El libro de las parábolas - Per Olov Enquist




"(...) y en nuestros tiempos ya nadie escucha los gritos mudos. "









Enquist, Per Olov. El libro de las parábolas.
Barcelona: Ediciones Destino, 2017


Liknelseboken. Traducció de Martin Lexell i Mónica Corral.
Col.lecció Áncora y Delfín, 1401



::: Què en diu l’editorial...
Prometió no contarlo nunca a nadie, era sólo un chiquillo. Sin embargo, al acercarse a la orilla del río que ya ha llamado a tantos amigos, asediado por preguntas sin respuesta, Enquist entiende que la mujer a la que conoció en el verano de 1949 es la protagonista de la novela que nunca se atrevió a escribir: una novela de amor. ¿Y qué es el amor? Un éxtasis del espíritu y del cuerpo cuyo imprevisto descubrimiento se convirtió en una experiencia mística, revolucionaria, una búsqueda mayor y atormentada de libertad que lo acompañaría durante toda su vida, entre la angustia y el pecado, y la fascinación por la rebelión absoluta.

De ahí la necesidad de encontrar los modelos que marcaron a fuego su existencia, y narrarlos en esta fascinante novela en nueve parábolas, fulminantes, crudas y sin artificios como se les concede a los poemas bíblicos: el misterio de la libreta del padre al que nunca conoció y que contenía únicamente versos de amor; la tía valiente quien, a punto de morir, tuvo el coraje de renegar del Dios que nunca la escuchó; la desconocida amable y solitaria que en el lejano 1949 le abrió la puerta de su estancia más íntima, en la que los secretos prohibidos del amor se entremezclan con los de la imaginación, convirtiéndolo en la religión de la vida y de la escritura.

::: Com comença...
Según la Libreta de trabajo no la he visto más que en tres ocasiones.
La primera vez es un domingo por la tarde en julio de 1949. Es entonces cuando emplea la misteriosa expresión “la mujer del suelo de pino sin nudos”. La segunda vez es el 22 de agosto de 1958, en Södertälje. La tercera, noviembre de 1977.
Al parecer, había prometido no contar nunca nada, a nadie.
Pero ha pasado mucho tiempo. Así que ya da lo mismo.

::: Moments...
(Pàg. 12)
(...) no sabía cuántos años le quedaban. Podía ver la respuesta en los ojos moribundos de sus amigos, era como si, antes de la muerte, los ojos se volvieran acuosos, y los que dentro de poco iban a morir, quizá mucho tiempo después que él, lo contemplasen con miradas suplicantes, como si le imploraran algo.

(Pàg. 26)
(...) Quizá los poemas le parecían pringosos, como la melaza, rayando en meros desvaríos fantasiosos. Y cuando se sumaban la intensa emoción, la aflicción por la muerte de su esposo, la desesperación, el desconcierto a l ver los sentimientos del marido plasmados en palabras que eran versos, sí, quizá incluso poemas, y la desconfianza que sentía hacia todo aquello que eran invenciones fantasiosas, entonces su indignación creció hasta convertirse en determinación (...) y cogió el cuaderno y con un movimiento brusco lo echó en la cocina económica a fin de que los poemas del marido, Elof, fueran consumidos para siempre por las implacables pero purificadoras llamas.
Fue entonces cuando ocurrió lo terrible. Aquello que dio origen a un misterio aún más difícil de resolver que el primero, el de la poesía prohibida. Se quedó mirando el fuego fijamente hasta que, de repente, introdujo la mano, desnuda, y agarró la llameante libreta, y, pese al dolor abrasador, la rescató de la aniquilación.
Y setenta y seis años más tarde, el cuaderno llegó a sus manos.

(Pàg. 34)
“(...) La inmortalidad temporal del alma humana, es decir, su eterna existencia después de la muerte, no sólo no está garantizada de ninguna manera, sino que, sobre todo, esta suposición no nos proporciona lo que se ha querido alcanzar con ella. ¿Se resuelve algún misterio porque yo siga viviendo eternamente? ¿No es, pues, esa vida eterna, entonces, tan enigmática como la presente?”

Vuelve a estar tranquilo. Los amigos a la orilla del río asienten con la cabeza animándolo. Va a incorporar esas palabras a su discurso en la Casa Parroquial. La vida era eso.

(Pàg. 44)
(...) se había vuelto orate.
Y esta locura podía marcar, como un hierro candente, al feto en su tripa, o más bien útero, de modo que el inocente niño también enloqueciera, quizá incluso acabara convirtiéndose en escritor de historias fantasiosas. Aquello podría herrarse en el feto. Como se marca con hierro candente un animal, le explicó la Madre al niño que casi se agachó para protegerse de la vívida imagen. Pero luego, de adulto, ¡la utilizó a menudo, y sin disimulo, como una señal de amor!, ¡marcado como con hierro candente en un animal!, o sea, no como una señal de que alguien se volvía orate. Sino obsesionado con el amor.
Uno se queda perplejo.

