Las ciudades invisibles - Italo Calvino
" La mentira no está en las palabras, está en las cosas."
Calvino, Italo. Las ciudades invisibles.
Barcelona: Minotauro, 1983
Barcelona: Minotauro, 1983
Le città
invisibile. Traducció d'Aurora Bernárdez.
è Què en diu la contraportada...
Como en las compilaciones geográficas medievales, las
noticias del mundo que un Gran Jan melancólico recibe de un Marco Polo
visionario pueden evocar un catálogo de emblemas. Sin embargo, estas ciudades
de nombres femeninos recuerdan también en un principio los sueños de Las mil y
una noches, aunque poco a poco el repertorio cambia y el lector se encuentra en
medio de una megalópolis contemporánea que está cubriendo el planeta. De un
capítulo a otro puede trazarse además el curso de un viaje, el único todavía
posible: el de la relación de los hombres y las ciudades en que viven, ciudades
del misterio, el deseo y la angustia, que proyectan en la pantalla de la
imaginación unas sombras filiformes, puntiformes, casi invisibles.
è Com comença...
No está dicho que Kublai Jan crea en todo lo que dice Marco
Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus misiones, pero lo
cierto es que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano
con más curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o
exploradores. En la vida de los emperadores hay un momento que sucede al orgullo
por la amplitud inconmensurable de los territorios que hemos conquistado, a la
melancolía y al alivio de saber que pronto renunciaremos a conocerlos y a
comprenderlos, una sensación como de vacío que nos asalta una noche junto con
el olor de los elefantes después de la lluvia y de la ceniza de sándalo que se
enfría en los braseros, un vértigo que hace temblar los ríos y las montañas
historiados en la leonada grupa de los planisferios, enrolla uno sobre otro los
despachos que anuncian el derrumbe, de derrota en derrota, de los últimos
ejércitos enemigos y resquebraja el lacre de los sellos de reyes que jamás
oímos nombrar, que imploran la protección de nuestras huestes triunfantes a
cambio de tributos anuales en metales preciosos, pieles curtidas y caparazones
de tortuga; es el momento desesperado en que se descubre que ese imperio que
nos había parecido al suma de todas las maravillas es un desmoronarse sin fin
ni forma, que la gangrena de la corrupción está demasiado avanzada para que
nuestro cetro pueda ponerle remedio, que el triunfo sobre los soberanos
enemigos nos ha hecho herederos de su larga ruina.
è Moments...
(Pàg. 29)
Isidora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una
diferencia. La ciudad soñada lo contenía joven; a Isidora llega a edad avanzada.
En la plaza hay un murete desde donde los viejos miran pasar a la juventud: el
hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos ya son recuerdos.
(Pàg. 45)
La ciudad es redundante: se repite para que algo llegue a
fijarse en la mente.
(Pàg. 46)
La memoria es redundante: repite los signos para que la
ciudad empiece a existir.
(Pàg. 58)
Los futuros no realizados son sólo ramas del pasado: ramas
secas.
- ¿Viajas para revivir tu pasado? -era en ese momento la
pregunta del Jan, que podía también formularse así: ¿Viajas para encontrar tu
futuro?
Y la respuesta de Marco: - El otro lado es un espejo
negativo. El viajero reconoce lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no
ha tenido y no tendrá.
(Pàg. 61)
Hay que guardarse de decirles que a veces ciudades
diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y
mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí. En ocasiones hasta los
nombres de los habitantes permanecen iguales, y el acento de las voces e
incluso las facciones; pero los dioses que habitan bajo esos nombres y en esos
lugares se han marchado sin decir nada y en su sitio han anidado dioses
extranjeros. Es inútil preguntarse si éstos son mejores o peores que los
antiguos, dado que no existe entre ellos ninguna relación, así como las viejas
postales no representan a Maurilia como era, sino a otra ciudad que por
casualidad se llamaba Maurilia cómo ésta.
(Pàg. 65)
El hombre que viaja y no conoce todavía la ciudad que le espera al cabo del camino, se pregunta cómo será el palacio real, el cuartel, el molino, el teatro, el bazar. En cada ciudad del imperio cada edificio es diferente y está dispuesto en un orden distinto: pero apenas el forastero llega a la ciudad desconocida y pone la vista en aquel apeñuscamiento de pagodas y buhardillas y henares, siguiendo el entrelazarse de canales huertos basurales, distingue de inmediato cuáles son los palacios de los príncipes, cuáles los templos de los grandes sacerdotes, la posada, la cárcel, los bajos fondos. Así-dice alguien- se confirma la hipótesis de que cada hombre lleva en su mente una ciudad hecha sólo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin forma, y las ciudades particulares la rellenan.
