El gran mundo - David Malouf

"Habían sido días felices, a pesar de que corrían tiempos terribles."
 






Maouf, David. El gran mundo.
Barcelona: Libros del Asteroide, 2010

The Great World. Traducció de Juan Tafur.

::: Què en diu la contraportada...
Durante la segunda guerra mundial, dos soldados australianos, Digger Keen y Vic Curran, se conocen en un campo japonés para prisioneros de guerra. Keen es un hombre taciturno y atento, que lleva una existencia tranquila en una pequeña aldea cercana a Sídney. Curran es un hombre expansivo que después de una infancia de extrema pobreza desarrolla una brillante carrera empresarial. La peculiar amistad que se forja entre ambos durante la guerra continuará una vez liberados y terminará marcando sus vidas.

Mediante una inteligente combinación de escenarios y secuencias temporales, Malouf logra un admirable retrato de la vida de sus protagonistas y de acontecimientos que, como la depresión, la segunda guerra mundial o la expansión de los años cincuenta y sesenta, fueron cruciales en la evolución de la sociedad australiana a lo largo del siglo XX.

El gran mundo, publicada por primera vez en 1990, está considerada como la mejor novela de David Malouf. La amistad, la ambición, las relaciones entre hombres y mujeres y los vínculos familiares son algunos de los temas que el autor desarrolla en esta novela de aliento auténticamente épico que ganó el Commonwealth Writers’ Prize y el Prix Fémina Étranger.

:::Com comença...
La gente no siempre es amable, pero lo más amable era decir que Jenny era simple. 

::: Moments...
(Pàg. 22)
(...) apenas habías salido de esa niñez vertiginosa, su alma siguió viviendo al intenso compás del desafío, el terror y la juerga que en su fuero interno daban la talla de un hombre al límite de sus posibilidades. Cualquier otra cosa le parecía de una mansedumbre insoportable. 

(Pàg. 31)
Luego estaba la familia. Era también una especie de lugar, un lugar en el tiempo. SI uno le daba la espalda y la abandonaba, era como soltarse de la cadena de las cosas. Esa cadena era la sangre. Cuando uno abandonaba a su familia, se le vaciaba de sangre el corazón. 

(Pàg. 72)
(...) sus padres y sus abuelos eran los chicos que habían conquistado el país, habían desalojado a los negros y se habían hecho famosos en la guerra. Ahora todo eso había terminado. La vida era un asunto doméstico, consistía en asegurarse el sustento y preocuparse por dar de comer a los niños y llegar a fin de mes o, peo, todavía, en ponerse a la cola para los subsidios; y todo eso con la vaga sospecha de haber sido traicionados (aunque, ¿quiénes eran los traidores?), y con un rencor sordo que precisaba alguna salida, alog que uno pudiera señalar y moler a puñetazos. 

(Pàg. 75) 
Habían sido días felices, a pesar de que corrían tiempos terribles. 

(Pàg. 86)
(...) conocía el mundo. La crueldad, la maldad, le caían uno encima como una bofetada. Una mano grande y húmeda como una caballa, que se le estampaba a uno contra la cabeza y lo arrojaba de costado, y en ese segundo le hacía ver lo malvado que era todo. 

(Pàg. 112)
Vic no había traído consigo nada de su vida anterior, pero, por ser invisible, esa misma vida era un lastre aún más pesado, y habría estado encantado de dejarla también atrás, de arrojarla al inodoro borrascoso del tren, salvo que no había modo de ponerle las manos encima. La traía metida dentro, en las raíces del pelo, en las huellas que sus dedos dejaban en todo lo que tocaban. 

(Pàg. 141)
Estaban en un tiempo sin límites, como el espacio del propio campamento. Y sin límites, el tiempo perdía significado. 

(Pàg. 154)
La locura se había desatado, eso estaba claro. Hacía apenas unos segundos, habían estado en un mundo conocido, humano, pese a lo dura que fuera su suerte allí, y al cabo de un momento habían entrado en otro donde valía todo y todo sucedía, la furia más animal, la oscuridad, la sangre, los roncos bramidos que trepidaban por encima de las palabras. Todos, hasta el último, gritaban a la vez. 

No podía durar. No podía. Pero, mientras duró, durante lo que pareció una eternidad, no hubo orden, ni reglas, permanecieron todos en un lugar salvaje y primitivo. 

(Pàg. 160)
“(...) lo único que necesito es tiempo.” El primer paso había sido agachar la cabeza y seguir viviendo. 

(Pàg. 171)
(...) estaban las conversaciones con su madre. Tenían lugar fuera del tiempo, hasta donde medían el tiempo los relojes y los calendarios, no había en ellas ni un antes ni un después. 

