Diario del año de la peste - Daniel Defoe



                                                                                               


"(…) ¿qué más podría añadir? ¿Qué más podría decir para retratar más vívidamente la miseria de aquellos tiempos, o para daros una idea más exacta de esta compleja desgracia?"








Defoe, Daniel. Diario del año de la peste
Madrid: Editorial Impedimenta, 2010


A Journal of the Plague Year. Traducció de Pablo Grosschmid




::: Què en diu la contraportada…
Considerada una de las cumbres de la literatura inglesa de todos los tiempos, el Diario del año de la peste es un escalofriante relato novelado en el que se describen con crudeza los horribles acontecimientos que coincidieron con la epidemia de peste que asoló Londres y sus alrededores entre 1664 y 1666. Daniel Defoe, con precisión de cirujano, se convierte en testigo de los comportamientos humanos más heroicos pero también de los más mezquinos: siervos que cuidan abnegadamente de sus amos, padres que abandona a sus hijos infectados, casas tapiadas con enfermos dentro, ricos huyendo a sus casas de campo y extendiendo la epidemia allende las murallas de la ciudad. El Diario del año de la peste es una narración dramática y sobrecogedora, con episodios que van de lo emotivo a lo terrorífico, un relato preciso y sin concesiones de una altura literaria que todavía hoy es capaz de conmovernos hasta las lágrimas.

::: Com comença…
Fue en los comienzos de septiembre de 1664 cuando, mezclado entre los demás vecinos, escuché durante una charla habitual que la peste había vuelto a Holanda (…)

::: Moments…
(Pàg. 28)
He escrito este extremo tan detalladamente, porque no sé si podrá ser de utilidad a aquellos que vengan después de mí, si les aconteciese el verse amenazados por el mismo peligro y si tuviesen que decidir de la misma manera; por ello, deseo que esta narración llegue a ellos más en calidad de orientación de sus actos que de historia de los míos, puesto que no les valdrá un ardite el saber lo que ha sido de mí.

(Pàg. 37)
(…) cuando vimos que el mal se aproximaba sin lugar a dudas, cada uno de nosotros se vio a sí mismo y a su familia en el mayor de los peligros (…) Todo Londres lloraba; ciertamente no se veían dolientes por las calles, ya que nadie vestía de negro ni usaba vestidos formales de luto por sus amigos más íntimos; pero el clamor de los dolientes se dejaba oír en verdad por las calles.

(Pàg. 42)
(…) casi todos tenías aprensiones muy fuertes sobre alguna calamidad espantosa y un castigo que caería sobre la ciudad; y ello principalmente por la visión de ese cometa (…).

(Pàg. 43)
(…) las gentes eran, no puedo imaginar por qué causa, más adictas de lo que nunca fueron, antes o después de entonces, a las profecías y conjuros astrológicos, sueños y cuentos de viejas.

(Pàg. 48)
Tampoco puedo exculpar a los clérigos que en sus sermones más bien hundían que levantaban los corazones de quienes les escuchaban. Indudablemente, muchos lo hicieron para reforzar el valor del pueblo y muy particularmente para incitarles al arrepentimiento, pero ello no convino ciertamente a su finalidad (…).

(Pàg. 49)
Todo mal engendra otros males. Estos terrores y aprensiones de la gente la llevaron a cometer miles de actos de debilidad, locuras y perversiones para las que necesitaban no una, sino varias clases de individuos malvados y pícaros que les alentasen, desde adivinos y bellacos, hasta astrólogos que les hicieran conocer su destino (…)

(Pàg. 52)
(…) los hombres verdaderamente serios y religiosos se consagraron de modo realmente cristiano al arrepentimiento y a la humillación, como es deber de todo pueblo cristiano.

(Pàg. 58)
(…) cuando la peste ya se esparcía notoriamente, pronto comenzaron a darse cuenta de que era una tontería confiar en esos vagos que les habían timado su dinero; y luego, sus temores los encaminaron en otra dirección, o sea, hacia la perplejidad y la estupidez, sin saber qué camino tomar ni qué hacer para auxiliarse o consolarse.

(Pàg. 81)
Podría contar muchas historias como éstas, bastante gracias, con las que me topé durante aquel interminable año de la peste -es decir, historias que oí- y que es muy posible que sean cierta, o muy próximas a la verdad, es decir verídicas a grandes rasgos, ya que entonces nadie podía enterarse de todos los detalles.

