Otra vida por vivir - Theodor Kallifatides





"(...) Por eso escribía. Para que en mi pueblo hubiera una calle con mi nombre, para que hubiera una escuela con mi nombre, para seguir existiendo (...)."






Kallifatides, Theodor. Otra vida por vivir
Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2019

Μια ζωή ακόμα. Traducció de Selma Ancira.
Col·lecció Narrativa, 213


::: Que en diu la contraportada...
«Nadie debería escribir después de los setenta y cinco años», había dicho un amigo. A los setenta y siete, bloqueado como escritor, Theodor Kallifatides toma la difícil decisión de vender el estudio de Estocolmo, donde trabajó diligentemente durante décadas, y retirarse. Incapaz de escribir y, sin embargo, incapaz de no escribir, viaja a su Grecia natal con la esperanza de redescubrir la fluidez perdida del lenguaje.
En este bellísimo texto, Kallifatides explora la relación entre una vida con sentido y un trabajo con sentido, y cómo reconciliarse con el envejecimiento. Pero también se ocupa de las tendencias preocupantes en la Europa contemporánea, desde la intolerancia religiosa y los prejuicios contra los inmigrantes hasta la crisis de la vivienda y su tristeza por el maltratado estado de su amada Grecia.
Kallifatides ofrece una meditación profunda, sensible y cautivadora sobre la escritura y el lugar de cada uno de nosotros en un mundo cambiante.

::: Com comença...
El año pasado, en invierno, unos cuantos días antes de Navidad, me invitaron a un acto literario panescandinavo en Helsingborg, la segunda ciudad más grande del sur de Suecia, con unos cien mil habitantes más o menos.  

::: Moments...
(Pàg. 18)
Hacía lo que hacía no sólo porque así lo deseaba, sino porque alguien más lo había hecho y lo había escrito.  La literatura había dado forma a mi vida casi tanto como las condiciones políticas y económicas de mi época.

(Pàg. 19)
Nos gusta presumir de que nuestros sentimientos son auténticos. Con frecuencia lo son. Pero con la misma frecuencia son una puesta en escena de un gran director: el arte que nos rodea, los libros que hemos leído, los cuentos que nos contaban cuando éramos niños.

(Pàg. 26)
La escritura está, sí, dentro de nuestra cabeza, pero también alrededor de nosotros, en las paredes y en los muebles, en el olor a café, en la luz de la lámpara. En días benditos todo es escritura, y en días malditos nada lo es.

(Pàg. 67)
¿Y qué si mueres esta noche? Hace ya decenas de años que ves esas luces y esos árboles, aun muerto los recordarás. Nuestra vida no es un sueño, sino una sombra fugaz entre el tiempo y la luz. La muerte no te privará de nada, has probado ya todos los placeres. Has visto a tu mujer parir a tus hijos. A tu hijo convertirse en un hombre y a tu hija en una mujer. Has visto al cerezo de tu jardín crecer, a las olas del mar pulir los cantos, a las serpientes enredarse una al lado de otra. ¿Qué más puede ofrecerte ya este mundo? Bebe tu vino, date la bendición y cierra los ojos. Y si mueres esta noche, nada cambiará ni nada perderás.

(Pàg. 73)
La emigración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti. Entre otras, tu lengua. 

(Pàg. 86)
A veces tengo la impresión de que la vejez tiene un sentido: que alcancemos a arrepentirnos de lo que hicimos y no hicimos en la juventud.

(Pàg. 90)
Para cuando tomé la decisión de jubilarme, ya lo olvidaba casi todo. Mi cerebro era como un reloj que se había detenido en una hora equivocada. 

(Pàg. 110)
Los honores no me incomodaban. Al contrario. Por eso escribía. Para que en mi pueblo hubiera una calle con mi nombre, para que hubiera una escuela con mi nombre, para seguir existiendo. Lo que, por otro lado, habían hecho escritores y artistas hasta hace muy poco, hasta antes de que se impusiera la era de la inmediatez. La eternidad ya no está de moda. 

(Pàg. 113)
Esa era la hora de la poesía. El alba. El amanecer. El resto del día era para los prosistas.

(Pàg. 121)
- ¿(...) qué vas a hacer?
- Le voy a dar la vuelta al mundo. No para tener aventurillas y zonzadas, sino para oler la tierra de norte a sur y de este a oeste. Quiero saber a qué huele el mundo.
- ¿Y luego?
- Luego. Luego no existe. Luego me moriré contenta.

(Pàg. 137)
(...) Freud se había obsesionado con el dolor de las mujeres por la falta de miembro masculino. Pero el dolor del hombre que no puede parir más hijos que sus obras es igualmente profundo. Me gustaba considerar mis libros como mis hijos, pese a saber que no era del todo lo mismo.

::: Altres n'han dit...

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