El año de Saeko - Kyoichi Katayama


Katayama, Kyoichi. El año de Saeko.
Madrid: Alfaguara, 2011





Funadomari made
Traducció de Lourdes Porta







>> Què en diu la contraportada...
Shun’ichi es programador informático y aficionado a fotografiar gatos, y Saeko, su mujer, se encarga de la reposición y el mantenimiento de tres máquinas expendedoras. Se conocieron hace cinco años, cuando eran vecinos, y él se enamoró de su llanto. Desde entonces llevan una vida apacible, hasta que una petición de la hermana de Saeko trastocará su mundo cotidiano.

En El año de Saeko, Katayama habla del difícil anclaje de dos seres en el mundo. De su vida diaria, con sus tristezas y alegrías, con sus angustias, con su amor. En definitiva, con su «pequeña felicidad». Y, frente a la vida cotidiana, el autor contrapone la Vida en mayúscula. El ciclo de la vida plasmado en el paso de las estaciones. El hombre como un elemento más de la naturaleza. La concepción que muestra Katayama sobre la vida y la muerte, sobre el paso del tiempo, sobre el simbolismo de las estaciones del año, sus citas al budismo, su alusión constante a los lazos con la espiritualidad y cultura chinas no sólo beben de la estética y espiritualidad japonesas sino que señalan un camino posible para encontrarle un nuevo sentido a la vida.

>> Com comença...
En el incesante ir y venir de la multitud, sólo destacan unos pasos que se acercan. Producen una cierta sensación de soledad. Aunque su cadencia no es especialmente irregular, son los únicos que se alzan hasta alcanzar su oído. Resaltan, distintos, en el rumor del tránsito, atraviesan la muchedumbre sin confundirse con ningún otro sonido. Poseen una nitidez extraña, como si alguien hubieses perfilado la silueta de un dibujo trazado a lápiz. Tal vez sea eso lo que distorsione su percepción de la distancia, ya que, aunque los pasos no pueden estar ya lejos, lleva percibiéndolos a lo largo de un espacio de tiempo sorprendentemente largo. En realidad, este sonido que se ha adueñado de su oído debe de estar ya muy próximo.
Piensa: “¡Ya viene! ¡Ya viene!”, y los pasos se acercan escapando al flujo del tránsito.

>> Moments...
(Pâg. 25)
Ambos sentían una falta de interés por el mundo y la sociedad que rayaba en la animadversión y, también, en el recelo. Parecían estar convencidos de que, aparte de su pareja, no existía nadie en quien pudieran confiar.

(Pàg. 42)
Por más que los separara una pared, vivir expuestos a los sonidos mutuos ¿no equivalía quizás a haber iniciado una vida en común? Dejando de lado que ambos fueran, o no, conscientes de ello, todos los sonidos que producían –al comer, tirar de la cadena del váter, lavarse la cara o cepillarse los dientes- iban infiltrándose en cada uno de los rincones de sus casas. Y, sin darse cuenta, un hombre y una mujer vivían empapándose de los sonidos de la vida del otro a la vez que se impregnaban de los sonidos de la vida propia. Y, al tomar consciencia de ello, podían considerarse ya como una pareja que compartía las miserias y la suciedad de la existencia de dos.

(Pàg. 53)
(...) a veces, tenía la sensación de que eran una pareja que había renunciado a algo importante. Aquella serena estabilidad, que se sustentaba en la confianza mutua y en el amor, iluminaba sus días con una suave luz neblinosa, pero, al mismo tiempo, conllevaba el hastío de unos seres que están viviendo la vida que sigue al fin de algo.

(Pàg. 67)
- (...) ¿Quieres que te dé el secreto para durar muchos años?
- No se moleste –repuso Sakaguchi con frialdad.
- Pues consiste en no querer saberlo todo del otro –prosiguió Kobayashi haciendo caso omiso del comentario-. La información exhaustiva destruye la fe.

(Pàg. 110)
“El ser humano es muy extraño”, pensó Shun’ichi. “Tras vivir, día tras día, como si te persiguiesen, luego, al dirigir la vista hacia atrás, te sientes como si hubieras estado muerto. No es que hayas vivido sin tener conciencia de la muerte, tampoco es que hayas vivido con la sensación de estar muerto, es que te ves a ti mismo, literalmente, con la actitud de un muerto (...)”