(Pàg. 83)
(…) el cierre de las casas no era una medida con cuyo cumplimiento se pudiese contar en absoluto. Tampoco cumplió su finalidad en lo más mínimo, y sólo sirvió para exasperar a las gentes y desesperarlas al extremo de hacer que forzaran la huida a toda costa.
Y lo que era aún peor, los que así escapaban esparcían el contagio al vagar por todas partes en su desesperada situación y con la enfermedad sobre sí, mucho más de lo que lo hubieran hecho de otra manera.

(Pàg. 94)
(…) estaban todos muertos e iban a ser amontonados todos juntos en la fosa común de la humanidad, que es como podemos llamarla, pues aquí no existía discriminación alguna, sino que tanto pobres como ricos iban juntos; no había otra manera de enterrarlos (…).

(Pàg. 100)
(…) éste era el día del castigo, el día de la cólera de Dios (…).

(Pàg. 108)
He de hacer notar también, que no hubo nada más fatal para los habitantes de esta ciudad que la negligencia imperdonable de las gentes mismas, quienes durante el largo período de alerta y de conocimiento de la calamidad que se avecinaba, no hicieron preparativo alguno almacenando provisiones de reserva y otras cosas imprescindibles con las que hubieran podido vivir recluidos dentro de sus propias casas (…).

(Pàg. 110)
(…) En los intervalos, me ocupaba en leer libros y en escribir mis impresiones sobre lo que me sucedía a diario; escritos de los que luego extraje la mayor parte de este trabajo, que se refiere a las observaciones que realicé fuera de mi casa. Lo que he escrito acerca de mis meditaciones privadas lo guardo para mí, y no deseo que se haga público bajo ningún pretexto.

(Pàg. 112)
(…) las gentes pobres no podían acumular provisiones, y estaban obligadas a ir de compras al mercado; otros mandaban a sus criados o a sus hijos; y como ésta era una necesidad que se renovaba a diario, condujo al mercado a mucha gente que no estaba sana; y muchos de los que fueron allí sanos, volvieron llevando consigo la muerte a sus casas.

(Pàg. 114)
(…) si bien había confinado a mi familia, no podía dominar mi propia curiosidad insatisfecha lo suficiente como para permanecer totalmente recluido; y aunque generalmente volvía a casa espantado y aterrorizado, no por ello podía privarme de salir, sólo que ya no lo hacía, ciertamente, con la misma frecuencia que al principio.

(Pàg. 115)
La gente, devorada por la peste o atormentada por sus pústulas, que por cierto eran insoportables, y sin poderse dominar, en pleno delirio y locura, volviéndose a menudo violentamente contra sí mismos, se arrojaban por las ventanas, se disparaban armas de fuego, etc.; madres que en su frenesí asesinaban a sus propios hijos, personas que morían nada más que de pena; otras, simplemente de terror y de espanto, sin estar infectadas en lo más mínimo; otras a las que el terror arrastraba a la idiotez y al delirio insano, a la desesperación y al frenesí, otras a una locura melancólica.

(Pàg. 126)
Debe admitirse que, si bien la peste reinaba principalmente entre los pobres, eran sin embargo éstos los más valientes y menos temerosos de ella, y cumplían con sus obligaciones poseídos de una especie de brutal coraje; pues así es como tengo que llamarlo, ya que no estaba basado ni en la religión ni en la razón (…)

(Pàg. 128)
Estoy convencido de que jamás ciudad alguna, al menos no de semejante magnitud e importancia, fue sorprendida por una calamidad tan atroz en condiciones de desprevención tan absoluta, tanto si considero la preparación civil como la religiosa.

(Pàg. 133)
(…) al estar paralizados todos los ramos de actividad, los empleos cesaron de súbito, desapareció el trabajo, y con él el pan de los pobres; y los lamentos de los pobres eran en verdad muy desgarradores al principio, si bien la repartición de las limosnas alivió su miseria en ese sentido.

(Pàg. 176)
(…) si las listas de mortalidad daban una cifra de cinco mil, yo siempre estuve convencido de que en realidad había casi el doble, ya que no existía causa alguna para confiar en la exactitud de esos datos, y los encargados de ese censo estaban ciertamente inmersos, según pude ver, en un caos tal, que no se hallaban en condiciones de poder llevar cuentas fidedignas.

