, y más guerras, y aún más guerras: en Europa, en el mundo. "A veces por el interés privado de las familias reales", como nos aclaró Satán, "o para aplastar a una nación débil; pero nunca el agresor dio comienzo a una guerra por motivos decentes: no existe una guerra tal en la historia de la raza".

(Pàg. 118)
- (...) ¿Y todo esto para qué? -preguntó Satán con esa risa entre dientes suya, tan cruel- Para nada. No ganáis nada. Siempre acabáis donde habíais empezado. Durante un millón de años la raza se ha propagado monótonamente, representando una y otra vez su aburrido disparate. ¿Con qué fin? ¡No hay quien lo sepa! ¿Quién se beneficia de eso? Nadie, excepto un grupo de reyezuelos y nobles que os desprecian; que se sentirían profanados si los tocaseis; que os darían con la puerta en las narices si osarais llamar a ella; por quienes os esclavizáis, lucháis, morís, y  no sólo no sentís vergüenza por ello, sino que os enorgullecéis; cuya existencia es un insulto perpetuo para vosotros, del que os da miedo quejaros; que son mendigos financiados por vuestras limosnas, aunque ante vosotros se dan aires de benefactores frente el pordiosero; que se dirigen a vosotros en el lenguaje que el amo usa con su esclavo, y reciben respuesta en el que el esclavo emplea con su amo; a los que rendís culto con la boca, mientras que en el fondo de vuestros corazones -si los tenéis- os despreciáis por ello. El primer hombre era un hipócrita y un cobarde, cualidades que aín no se han perdido en su linaje; son los cimientos sobre los que se han levantado todas las civilizaciones. ¡Brindemos por su perpetuación! ¡Brindemos por su aumento! ¡Brindemos por...!
Entonces advirtió en nuestras caras lo mal que nos sentíamos, interrumpió su frase, dejó de reírse y cambio su forma de comportarse. Dijo con delicadeza:
- No, brindaremos por nuestra salud y nos olvidaremos de la civilización.

(Pàg. 124)
- (...) Conozco tu raza. Está formada por borregos. La gobiernan minorías, pocas veces -o nunca- lo hacen las mayorías. Reprime sus sentimientos y creencias y sigue al puñado que más ruido hace. A veces el grupo ruidoso tiene razón, otras no; pero no importa, la multitud lo sigue. La gran mayoría de la raza -ya sea salvaje o civilizada- es de natural bondadoso y se horroriza al pensar en hacer daño, pero en presencia de la minoría agresiva y despiadada no se atreve a imponerse.

(Pág. 125)
- (...) "Las monarquías, las aristocracias y las religiones clavan sus cimientos en ese terrible defecto de tu raza: la desconfianza del individuo hacia su vecino, y su deseo -por seguridad o comodidad- de quedar bien ante el prójimo. Esas instituciones durarán siempre, y siempre prosperarán, y siempre os oprimirán, ofenderán y degradarán, porque siempre seréis esclavos de las minorías. No ha existido nunca un país en el que la mayoría de sus gentes en el fondo fuese leal a ninguna de dichas instituciones".
No me gustaba oír cómo llamaba borregos a los de nuestra raza y dije que no estaba de acuerdo.
- Pero es verdad, cordero -dijo Satán-. Mira cómo os portáis en la guerra, ¡vais como borregos y hacéis el ridículo"
- ¿En la guerra? ¿Cómo?
- Nunca ha habido una justa, ni honorable, por parte del instigador de la guerra. Puedo ir un millón de años por delante, y esta regla no variará ni en media docena de ocasiones. El grupito ruidoso -como siempre- exigirá la guerra. El púlpito, con recelo y cautela, al principio se opondrá; la apática masa de la nación se frotará los ojos aletargados, intentará comprender por qué debería haber guerra, y dirá, seria e indignada: "Es injusta y deshonrosa, y no resulta necesaria". Entonces el puñado gritará más alto. Unos cuantos hombres justos del otro bando expondrán argumentos y razones contra la guerra, de forma oral y escrita, y al principio todos los escucharán y aplaudirán. Pero no durará mucho: los otros gritarán más que ellos y las audiencias antibélicas serán cada vez menores y perderán popularidad. Al poco presenciaremos una cosa curiosa: cómo se expulsa a pedradas a los oradores de la tribuna, y cómo la libertad de expresión muere a manos de hordas de hombres furiosos que, en el fondo de su alma, piensan igual que los oradores apedreados -como antes- pero no se atreven a decirlo. Y entonces la nación al completo -incluso el púlpito- entonará el grito de guerra, y se desgañitará, llevándose por delante a cualquier hombre honrado que ose abrir la boca, por lo que al final esas bocas dejarán de abrirse. A continuación los estadistas inventarán mentiras despreciables, y echarán la culpa a la nación que es atacada; y todo el mundo se alegrará de esas falsedades tranquilizadores de conciencias, las estudiarán diligentes, y se negarán a examinar cualquier cosa que las refute; y así, poco a poco, se convencerán de que la guerra es justa, y darán gracias a Dios por lo bien que duermen después de este proceso de grotesco autoengaño.