(Pàg. 45) 
Ya no hallaba ninguna alegría en su falta de angustia ante la muerte. O, en otras palabras, ya no tenía miedo a morir, pero se preguntaba qué era el haber vivido, y –es más- ¡por qué!.

(Pàg. 47)
¿(...) qué había sido la vida? Un montón de libros y obras de teatro. Y él, una piel de serpiente abandonada.
¿Era pues ese montón de libros lo que era la vida?

(Pàg. 59)
Lo más grande de todo es el amor, pero si luego la gente se moría a diestro y siniestro, y con ello se les desconectaba, entonces, ¿qué era la vida?
Ella se quedó como aturdida de fe, y la llevaron al manicomio.

(Pàg. 67) 
¿Se podía vivir así, construyendo una vida basada en las nueve hojas arrancadas del cuaderno de su padre?
¿No existía ninguna explicación?

(Pàg. 71)
¿(...) para qué le servía esa racionalidad? A su madre, la fe la había ayudado a sobrevivir a una incomprensible soledad, y moriría arropada por la fe en su Salvador.
¿Era eso irracional?

(Pàg. 74)
La tía Valborg había sido la que durante el primer año después del fallecimiento de su hermano Elof se había ocupado del chico, o sea, el que presenta este testimonio escrito ante todos y que ahora tiene setenta y siete años, ella se había encargado de cuidarlo, casi como si fuera una criada y no la cuñada de la Madre.

(Pàg. 79)
- (...) Así que has alcanzado la certeza. ¡Me das una gran alegría! ¿Realmente recibiste la certeza?
-¡La certeza! –repuso la tía-. Desde luego que sí.
-Pero, bueno, qué bien, entonces puedo llamar a Maya mañana y asegurarle que estás en paz con el Salvador. Y que has alcanzado la certeza.
-¡Que no! – replicó la tía Valborg con su voz más ronca-. En ese momento de oración tuve la certeza de que eso del Salvador no es para mí.
El tío Birger se quedó de piedra, y le preguntó qué quería decir con eso. Ella se limitó a contestar que ya no se consideraba creyente. Todo eso no era para ella.
¿Por qué?, preguntó el tio Birger. Porque él no se preocupa por mí, replicó la tía. ¡Nada más que silencio había obtenido de parte de ese que pretende ser el amor! Según su experiencia, el Salvador estaba ocupado con otras personas. Por muy sentidas que fueran sus oraciones y lamentos.

(Pàg. 81)
Cuando aguardaba en la frontera le había dado un testimonio al tío Birger y, también, sin saberlo, al hijo de la cuñada que escuchaba oculto detrás del aparador.
En realidad, lo que le había comunicado al mozalbete, el que ahora en el año 2012 espera a la orilla del río sintiendo el aliento de Dios en el cogote, es que estoy convencida de que sólo existe el vacío. Eso era lo que en cierto sentido le había dicho al chico. Eso fue lo que aconteció cuando la tía Valborg se hallaba en la frontera, y la cruzó, después de haber obtenido la certeza.
Vacío y negó. No cabía esperar nada más (...).

(Pàg. 83) 
¿Estuvo él también cerca de la negación de la fe? ¿Comprendió que en la otra orilla del río no había nada? ¿Y lo escribió en el cuaderno? ¿Cómo un mensaje?
¿Quizá fue él quien arrancó las nueve hojas? ¡Cerca de la frontera!, ¡a la orilla del río! ¡Al contemplar con horror los eternos tormentos, quizá se retractó! ¿No tuvo el valor?
¿O fue la devota esposa la que se echó encima de las nueve hojas con la apostasía? ¿Sosteniéndolas con las manos desnudas, para quemarlas?

(Pàg. 89) 
Había vuelto a sentir el aliento jadeante de Dios en el cogote.

(Pàg. 111)
La lucha por la libertad había que perderla una y otra vez, pero sin abandonarla jamás, entendió.

(Pàg. 130)
(...) el zorro de P.W. quería transmitirle un mensaje. El Elof murió, de improviso, cataplún, y ya no era el poeta elegido ni el predicador. Ahora le tocaba a Per Ola.
Él era el elegido. Un poco como Jesucristo, en realidad. Y eso era grande. Y así quedó condenado Per Ola.