(Pàg. 212)
(…) la peste fue propagada insensiblemente y por personas que no aparentaban estar enfermas, que ni siquiera sabían que tenían la peste ni sabían tampoco por quién habían sido contagiadas.

(Pàg. 219)
La falta de personas con las que se hubiera podido hablar hacía que en aquellos tiempos calamitoso nadie pudiera enterarse de todos los casos extraordinarios que se producían en las distintas familias; y creo que nunca, ni siquiera hasta el día de hoy, ha llegado a saberse la cantidad de personas que se suicidaron (…)

(Pàg. 227)
(…) durante la plaga, se llegó a una situación tan atroz que las gentes se sentaban, inmóviles y sombrías, mirándose unos a otros y abismados en la desesperanza más profunda (…)

(Pàg. 234)
(…) ¿qué más podría añadir? ¿Qué más podría decir para retratar más vívidamente la miseria de aquellos tiempos, o para daros una idea más exacta de esta compleja desgracia?

(Pàg. 246)
Todos los trabajos imprescindibles que supusiesen aspectos macabros y que fuesen tanto espantosos como peligrosos, se llevaban a cabo durante la noche; si se trasladaba a personas apestadas, o se enterraban cadáveres, o se quemaban ropas, se hacía de noche; y todos los cadáveres que se arrojaban en las grandes fosas de los diferentes cementerios o camposantos, como ya he mencionado, eran llevados allí por la noche; y todo se cubría y se cerraba antes de la salida del sol. De modo que durante las horas del día no se veía ni se escuchaba la más mínima señal indicadora de la calamidad, excepto la visible desolación de las calles y los apasionados gritos y lamentos que podían escucharse algunas veces, lanzados por las gentes asomadas a las ventanas, y la gran cantidad de casas y tiendas cerradas que había.

(Pàg. 254)
Indudablemente, la epidemia misma es un azote del Cielo sobre la ciudad, el país, o la nación sobre los que se abate; un mensajero de Su venganza, y un llamamiento vibrante, a esa nación, país o ciudad, a la humillación y al arrepentimiento (…)

(Pàg. 261)
La peste es como un gran incendio; si en el lugar donde brota hay únicamente unas pocas casas contiguas, sólo puede quemar unas pocas casas; o si comienza en una casa aislada, o como las llamamos, en una casa solitaria, sólo puede quemar esa casa solitaria en la que se origina. Mas si se inicia en una ciudad o villa densamente edificada y consigue tomar cuerpo, allí su voracidad se incrementa; devasta toda la ciudad y consume cuanto se pone a su alcance.

(Pág 263)
(…) he de consignar que la peste, tal como creo que sucede con las demás enfermedades, actuaba de maneras distintas sobre personas de constitución diferente; algunas eran abatidas inmediatamente por ella, con violentas fiebres, vómitos, dolores de cabeza insoportables y dolores de espalda, hasta que se volvían rabiosas y enloquecían a causa de tales dolores; otros tenían hinchazones y tumores en el cuello o en la ingle, o en las axilas que, hasta que podían ser abiertos, les causaban padecimientos y torturas insufribles, en tanto que otros, como he mencionado antes, se infectaban lentamente, mientras la fiebre se apoderaba gradualmente de sus espíritus, sin que se percataran de ellos, hasta que desfallecían, se desvanecían, y morían sin sentir dolor.

(Pàg. 264)
Sólo relato lo que sé, lo que he oído contar o lo que considero cierto acerca de casos particulares, y lo que estuvo dentro del ámbito de mis observaciones visuales, y la naturaleza cambiante de la peste tal y como se manifestó en los casos particulares que he referido (…).

(Pàg. 305)
(…) la Corte se preocupó realmente tan poco, y lo poco que hicieron tuvo tan poca importancia, que no creo que merezca ser mencionado aquí, salvo el hecho de haber dispuesto que se hiciese un ayuno mensual en la ciudad y el de haber enviado la ayuda real para los pobres (…)

(Pàg. 306)
La peste es un enemigo formidable; no todos los hombres son lo bastante fuertes ni están lo suficientemente preparados como para resistir los horrores con que está armada.

(Pàg. 308)
Creo que cabe mencionar el honor de tales hombres, médicos y clérigos, cirujanos, boticarios, magistrados y funcionarios de todas clases, así como todas las gentes útiles que arriesgaron sus vidas en el cumplimiento de su deber, como indudablemente lo hicieron hasta el límite de sus fuerzas todos los que permanecieron; y varios de ellos no solamente arriesgaron la vida, sino que la perdieron en esa triste ocasión.