(Pàg. 135)
- (...) ¡Mira que eres borrico! -me dijo- ¿Eres tan poco observador que no has comprendido que la cordura y la felicidad forman una combinación imposible? Ningún hombre cuerdo puede ser feliz, porque para él la vida es real, y ve lo espantosa que resulta. Sólo los locos pueden ser felices, y de esos, no muchos.

(Pàg. 136)
- (...) Porque tu raza, en su pobreza, cuenta -sin duda- con un arma realmente efectiva: la risa. El poder, el dinero, las convicciones, las súplicas, las persecuciones -que pueden convertirse en una farsa colosal- las presionan un poco, las van debilitando, siglo a siglo, pero sólo la risa puede hacerlas pedazos y átomos al estallar. Contra el ataque de la risa nada resiste. Siempre estáis alborotando y peleando con vuestras armas. ¿Alguna vez usáis esta? No, dejáis que se oxide. Como raza, ¿la habéis utilizado alguna vez? No; carecéis de juicio y de valor.

(Pàg. 146)
(....) "Resulta curioso, sí, que no hubieras sospechado que tu universo y sus contenidos sólo eran sueños, visiones, ficción. Curioso, porque son franca e histéricamente descabellados, como todos los sueños: un Dios capaz de hacer a sus hijos tanto buenos como malos y que, sin embargo, prefiere hacerlos malos; que podría haber hecho que todos fueran felices y que, sin embargo, no hizo feliz a ninguno; que les hizo apreciar su amarga vida y que, sin embargo, tacaño, se la corta en seco; que dio a sus ángeles la felicidad eterna, inmerecida, y que, sin embargo, exigió a sus otros hijos que se la ganaran; que concedió a sus ángeles vidas regaladas y que, sin embargo, maldijo a sus otros hijos con terribles desgracias y enfermedades del cuerpo y del alma; que predica justicia e inventó el infierno; que predica reglas de oro y perdón multiplicado por setenta veces siete e inventó el infierno; que predica moral a los demás sin tener él ninguna; que censura los crímenes, pero él los comete todos; que creó al hombre sin que nadie se lo pidiera, y luego pretende quitarse de encima la responsabilidad de los actos del hombre pasándosela a él, en lugar de dejarla -honradamente- donde debería estar, en sus propios hombros; y por último, que con una estupidez enteramente divina, invita a ese pobre esclavo maltratado a adorarlo...(...)"

(Pàg. 147)
(...) "Todo es un sueño; un sueño grotesco y descabellado. Nada existe, excepto tú.  Y tú sólo eres un pensamiento: un pensamiento vagabundo, un pensamiento inútil, un pensamiento sin hogar, deambulando, desolado, en la eternidad desierta".

è Altres n'han dit...
Col·lectiu lectura Pep Sempere, En un bosque extranjeroPapel en blanco, Siempre tendremos Gutenberg, Cuaderno de retales, Safari nocturno, Bibliópolis: Extramuros.

è Enllaços:
Mark Twain, N.C. Wyeth, notes, sobre la novel·la, novel·la filosòfica, Philip Traum, Twain i Nietzsche, Eseldorf.

è Llegeix-lo:
Anglès (html - html - multiformat)
Anglès (gràfic - facsímil 1916)
Anglès (multiformat - ed 1916 - ed 1922)
Espanyol (pdf)

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