(Pàg. 131)
En la Libreta de trabajo son recurrentes las anotaciones acerca de la culpa por lo escrito sobre todo por lo no escrito, lo que no podía ponerse por escrito. A eso pertenecía la parábola sobre la redención in extremis de Siklund por medio de la muerte del gato y su posterior resurrección.
El hecho de que él escribiera, o predicara, tal y como lo había expresado el zorro cruzado, o sea, al principio de forma muy mundana durante muchos años, pero después de modo encubierto, orientado había lo espiritual, aunque fingiese una actitud burlona para no tener que avergonzarse; el hecho de que escribiera no sólo significaba que transmitía un mensaje, como si fuese un zorro cruzado elegido, alcanzado, a su pesar, por la llamada de Jesucristo para divulgar obras de arte entre los pagano.
También se trataba de la responsabilidad. Por lo excluido.

(Pàg. 138)
Tiene miedo. Eso es todo.
Sin embargo, sólo en una ambulancia moderna, extraordinariamente equipada, conectada vía satélite con el Departamento de Cardiología en Karlstad, uno puede ordenar sus pensamientos en torno a la vida, la muerte, y el deseo sexual.

(Pàg. 142)

(...) podía hacer caso omiso del trombo de casi cuatro centrímetros que luego pareció en su corazón.
Los médicos se habían quedado hechizados por su perspicacia. Pero ¿no veían su deseo secreto de simplemente morir?
¿De escabullirse con tranquilidad?

(Pàg. 147)
¿Qué es lo que une una persona a otra? Un nombre, un discreto aroma, una ligera y resplandeciente peste a deseo, todo eso persiste. Atrae y atrapa a otra persona en el pegamento del amor. Aunque, ¿es amor? Nadie lo puede comprender (...).

(Pàg. 174)
¿(...) Ya no valía?
¿En algún momento había valido?
¿Eran las falsas esperanzas que la Madre depositó en él como poseedor de una singular capacidad para poner historias por escrito, las así llamadas fabulaciones, en papel, quizá en un cuaderno, era esa confianza, la que le había conducido a ese camino vital la que tenía la culpa de su decadencia?
¿Era la Madre, por tanto, culpable?
¿Y quién era el Padre en realidad (...)?


(Pàg. 196)
De eso estaba compuesto. De pequeñas partes ensambladas, como un monstruo de Frankenstein hilvanado, que no fuma ni bebe y que lee mucho, y que a veces escribe pequeñas historias fabuladas en un cuaderno, o sea, nada de novelas, sino breves resúmenes de esos, no es que fuera ningún Bernhard Nordh ni mucho menos, aún no, en realidad escribía en un cuaderno parecido al que la Madre quemó después del fallecimiento del Padre. Sí, reflexionando sobre sí mismo de esta manera, se hallaba sentado delante del montón de colillas, y en su cabeza sonó como un zumbido; ¡repeticiones!, ¡o sea, no bebe! ¡pero escribe! ¡y es larguirucho! y ahora ha telefoneado a una mujer mayor con la que un día se unió, y ella le concedió la redención en libertad. ¿Y es eso lo que es ser humano, y , en realidad, el sentido de la vida?.

(Pàg. 214) 
(...) y en nuestros tiempos ya nadie escucha los gritos mudos.

(Pàg. 215)
El primer fragmento de la Libreta de trabajo es de mediados de los años ochenta, sigue escribiendo en primera persona, por lo visto aún no tan aterrado como más tarde.

(Pàg. 216)
Cuando era niño aprendí que a pesar de todo había un tipo de poesía que no era pecado. Las parábolas de la Biblia. Los poemas sobre el milagro. Cinco panes de cebada y dos peces, y con eso se podía dar de comer a cinco mil hombres. ¿Era un poema acerca de la naturaleza del amor: si se comparte, crece? ¿Y si fuera verdad? Nunca he podido escribir poesía. Ojalá pudiera al menos escribir una parábola.
Puede que ya no se escriban parábolas hoy en día. Las parábolas acerca de la esencia del milagro son muy poco frecuentes. Quizá es mejor así. No sé qué aspecto tendría una parábola de ese tipo: ¿cómo un intento de cercar y atrapar algo que es frágil y delicado? Pero no se puede ir derecho al milagro, sin rodeos, porque entonces desaparecería.
Pero ¿no era importante, aun así, intentarlo, ya que al fin y al cabo se trataba de algo importante?


(Pàg. 225)
(...) uno siempre se pregunta si era eso lo que era la vida, a lo que T. inquirió ¿anotas la respuesta, o el hecho de que no entiendes? ¿Tú, que estás sano y que aún no te han convocado? ¿O escribes sólo que las cosas no se queden en suspenso?


(Pàg. 230)
Las páginas las mete en archivadores de plástico. Allí se recopilaba a sí mismo, si es que aquello que escribía realmente era él mismo. Lo decible sería un trozo de la vida que ha vivido. Lo indecible eran imágenes en pantallas de proyección que giraban y se ocultaban unas a otras, implacablemente, como fotografías con mala exposición. O nueve hojas sin usar en un cuaderno (...).