El hombre que viaja y no conoce todavía la ciudad que le espera al cabo del camino, se pregunta cómo será el palacio real, el cuartel, el molino, el teatro, el bazar. En cada ciudad del imperio cada edificio es diferente y está dispuesto en un orden distinto: pero apenas el forastero llega a la ciudad desconocida y pone la vista en aquel apeñuscamiento de pagodas y buhardillas y henares, siguiendo el entrelazarse de canales huertos basurales, distingue de inmediato cuáles son los palacios de los príncipes, cuáles los templos de los grandes sacerdotes, la posada, la cárcel, los bajos fondos. Así-dice alguien- se confirma la hipótesis de que cada hombre lleva en su mente una ciudad hecha sólo de diferencias, una ciudad sin figuras y sin forma, y las ciudades particulares la rellenan.
(Pàg 84)
(...) Claro que también en Ipazia llegará el día en que mi
único deseo sea partir. Sé que no tendré que bajar al puerto sino subir al
pináculo más alto de la fortaleza y esperar que pase una nave por allá arriba.
Pero ¿pasará alguna vez? No hay lenguaje sin engaño.
(Pàg. 88)
En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen.
En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen.
(Pàg. 102)
(...) Si hubiera de verdad una Olivia de ajimeces y pavos reales, de talabarteros y tejedores de alfombras y canoas y estuarios, sería un mísero agujero negro de moscas, y para describírtelo tendría que recurrir a las metáforas del hollín, del chirriar de las ruedas, de los gestos repetidos, de los sarcasmos. La mentira no está en las palabras, está en las cosas.
(...) Si hubiera de verdad una Olivia de ajimeces y pavos reales, de talabarteros y tejedores de alfombras y canoas y estuarios, sería un mísero agujero negro de moscas, y para describírtelo tendría que recurrir a las metáforas del hollín, del chirriar de las ruedas, de los gestos repetidos, de los sarcasmos. La mentira no está en las palabras, está en las cosas.
(Pàg. 105)
Al entrar en el territorio que tiene por capital a Eutropia,
el viajero no ve una ciudad sino muchas, de igual importancia y no disímiles
entre sí, desparramadas en un vasto y ondulados altiplano. Eutropia no es una
sino todas esas ciudades al mismo tiempo; una sola está habitada, las otras
vacías; y esto ocurre por turno. Diré ahora cómo. El día en que los habitantes
de Eutropia se sienten abrumados de cansancio y nadie soporta más su trabajo,
sus padres, su casa y su calle, las deudas, la gente a la que hay que saludar o
que te saluda, entonces toda la ciudadanía decide trasladarse a la ciudad
vecina que está ahí, esperándolos, vacía y como nueva, donde cada uno tomará
otro trabajo, otra mujer, verá otro paisaje al abrir las ventanas, pasará las
noches en otros pasatiempos, amistades, maledicencias.
(Pàg. 124)
Después de andar siete días a través de boscajes, el que va a Baucis no consigue verla y ha llegado. Los finos zancos que se alzan del suelo a gran distancia uno de otro y se pierden entre las nubes, sostienen la ciudad. Se sube por escalerillas. Los habitantes rara vez se muestran en tierra: tienen arriba todo lo necesario y prefieren no bajar. Nada de la ciudad toca el suelo salvo las largas patas de flamenco en que se apoya, y en los días luminosos, una sombra calada y angulosa que se dibuja en el follaje.
Después de andar siete días a través de boscajes, el que va a Baucis no consigue verla y ha llegado. Los finos zancos que se alzan del suelo a gran distancia uno de otro y se pierden entre las nubes, sostienen la ciudad. Se sube por escalerillas. Los habitantes rara vez se muestran en tierra: tienen arriba todo lo necesario y prefieren no bajar. Nada de la ciudad toca el suelo salvo las largas patas de flamenco en que se apoya, y en los días luminosos, una sombra calada y angulosa que se dibuja en el follaje.
