Rompepistas - Kiko Amat




"Era lo único que importaba. Nosotros. Lo que fuimos."




Amat, Kiko. Rompepistas. 
Barcelona: Anagrama, 2009. 

Col·lecció Contraseñas, 203



 Que en diu la contraportada...
Corre el verano de 1987, y para Rompepistas, un punk miope y desgarbado de diecisiete años nacido en el extrarradio de Barcelona, los únicos que importan son Generation X, los Clash, los Jam y su propio grupo, Las Duelistas. Las horas se aceleran al lado de sus mejores amigos: Carnaval, el batería gordito, Clareana, su ex novia, y el Chopped, cabecilla de los Skinheads por la Paz. Son los chicos con botas, con las almas rotas y la ropa descosida, sin modales y sin futuro, sin nada que perder. Y el universo de Rompepistas parece a punto de estallar. Llena de patadas y puñetazos, punk rock y reggae, victorias pírricas, curas malvados y el desespero callado del cinturón industrial barcelonés, Rompepistas es una emocionante novela de iniciación que narra con intensidad y gran sentido del humor el paso de la adolescencia a la primera juventud. Escrita con profunda sensibilidad, ritmo y con la exacta mezcla de misantropía e ingenuidad de aquel Holden Caulfield que sedujo a millones de lectores en El guardián entre el centeno, esta novela explora la amistad y la culpa, los lazos de sangre, las promesas rotas y la redención del baile, y desgrana los miedos y avatares de la pérdida de la inocencia.

 Com comença...
Hubo una época en que yo no era quien soy. En aquel tiempo era otro, y respondía a otro nombre. O quizás no es que fuese otro; quizás es sólo que tenía diecisiete años, y los diecisite son un planeta distinto. Un mundo extraño donde las cosas se hacen de otro modo, de un modo que no puedes juzgar con instrumental de hoy.

 Moments...
(Pàg. 43)
Curas barbudos, curas con chándal, curas con chirucas, curas con guitarra, curas con aliento de madriguera de ave carroñera africana, curas con respiración de catacumba, rojo el iris y negras las intenciones.
Pero todos: curas cabrones.
Allí fuimos a parar los dos, Carnaval y yo y nuestros infantiles culitos imberbes.
Carne de cañón.
Échale la culpa al boogie.
O mejor: a mis padres. Échales la culpa a mis padres, que eso no se lo perdono. Ni loco, vamos.

(Pàg. 54)
Mirad: somos punks i skins, somos los chicos con botas, somos las ratas con botas, somos feos y pajeros y tiñosos, buscabullas y culoapretados, espitados y bocazas y chulos, botas sucias y caras brutas, los paquetes estrujados y las cabezas rapadas, rotos y descosidos en la ropa y en el alma, malas dentaduras y mal cutis, los peores empleos y barrios, somos la gente que no quieres conocer y venimos de los sitios adonde no quieres ir, nacidos para ser carn d’olla, nacidos para fracasar, el eslabón más bajo de la cadena alimenticía, pisando charcos en la ciudad podrida, carnaza de descampado y bóbila y calimocho, comiéndonos las consonantes y comiéndonos los mocos, expulsados y castigados, sin recreo pero también sin clase, sin clase de ningún tipo (...).

(Pàg. 88) 
Ese olor a menta espontánea que es el olor a mi barrio, menta callejera que brota en las aceras, como desoyendo la fealdad y la mierda que hay en todas partes, peppermint con hielo y sifón en el viento, vermuts por las esquinas.

(Pàg. 91)
La gente trivial sufre trivialmente. La gente excepcional sufre excepcionalmente. No pasa nada por sufrir; todo el mundo sufre. Y, más importante, todo el mundo se equivoca.

(Pàg. 95)
(...) un día me enamoré de ella, porque yo me enamoraba todo el rato, ésa era mi costumbre, no era nada excepcional, mi hobby, sólo que de Clareana me enamoré más. Y ella de mí.

(Pàg. 96)
Y un día me entró el cansancio. Un día me agoté. Un día hace un par de meses me cansé de ella, me atragantó su devoción, un año juntos, yo quería ser duro, quería volver con los chicos de las botas a jornada completa, me estaba perdiendo destroys, me estaba perdiendo masacres y embotellamientos, el corazón se me puso reumático, se acabó mi borrachera espiritual, todo lo que hacíamos me cansaba, y sus besos me urticaban y sus abrazos me daban escarlatina y viruelas y diarreas.