(Pàg. 319)
(…) a los pocos días todos se estaban recuperando, familias enteras que habían yacido enfermas y que habían tenido a sacerdotes rezando a su lado, y que habían esperado la llegada de la muerte en cada instante, habían revivido y sanado; y ninguno de ellos murió.
Y esto no fue producido por el hallazgo de ninguna nueva medicina, ni por ningún nuevo método de curación descubierto; tampoco por la experiencia que hubiesen adquirido los médicos y cirujanos en la operación; sino que era, indudablemente, la obra secreta e invisible de Aquel que primero nos había enviado esta enfermedad como castigo; dejo al sector ateo de la humanidad que califique mis palabras como le plazca; no me las dicta el entusiasmo; el hecho fue reconocido en aquel entonces por todo el género humano. La peste estaba debilitada y su malignidad, consumida. Y venga de donde venga, y digan lo que digan los filósofos que buscan la causa de ello en la naturaleza, para desmerecer el agradecimiento que deben a su Hacedor, aquellos médicos que tenían una pizca de fe en sus conciencias se vieron obligados a confesar que todo era sobrenatural, que era extraordinario y que era imposible explicar sus causas.

::: Què en penso...
A mig camí entre els fets històrics i la ficció, el Diario del año de la peste de Daniel Defoe és un recull desendreçat de fets, documents, testimonis, successos, estadístiques, drames i opinions sobre l’epidèmia que va colpir Londres i la seva rodalia a mitjan segle XVII.

Tot i que Defoe l’escriu amb un innegable sentit periodístic, ric en dades i aprofundint en qüestions socials, sanitàries i polítiques, el text presenta una estructura desmanegada. Curull de repeticions, sovint va de l’allò més general per acabar en l’anècdota particular.

Defoe arreplega un grapat de records (ell tenia cinc anys quan els fets van succeir) i de converses, però també de testimonis reals i literatura oficial sobre els fets. Ho estructura tot en forma de dietari i ho ven tot plegat com si d’un testimoni més es tractés.

En aquest sentit, és força innovador. De fet, de l’exercici que ens ofereix Daniel Defoe avui en diríem un docudrama. Una crònica versemblant en quant al què però del tot postissa pel que respecta al narrador.

I és que Defoe escriu aquesta crònica en primera persona, segurament en cerca d’un ritme literari. D’entrada necessita la credibilitat que un testimoni directe pot atorgar al relat però també, sens dubte, per fer-lo interessant més enllà del que ofereix un mer cúmul de dades i estadístiques.

D’aquí la importància de les anècdotes, dels petits episodis que, dintre del caos general, agafen cert pes en la narració i que li donen un cert aire de trama i també un motiu a Defoe per transformar la prosa periodística en prosa literària.

A nivell narratiu Defoe ofereix un retrat detalladíssim, propi d’una prosa periodística acurada. EL seu és un exercici molt complet. Però s’encalla en les repeticions. Aquesta és una constant al llarg de tot el Diario del año de la peste que acaba passant factura al ritme de lectura.

Perquè a més el Diario del año de la peste és una lectura llarga. Defoe escriu sobre tot el que succeeix a la ciutat: els orígens de l’epidèmia, les etapes d’expansió, els vectors transmissors, la resposta de les autoritats, la picaresca per la supervivència, la xerrameca sobrenatural i religiosa, però també els detalls més macabres: suïcidis, assassinats, morts per inanició, robatoris, cadàvers pels carrers, enterraments massius, tancaments de pobles i viles...

En tot cas, és una lectura força immersiva en els fets que, més enllà del apassionats en la Història, aporta un munt de coneixements i els emmarca en un detallat i precís context, al mateix temps que fa d'aquest trist episodi una història suggerent de fons i precursora de forma.

::: Altres n'han dit...
Papel en blanco, Entre montones de libros, La antigua Biblos, El placer de la lectura, Elle thinks.

::: Enllaços:
Daniel Defoe, context històric dels fets, pesta bubònica, Nathaniel Hodges: l'inspirador?,

::: Llegeix-lo:
Anglès (multiformat)
Anglès (html)
Anglès (facsímil London: G. Routledge and Sons, 1886)

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