(Pàg. 192)
- (...) Mira a tu alrededor, tío. Y ríete si puedes. ¿No es esto lo que nos advertían? ¿Lo que querían mostrarnos?
-¿Qué? –quería saber Digger-. ¿El infierno? ¿Crees que es ahí donde estamos?
Se acordaba de su padre, los domingos en que habían estado juntos. El infierno era sólo el nombre que la gente daba a lo peo que podía imaginarse, a lo peor que les podía pasar. Pasaba, nada más. Y nadie se merecía lo que le pasaba. Más valía ir convenciéndose, porque creer cualquier otra cosa era una locura. No nos merecemos esto. Nadie se lo merece. No hemos hecho nada malo, tan malo, ni el peor de nosotros, ni siquiera tú, Douggy, ¡aunque seas un hijo de puta! Sin embargo esto es lo que nos ha tocado. Tailandia es un lugar como cualquier otro. Hay gente que vive aquí toda la vida (...). 

(Pàg. 194)
El problema, pensó, es que nunca nos han enseñado nada útil. Ni siquiera los libros. Ni los mejores. Hay que aprenderlo todo por cuenta propia, a media que se presenta. 

Él estaba aprendiendo, estaba claro; todos ellos. A algunos les dictaba lecciones el estómago: por ejemplo, hasta dónde puede uno estar muriéndose y sin embargo seguir arrastrándose de un día al siguiente. Era la lección sobre la historia de los imperios y los costes de su construcción. 

(Pàg. 197)
Habían llegado al punto más lejano al que podían llegar, vinieran de donde vinieran, y no podían llevar hasta allí ninguna cualidad humana. El lugar no sabía reconocerlas, nunca las había conocido, desde el comienzo de los tiempos. Era un lugar primigenio, hecho de relente vegeta, donde jamás se había concebido nada humano. 

(Pàg. 204)
Ahora que les habían arrebatado casi todo, y tal vez para siempre, llevar la cuenta del tiempo, que era algo que los japoneses no podían controlar (un asunto entre uno y el sol, nada más), le ofrecía un último espacio de libertad, un recordatorio de lo que había sido esencial en su antigua vida. 

(Pàg. 209)
Hasta entonces, el tiempo habían sido momentos, días que se destruían a sí mismos al pasar, y esa noción del tiempo como un proceso discontinuo le había permitido mirarse a la cara y aguantar. Era una vida vertical. Uno se plantaba encima de cada momento, y si era fuerte, y tenía algo de suerte, conseguía saltar hasta otro momento. No eran más que momentos, saltos. Pero ahora, tenía que aceptar otra vez la idea de que él mismo era un ser continuo que pertenecía al pasado y volvería a tener una vida en el futuro. Y eso le daba miedo: en esa vida normal que veía venir, tenía que reflotar otra noción del tiempo, y con ella una vida entera, que simplemente había tenido que suprimir para no desmoronarse. 

(Pàg. 210)
(...) el pestazo que traían encima., que no era sólo sudor y mierda y vómito, sino el resultado de cuatro años de esclavitud, una auténtica enfermedad del alma. Eso lo marcaba a uno para siempre. No había manera de dejarlo atrás. 

(Pàg. 222)
Nunca antes había sido tan consciente de todo lo que consume la vida, de todo lo que escupe de vuelta, una vez que ya no tiene utilidad. No sólo las cenizas, los huesos, sino toda esa inmensa pila de desechos que produce cualquier vida, suponiendo que uno pudiera reunirla y mirar el conjunto: todo lo que una persona se puso, todo lo que agotó, extravió, empeñó y olvidó, todo lo que arrojó cada mañana en la papelera. Había que pararse a pensarlo. Y luego imaginárselo multiplicado por millones. 

(Pàg. 240)
(...) el calor de la jungla y la humedad no tenían relación con la geografía (y él sabía de geografía), sino con un estado al que su cuerpo se había entregado una vez y del que nunca estaría del todo libre. 

(Pàg.299)
Llegó a la cima, miró alrededor, tomó nota de todo y, luego, acurrucada en una roca entre los pastos altos, abrazándose el pecho, se entregó a la amargura. 

Ahora que todo estaba a punto de pasar, que su sueño iba a hacerse realidad y la paz descendería sobre ella y todos los ojetos de su vida se juntarían a su alrededor, ahora ya no quería nada de eso, en absoluto. Ya no quería que su propia vida (cincuenta y cuatro años, hechos de días y días y desilusiones y derrotas y pequeños triunfos silencioso) cobrara por fin forma y se apilara a su alrededor, para que ella misma pudiera decir: “Eso ha sido todo”.

(Pàg. 332)
(...) las cosas ya no eran duras, eran fáciles, y Vic y otros hombres como él las habían hecho fáciles. Ahora los jóvenes tenían tiempo de divertirse. Tampoco era un crimen, ¿no?