(Pàg. 118)
- Rezaba por ti.
- ¿Por mí?
- Para que tuvieras salud. ¿Y tú?
- Yo también rezaba por ti.
Shun’ichi soltó una risita.
- ¿Qué pasa?
- Nada, nada –cortó el. Luego cambió de parecer-: Parece que no somos de los que rezan por la paz en el mundo –confensó.

(Pàg. 129)
Convencida por el médico y por su marido, Izumi consintió en operarse. En la etapa en que tomó esta decisión, estaba resignada a la idea de no tener hijos. Logró concencerse a sí misma diciéndose que son muchas las mujeres que no los desean. Pero, después de la extirpación, descubrió que hay una gran diferencia entre no tenerlos y no poderlos tener. Y esa diferencia sólo puede comprenderla la propia afectada.

(Pàg. 141)
Saeko no pudo familiarizarse con la palabra soledad. O, tal vez, lo que sucedía era que estaba tan familiarizada con esta sensación que no era capaz de distinguirla de forma precisa.

(Pàg. 149)
”Quizá sea algo inherente al hombre; necesita tomar conciencia de la muerte”, aventuró Shun’ichi. “¿No habrá en el interior del ser humano un circuito de conveniencia que haga que no llegar a tener una conciencia real de las catástrofes ineludibles –el tipo de tragedias que ocurrirán, algún día, con toda certeza- hasta el instante en que llegan? Puede que ésta sea una valiosa cualidad para vivir obviando el miedo. O un mecanismo para evitar la irritación. En nuestro país hay terremotos, hay actos terroristas llevados a cabo por sectas religiosas: la conciencia de control de la crisis debe haber alcanzado una cota altísima. Las advertencias y las reiteraciones de las advertencias para prevenir el crimen lo inundan todo. Mientras, por una parte, esto hace aumentar la conciencia de crisis hasta la exageración, por otra, en el momento en que el hombre se para a reflexionar sobre ello, empieza a considerarlo como algo ajeno. Cualquiera que sea la situación de peligro, él es el único que no se incluye en el cómputo del desastre.
”Quizá éste sea un gran problema. Las cuestiones irresolutas se van acumulando y el tiempo va siguiendo su curso mientras éstas se hinchan como el interés bancario. Siendo, o no, conscientes de eso, desviamos la vista del paisaje de fondo y distraemos, con la precipitación de la vida diaria, el presentimiento de que ocurrirá algo terrible. Bloqueamos el pánico hacia el desastre con las inquietudes de lo inmediato y vamos trampeando como podemos mientras dejamos la s cosas pendientes de juicio y consideración.”

(Pàg. 151)
- ¿No crees que nos equivocamos en algo? ¿Qué dejamos de lado lo esencial? Dicen que “bien está lo que bien acaba”. Pues parece que nosotros vivimos justo al revés.
- ¿No le parece que, tal como están las cosas, no podemos permitirnos pensar en el final? Solamente en esforzarnos al máximo en el presente.

(Pàg. 153)
Desde el instante en que has tomado conciencia de la muerte, vivir centrado en ti mismo lleva consigo, inevitablemente, la soledad. Tal como dicen los filósofos, si partimos de la premisa de que la génesis del espíritu del hombre se halla en el miedo a la muerte, la soledad forma parte de la naturaleza intrínseca del ser humano. Auspiciado por el espíritu, el hecho de que el hombre, como especie, necesite un compañero y deje descendencia conlleva un valor añadido que se opone a la soledad hasta igualarla. Si a esto lo llamamos amor, el amor y la soledad quizá sean las dos caras que conforman el ser humano. En ambos casos, son un amor sin razones y una soledad sin razones. Shun’ichi amaba a Saeko. Tenía la sensación de que la amaba más que nunca. Al mismo tiempo, se sentía asaltado por una soledad terrible y anormal.

(Pàg. 238)
El ya no puede remontarse hasta aquel tiempo. Pensó que los recuerdos eran como sueños, eran como la sombra de las nubles que proyectan unos rayos de sol cambiantes.

>> Altres n'han dit...
Reseñando, Entre libros, Mis lecturas semana tras semana, Papel en blanco,

>> Enllaços:
Kyoichi Katayama, la cerca de la identitat en una societat desorientadaoxigen per la humanitat,  valential'efecte "kimono"literatura buida i infantil?, nadar entre dos aigües, aspectes socials i legals sobre la reproducció assistida al Japósoledat, objectiu vital prioritari: maternitat.

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