Tres hipótesis circulan sobre los habitantes de Baucis: que
odian a la tierra; que la respetan al punto de evitar todo contacto; que la
aman tal como era antes de ellos, y con largavistas y telescopios apuntando
hacia abajo no se cansan de parle revista, hoja por hoja, piedra por piedra,
hormiga por hormiga, contemplando fascinados su propia ausencia.
(Pàg. 133)
Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.
- Pero ¿cuál es la piedra que sostiene el puente? -pregunta
Kublai Jan.
- El puente no está sostenido por esta piedra o por aquélla
-responde Marco-, sino por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:
- ¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa
es el arco.
Polo responde: -Sin piedras no hay arco.
(Pàg. 156) XXX
(...) cayéndole encima, plantándole una rodilla en el pecho,
aferrándolo por la barba: -Esto era lo que quería saber de ti: confiesa que
contrabandeas: ¡estados de ánimo, estados de gracia, elegías!
Frases y actos quizá sólo pensados, mientras los dos,
silenciosos e inmóviles, miraban subir lentamente el humo de sus pipas.
(Pàg. 181)
Tal vez el mundo entero, traspasados los confines de Leonia,
esté cubierto de cráteres de basuras en ininterrumpida erupción, cada uno con una
metrópoli en el centro. Los límites entre las ciudades extranjeras y enemigas
son bastiones infectos donde los detritos de una y otra se apuntalan
recíprocamente, se amenazan, se mezclan.
(Pàg. 193)
La ciudad es una para el que pasa sin entrar, y otra para el
que está preso en ella y no sale; una es la ciudad a la que se llega la primera
vez, otra la que se deja para no volver; cada una merece un nombre diferente;
quizá de Irene he hablado ya bajo otros nombres; quizá no he hablado sino de
Irene.
(Pàg. 195)
Lo que hace a Argia diferente de las otras ciudades es que
en vez de aire tiene tierra. La tierra cubre completamente las calles, las
habitaciones están repletas de arcilla hasta el cielo raso, sobre las escaleras
se posa en negativo otra escalera, encima de los techos de las casas pesan
estrato de terreno rocoso como cielos con nubes. Si los habitantes pueden andar
por la ciudad ensanchando las galerías de los gusanos y las fisuras por las que
se insinúan las raíces, no lo sabemos: la humedad demuele los cuerpos y les
deja poca fuerzas; les conviene quedarse quietos y tendidos, de todos modos
está tan oscuro.
De Argia, desde aquí arriba, no se ve nada; hay quien dice:
"Está allá abajo" y no queda sino creerlo; los lugares están
desiertos. De noche, apoyando la oreja en el suelo, se oye a veces golpear una
puerta.
(Pàg. 199)
Si al tocar tierra en Trude no hubiese leído el nombre de la
ciudad escrito en grandes letras, habría creído llegar al mismo aeropuerto del
que partiera. Los suburbios que tuve que atravesar no eran diferentes de
aquellos otros, con las mismas casas amarillentas y verdosas. Siguiendo las
mismas flechas se contorneaban los mimos canteros de las mismas plazas. Las
calles del centro exponían mercancías embalajes enseñas que no cambiaban en
nada. Era la primera vez que iba a Trude, pero ya conocía el hotel donde acerté
a alojarme; ya había oído y dicho mis diálogos con compradores y vendedores de
chatarra; otras jornadas iguales a aquéllas habían terminado mirando a través
de los mismos vasos los mismos ombligos ondulantes.
¿Por qué venir a Trude? me preguntaba. Y ya quería irme.
- Puedes remontar vuelo cuando quieras -me dijeron- pero
llegarás a otra Trude, igual punto por punto, el mundo está cubierta por una
única Trude que no empieza ni termina, sólo cambia el nombre del aeropuerto.
(Pàg. 250)
(...) El infierno de los vivos no es algo por venir: hay
uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que
formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil
para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar
de verlo. L segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos:
buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que
dure, y dejarle espacio.
è Altres n'han dit...
è Enllaços:
Italo Calvino, l'herència conceptual de l'Oulipo, caos estructurat, sobre l'eterna dialèctica a la literatura, algunes pistes, un joc d'interpretació, patchwork, prosa poètica i visual, l'herència estructuralista, us ho podeu imaginar?, l'approach feminista, les matemàtiques invisibles.
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Italià (youtube)
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