(Pàg. 102) 
Se trata de tocar y tocar y tocar y bailar y bailar y bailar para mantener a raya la marea de la tristeza. Bailar y tocar para no empezar a llorar nunca más, para descolgar el pelado crucificado de su cruz de sufrimiento.

(Pàg. 105)
(...) El punk fue nuestra salvación. Porque en este pueblo... ¿Cómo escoger un color, cuando lo único que hay son distintos tonos de gris mierda? ¿Cómo seleccionas el zurullo más guapo del vertedero? ¿El más apuesto?
Este pueblo nos estaba matando. Este pueblo tiene que responder de muchas cosas.

(Pàg. 123)
(...) miré a Carnaval. Y él me miró a mí. Y en el extremo de su boca, otra vez, volvió esa torcedura de labio. Las lágrimas le grababan las mejillas como nervios en el reverso de una hoja de árbol, pero en su boca, aquella sonrisa.
¿Cosas así? No las pueden matar. Algo así no se puede aplastar.

(Pàg. 153) 
- No sé qué voy a hacer, pero seguro que no seré De Ellos.
De Ellos, dijo. Señalando con sus uñas de ántrax al resto de ovejitas subhumanas del patio, sus revistas de SoloMoto, sus jerséis trenzados, sus notas de selectividad, sus vidas hipotecadas a treinta años.
Saber distinguir entre los Nuestros y los Otros, saber distinguir si eres De Ellos o no, es una de las primeras cosas que uno aprende aquí, en este pueblo.

(Pàg. 166)
Son comadrejas. Serpenteantes, sonrisahiena, caras enjutas por la heroína pasada, pómulos en sus mejillas que son como signos de interrogación de final de pregunta, caras estrujadas de flacas, como su una mano invisible les estuviese apretando las mejillas.

(Pàg. 181)
(...) pienso en la pregunta de mi madre.
¿Por qué hacemos esto?
Si yo fuera inteligente, sabría la respuesta a esta pregunta. Creo que todo lo que hacemos lo hacemos porque es lo que más se acerca a continuar siendo niños. Porque ninguno de nosotros podía aceptar que lo de ser niños se había terminado, y queríamos seguir jugando. Queríamos disfraces y aventuras y fantasía y romance. Y esto era un sustitutivo decente: las chapas de hojalata y el llavero dringui-li-drong, las canciones escandalosas, la ropa rasgada, los empujones por las esquinas, los cabellos de colores y el grupo. La panda.(...)
¿No es eso la adolescencia, después de todo? Un estiramiento inhumano y antinatural y dañino de la niñez. Un disparar los últimos cartuchos antes de ingresar en la vejez.

(Pàg. 211)
(...) pero quizás hay penas que ni el baile se lleva, hay penas que se te quedan ahí dentro, como lapas, como liquen, para el resto de tu vida.
Algunas cosas no tienen arreglo en esta vida, y hay que aceptarlo así.

(Pàg. 307)
(…) se merece, al menos, vernos chulos como ochos, arrogancia original, firmes. Un homenaje a los chicos con botas que fuimos, bolsillos vacíos y cojones llenos, esas canciones eran lo único que teníamos. Eso, y a nosotros mismos.
Era lo único que importaba.
Nosotros. Lo que fuimos.

(Pàg. 309)
(...) quizás sea la tristeza por los años del frescor, los años que nunca volverán, las cosa que pasaron, las cosas que hicimos, la tristeza por los chicos con botas, los años que dejamos pudrir, que se nos murieron en las manos, sin querer, sin que pudiésemos hacer nada para evitarlo, esa tristeza que llevo ahí, incrustada en la piel, hasta el día en que me muera, y que cada tiempecito sale a golpes, derramándose por los ojos y se lo lleva todo menos el recuerdo.
El recuerdo nunca.

 Altres n'han dit...
La finestra digital, El hombre sentimentalLa fonoteca, Músicas del azarÚltimo ResorteRevista de Letras, SPECTRAAgitar después de usarPequeños objetivos, Pep Grill.

 Enllaços:
Kiko Amat, la novel·la en context a l'obra de l'autor, constantsno és l'estil; és el ritmethe soundtrack.

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