(Pàg. 247)
Suponía que eso era el sentido de escribir; librarse de hablar.

::: Què en penso...
Un contingut autobiogràfic escrit a partir de diferents persones del singular. Farcit de salts temporals, sense un fil argumental aparent i amb una estructura fragmentària. La temàtica? la mort, la tradició, la família, la religió i el sentiment de culpa.

Què? Com ho veieu? El triaríeu per llegir? Doncs no us deixeu enganyar per les aparences. El libro de las parábolas és una novel·la hipnòtica i apassionant. Per Olov Enquist proposa un joc narratiu que  deixa sense alè a un lector que sovint ha de parar de llegir per reflexionar-hi.

No és una narració a l’ús. No segueix una trama concreta o, si la segueix, Enquist no la transcriu de forma convencional, sinó a base de pensaments, suposicions, records..., i l’apuntala a partir d’absències: el pare mort, el tiet suïcida, un amor de joventut, el poemari patern cremat,  etc...

A més, l’autor fa servir un mecanisme metaficcional. El protagonista és (o sembla) ell però a la vegada, marca un distanciament amb el personatge. Una mena de personatge-metàfora. Com a lector et suposes davant una narració autobiográfica però la realitat és que desconeixes el grau d’autoreferencialitat que té la narració.

El llibre s’inicia amb una reflexió sobre la mort i, de fet, aquesta està present al llarg de tota la novel·la. Però balancejada magistralment amb l’amor, l’altra gran protagonista del relat. Aquest és un amor evolutiu: de primer sorprenent i passional, irreflexiu i arravatat;  després amor no correspost però fixat al fons de l’ànima del personatge-autor.

L’altre gran eix referencial de la novel·la és el poemari suposadament escrit pel pare del protagonista i parcialment destruït per una mare marcada per preceptes religiosos estrictes que limiten (i marquen) la vida del protagonista, l’alter-ego de l’autor.

Aquesta contradicció de caràcters, aquest balanceig entre ethos i thanatos, conforma l’equilibri espiritual de la proposta d’Enquist. Un simbolisme reflectit en les paràboles a la que recorre per, talment un profeta, o millor, com un predicador, poder glosar sobre la vida i la mort.

I transversal a tota la novel·la, l’interrogant sobre el contingut de les 9 pàgines desaparegudes del quadern de poemes del seu pare. Mai trobades ni llegides Enquist les fa servir de tòtem per iniciar una mena investigació sentimental en la creença que en la poesia perduda del pare el fill –l’autor- hi trobarà les respostes que angoixen la seva vida.

Però “El libro de las parábolas” també és una reflexió literària. Enquist es pregunta a sí mateix (de fet, tota la novel·la, és un llarg interrogatori íntim) sobre el paper de l’escriptor i de la literatura, i sobre el seu deure com a escriptor, és a dir, sobre la responsabilitat de dir o no dir.

No us enganyaré pas: El libro de las parábolas és una novel·la profundament filosòfica i formalment abstracta. Cal estar d’un humor especial per llegir-la. En qualsevol cas, estem davant d’una lectura molt més seductora que no pas críptica (que ho és).

Amb tot, la lectura flueix amb un to força íntim i amb un estil evocatiu gràcies a una important càrrega poètica esmerçada entre línies.

Però a la vegada a prosa d’Enquist és rebel i força emfàtica: farcida de cursives, exclamacions, trencaments de línia, signes ortogràfics per tot, interrupcions abruptes dels discursos amb interjeccions i juxtaposicions, desordre cronològic, fragmentació...

A més, l’autor juga amb una despersonalització recurrent. S’interpel·la a sí mateix o millor dit, als  diferents “jo” que han format part de la seva vida. Així Enquist passa contínuament del  jo a l’ell. En moments, el narrador és clarament l’autor,  ja sigui en 1ª o en 3ª persona; però en altres escenes, el lector l’ha de buscar en altres egos, sovint imaginats, somniats, extraviats...

Vaja, tot plegat com si l’aspecte formal de la prosa d’Enquist fos un reflex dels seus processos mentals,  un testimoni de com funciona la memòria humana. Formalment una mena de literatura orgànica amb ecos d’autoficció i amb esperit postmodern.

En definitiva, un intent de passar comptes amb la vida. Un esforç per escriure sobre l’amor. Un assaig sobre la memòria. Un intent de trobar el lloc al món.

Com més llegeixes Per Olov Enquist més apassionant el troves. Voleu dir que no?

::: Altres n'han dit...
Literatura Nórdica, El blog de Imosver, Juan Herranz, De otros mundos, The book binder's daughter, Quinzaines (M. Mourier), Culturopoing (G. Monelle).


::: Enllaços:
Per Olov Enquist, claus de la novel·la, text autobiogràfic?.

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