El día en que murió Stalin / La mujer - Doris Lessing



"Hombres de peso, eso eran; hombres de sustancia, hombres que reclamaban deferencia. Y no obstante... ahí estaban (...)"







Lessing, Doris. El día en que murió Stalin / La mujer 
Barcelona: Plaza & Janés Editores, 2001

The day Stalin died / The Woman. Traducció de Marta Pessarrodona.
Col·lecció De bolsillo, 37



::: Què en diu la contraportada...
Estos dos magníficos relatos constituyen una prueba acabada de las excepcionales dotes de Doris Lessing para la narración corta. Con sutileza y fina ironía, dando tanta relevancia a lo explícito como a lo sugerido, cuenda dos historias de temática muy distinta pero aunadas por un mismo sentimiento: el incorregible ahínco con que los seres humanos intentamos ocultarnos la postergación y la frustración que depara toda vida, valiéndonos de los convencionalismos sociales, la hipocresía e incluso la imaginación más desaforada. En El día en que murió Stalin la protagonista se ve arrastrada a un absurdo y vano ritual social en un estudio fotográfico de Londres, precisamente el día en que se publica la noticia de la muerte del dictador soviético. En La mujer, dos elegantes militares retirados, uno inglés y el otro alemán, confraternizan a la fuerza en un balneario británico, patéticamente hechizados por una joven y hermosa camarera que, aparte de burlarse de ellos, consigue extraer lo peor de cada uno.

::: Com comença...
El día empezó mal para mí, con una carta de mi tía de Bornemouth. Me recordaba que yo le había prometido acompañar a mi prima Hessie para que la fotografiaran aquella tarda. Se lo había prometido y lo había olvidado todo al respecto.
El día en que murió Stalin

::: Moments...
(Pàg. 12) 
(...) en ciertas ocasiones la prensa capitalista, sin duda sin advertirlo, decía la verdad.
El día en que murió Stalin

(Pàg. 29)
- (...) Va a haber cambios, sin él. No es que me importe demasiado lo que pasa allí, pero no están muy acostumbrados  a la democracia, ¿no? Quiero decir que si la gente no está acostumbrada a algo, tampoco lo echa en falta.
El día en que murió Stalin

(Pàg. 34)
Cayó un libro del diván junto a mí. Era Pranzing Nigger,de Ronald Firbank. Nuestro anfitrión se agachó para recogerlo, ansioso.
- ¿Habéis leído a nuestro Ron? –preguntó.
-  De vez en cuando –dije
-  Personalmente, no leo nada más –dijo él-. En la mediad de mis conocimientos, él dijo la última palabra. Después de leer todas sus obras, empiezo de nuevo por el principio y las releo por completo. No veo que tenga sentido que alguien escriba después de Firbank.
El día en que murió Stalin

(Pàg. 37)
- (...) Se muere Stalin – dijo tía Emma-. O así quieren que lo creamos.
- ¿Stalin? –dijo nuestro anfitrión
- Aquel hombre de Rusia –explicó tía Emma.
- Ah, se refiere al Tío José. Bendito sea (...).
El día en que murió Stalin

(Pàg. 42)
- (...) Cuéntame, querida, todas las cosas interesantes que haces –dijo tía Emma, de repente áspera.
Tía Emma siempre dice lo mismo; y siempre intento con denuedo pensar en aspectos de mi vida adecuados para presentarle a tía Emma.
El día en que murió Stalin

(Pàg. 49)
Los dos caballeros entrados en años aparecieron en la terraza del hotel al mismo tiempo. Se pararon y refrenaron su súbito impulso de retirada. Sus primeras e involuntarias miradas se habían visto sorprendidas, incluso  perturbadas. Ahora permitieron que sus ojos intercambiaran un largo, estirado reverbero de odio, antes de seguir cada uno distintos caminos.
La mujer

(Pàg. 50)
Una bonita camarera se acercó tranquilamente a la mesa para tomar nota. Los dos periódicos siguieron imperturbables. Por el borde de uno, herr Scholtz pidió vino caliente: desde el refugio del otro, el capitán Forster pidió té... con leche.
La mujer

(Pàg. 57)
Los dos caballeros evitaban mirarse en el comedor, y cada uno cruzaba la calle, si veía que el otro se acercaba. Adoptaban una mirada que sugería que muy bien podían pensar que Suiza –en cualquier caso, tan tarde en la temporada- no era lo que había sido.
Los dos, no obstante, siguieron siendo caballerosos; y se les podía ver observando la escena social de flirteos, fracasos y éxitos con la tranquila autoridad de aquellos bien capacitados a base de un larga familiaridad con ella, para valorar y emitir juicios. Hombres de peso, eso eran; hombres de sustancia, hombres que reclamaban deferencia.
Y no obstante... ahí estaban (...).
La mujer

(Pàg. 60)
Allí estaban sentados herr Scholtz y el capitán Forster, contemplándola con mirada furiosa y resentida.
Rosa entrecerró sus ojos azules de rabia y su boca se hizo delgada y fría, en agudo contraste con la ternura de un momento antes. Disparó amargas miradas a un caballero y otro, y acto seguido bostezó una vez más. En esta ocasión fue un gran bostezo, despreciativo, prolongado; y se dio una palmada en la boca para dar énfasis y dejar escapar la respiración con una larga nota descendente, que, no obstante, cortó pronto, como si diera a entender que verdaderamente no podía perder el tiempo, ni siquiera en esta pequeña demostración. Luego, dio media vuelta delante de ellos con un crujido de tela almidonada, taconeando, y se dirigió adentro.
La mujer

(Pàg. 86)
- (...) En ocasiones me pregunto cuántos hijos además de esos tres. A veces miro a un joven por la calle que guarda cierto parecido y me pregunto: ¿será mi hijo? Sí, sí, amigo mío, ésta es una pregunta que todo hombre debe hacerse, a veces, ¿no?
La mujer

::: Altres n'han dit...
Leemos, Eugenia Almeida, Pep Grill.

::: Enllaços:
Doris Lessing, estil.


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