Discutían por nimiedades, por la longitud del pelo de Greg y la ropa que se ponía. A Ellie le parecían nimiedades. Sin embargo, a Vic le sacaba de sus casillas ver a su hijo y a todos los gandules con los que pasaba el tiempo vestidos como desharrapados. Con aquellos chalecos viejos, aquellas camisas sin cuello que habría podido usar su padre. Esos vestidos roñosos y anticuados, como el que les habían regados a ellos después de la guerra, todavía con las manchas de sudor (los tenían sin cuidado) y, en las dos solapas, las insignias de esa guerra que supuestamente estaban librando, llenas de consignas extravagantes y proclamas de rebelión. Esos sombreros Akubra desvaídos (salvo aquellos payasos, solamente Digger seguía llevando sombrero), y las corbatas grasientas, y los fulares, todos comprados en los mercados callejeros, o en Tempe Tip, o en los anaqueles de la sociedad San Vicente de Paul; toda esa extravagante vestimenta de moda, que evocaba una miseria que desconocían por completo y que les importaba un rábano pese a toda aquella palabrería hecha de eslóganes y principios harapientos sobre una revolución que nunca tendrían que hacer. 

::: Què en penso...
A El gran Mundo David Malouf ens relata dos camins paral·lels, dues maneres d’entendre la vida, que conflueixen en un punt comú a partir del qual no poden deixar d’orbitar una al voltant de l’altra tota la resta de la vida.

Dos conceptes vitals que representen, permeteu-me, una mena de ying i yang. Així, els contrastos serveixen per definir –i delimitar- cada un dels dos protagonistes: la ciutat i el camp, l’empresari i el treballador, la reflexió enfront l’instint o l’impuls, la vida enfront la guerra i -anant al nucli- l’amistat enfront la camaraderia.

Dues vides paral·leles en definitiva que, a la vegada, serveixen a l’autor per vestir un retrat històric de la consolidació d’Austràlia durant bona part del segle XX.

Malouf, per donar forma i contingut –cos i esperit- a la seva parella protagonista, va de l’allò general (i històric) a l’allò particular (i fictici) que estructura en tres parts ben diferenciades - infantesa (orígens humils i paupèrrims a la Gran Depressió), joventut (lliçó de vida i supervivència a la II Guerra Mundial) i maduresa (balanç i equilibri vital als anys de post guerra amb la recuperació econòmica)-.

Personalment però, crec que el protagonista únic de la novel·la és el Temps: el seu pas inexorable i els seus efectes, no només a la vida de les persones ans també a l’esdevenir de les societats. Potser per això El gran Mundo m’ha deixat una imprompta considerable en el meu currículum lector.

Parlàvem abans del ying i del yang. Potser millor parlar de com la vida s’equilibra constantment. De com s’autoregula per no fagocitar-ho tot. Aquesta cerca de l’armonia és, de fet, la base en que es fonamenta la relació entre els dos protagonistes, més enllà d’un concepte d’amistat que segurament quedaria curt i esbiaixat per descriure-la.

Potser per això David Malouf basa tota l’estructura narrativa i argumentativa de la novel·la en una lectura no seqüencial de la història narrada. Però més enllà d’aquesta dispersió temporal, més enllà de la utilització del recurs dels flashbacks en la línia temporal narrativa, l’autor també proposa (i ens fa partícips) d’una sèrie de retorns (potser de retrobaments) al més fons de la consciència humana. Uns episodis que permeten descobrir a cada un dels personatges les seves paüres però també les seves fortaleses.

En tot cas, tant a la primera com a la segona part, la minuciositat i el detallisme amb que descriu la psique (i l’ànima) dels personatges és excepcional, aconseguint un retrat psicològic molt complet. Sobretot en les escenes de presidi i treballs forçats, on l’autoconeixement dels límits del cos físic (malalties, amputacions) i de la ment (escapada al món interior per defugir del terror i la malaltia i l’elasticitat del Temps) que experimenten els dos protagonistes, són la base de la relació que a partir de llavors marcarà les seves vides.

La novel·la ens ofereix una primera meitat exquisida, de ritme vibrant i amb una història interessant i corprenedora. Però li segueix una segona part que aposta per deixar la (H)història i parlar de la quotidianitat. El resultat és que la novel·la es fa llarga. Tot i amb això, complementa el retrat generacional a la perfecció i segurament, si no existís, la podríem trobar a faltar.

Veig a la Xarxa que alguns lectors consideren El gran Mundo, una novel·la lenta i difícil de seguir. Bàsicament degut a la seva llargària, al tractament no lineal del temps i la total immersió que fa l’autor en la psique dels dos protagonistes.

Jo, al contrari, crec que Malouf ha fet una novel·la gran. I és gran perquè, a banda del què t’explica, a banda dels personatges i de la component intimista que té, la seva lectura és exquisida; una prosa èpica però a la vegada poètica, intensa i força visual, que malgrat els matisos que destil·la no es fa en cap moment opulenta.

I sí. Malgrat que hi ha moments que Malouf no aconsegueix mantenir-la anivellada, El gran Mundo és, en conjunt, una novel·la poderosa, potent, engrescadora.

::: Altres n'han dit...
Llibres llegits i per llegirLeo cuanto puedo, Pasen y lean (Javier Cercas)Fantasticmag, AsiaRed (Eva Queralt), Cicutadry (Jaime Molina), Publisher Weekly, Austrailan Book Review (Gerard Windsor).

::: Enllaços:
David Malouf, novel·la fàcil o difícil?la guerra i la qüotidianitat, l'infern a la terra o l'orígen d'una amistat.

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