La séptima función del lenguaje - Laurent Binet







"Epistemé, los cojones."






Binet, Laurent. La séptima función del lenguaje. 
Barcelona: Seix-Barral, 2016

La septième function du langage. Traducció de Adolfo García
Col·lecció Biblioteca Formentor,



 Què en diu la contraportada...
El 25 de marzo de 1980, Roland Barthes muere atropellado. Los servicios secretos franceses sospechan que ha sido asesinado y el inspector de policía Bayard, un hombre conservador y de derechas, es el encargado de la investigación. Junto con el joven Simon Herzog, profesor ayudante en la universidad y progresista de izquierdas, inicia una pesquisa que os llevará a interrogar a figuras como Foucalt, Lacan o Lévy… y a descubrir que el caso tiene una extraña dimensión mundial.
La séptima función del lenguaje es una inteligente y astuta novela que narra el asesinato de Roland Barthes en clave de parodia, con carga de sátira política y una trama detectivesca. Como ya hiciera con HHhH, Binet rompe aquí de nuevo los límites entre ficción y realidad: mezcla hechos, documentos y personajes reales con una historia imaginaria para construir un audaz y divertidísimo relato sobre el lenguaje y su poder para transformarnos.

 Com comença...
La vida no es una novela. Al menos eso es lo que a ustedes les gustaría creer. Roland Barthes sube otra vez más por la rue de Bièvre. El mayor crítico literario del siglo XX tiene sobrados motivos para estar angustiado en grado sumo.

 Moments...
(Pàg. 24)
(...) ¿qué coño es este Collège de France? De acuerdo, fue fundado por Francisco I, eso ya lo ha leído en la entrada. ¿Y qué más? Cursos abiertos para todo el mundo que solo interesan a parados de izquierda, a jubilados, a iluminados o a profes que suman en pipa; asignaturas imposibles de las que jamás ha oído hablar... Sin diplomas, sin exámenes. Gente como Barthes y Focault, pagados para hacer juegos malabares con humo. Si de algo está convencido Bayard es de que es aquí donde se aprende un oficio. Epistemé, los cojones.

(Pàg. 84)
¿En qué puede pensar un Barthes moribundo? En su madre, dicen. Es su madre quien lo ha matado. Claro, por supuesto, una vez más el asuntillo privado, el sucio secretillo. Como dice Deleuze, no todo el mundo tiene una abuela a la que le hayan ocurrido cosas increíbles, ¿no? “De pena” Sí, señor, va a morir de pena y solo de pena. Pobres insignificantes pensadores franceses encerrados en vuestra visión de un mundo que se reduce a la más mezquina esfera de lo íntimo, la más convencional, la más anodinamente egocéntrica. Sin enigma, sin misterio, la madre, madre de todas las respuestas. El siglo XX nos ha liberado de Dios y nosotros hemos puesto en su lugar a la madre. Asunto capital. Pero Barthes no es en su madre en quien piensa.

(Pàg. 93) 
(...) lo que ha demostrado Roland Barthes es que en el fondo de una obra literaria hay tres niveles: está la lengua –Racine escribe en francés, Shakespeare escribe en inglés, eso es la lengua-. Está el estilo: que es el resultado de su técnica y de su talento respectivos. Y entre el estilo –voluntario, eh, es algo controlado- y la lengua, hay un tercer nivel que es la escritura. Y él decía que la escritura es el lugar... de lo político, en un sentido amplio, es decir, la escritura es el medio de expresión, aunque el escritor no sea consciente de ello, de todo lo que él es socialmente, su cultura, su origen, su clase social, la sociedad que lo rodea (...).

(Pàg. 145)
¡(...) Ah, Borg!... El mesías que vino del frío... Cuando cae de rodillas sobre la hierba de Wimbledon..., los brazos en cruz..., el cabello rubio... Su cinta... Su barba... Es Jesucristo sobre el césped... Si Borg gana Wimbledon, es por la redención de la humanidad...Como hay mucho que hacer al respecto, gana cada año... ¿Cuántas victorias se necesitan para limpiar todos nuestros pecados?... Cinco... Diez...Veinte... Cincuenta...Cien...Mil...
Yo pensaba que usted prefería a McEnroe –dice el joven neoyorquino con acento neoyorquino.
Ah, McEnroe...the man you love to hate..., un bailarín… de gracia endiablada… Pero por mucho que vuele sobre la pista… McEnroe es Lucifer…, el más bello de todos los ángeles… Lucifer cae siempre al final…

(Pàg. 153)
(...) una vez acabada su metamorfosis, le sorprende experimentar delante del espejo, aparte del típico sentimiento de extrañeza mezclada con repulsión, una especie de curiosidad, de interés por su nueva imagen, la de él sin ser él, un él de otra vida, el que habría decidido trabajar en un banco o en una compañía de seguros, o en un organismo oficial, o en la diplomacia. Simon, instintivamente, se ajusta el nudo de la corbata y, por dentro de la chaqueta, tira de las mangas de la camisa. Está listo para cumplir con su misión: una parte de él, más sensible a las propuestas lúdicas de la existencia, elige disfrutar de esta pequeña aventura.

(Pàg. 171)
“Las religiones del Libro han forjado nuestras sociedades y hemos sacralizado los textos: Tablas de la Ley, diez mandamientos, rollos de la Torás, Biblia, Corán, etcétera. Hacía falta que todo eso se grabase para que fuese válido. Yo lo llamo fetichismo. Yo lo llamo superstición. Yo lo llamo dogmatismo.
“No soy yo quien afirma la superioridad de lo oral sino el que nos ha hecho tal como somos, oh, pensadores, oh, retóricos, el padre de la dialéctica, el ancestro de todos nosotros, el hombre que, sin jamás haber escrito un libro, sentó las bases de todo el pensamiento occidental.
“¡Recordad! Estamos en Egipto, en Tebas, y el rey pregunta: ¿para qué sirve la escritura? Y el dios le responde: es el último antídoto contra la ignorancia. Y el rey replica: ¡al contrario!, ese arte causará el olvido en el alma de quienes lo aprendan porque dejarán de ejercitar su memoria. La rememoración no es la memoria y el libro solo es un recordatorio. No da el conocimiento, no da la comprensión, no da la maestría (...).

(Pàg. 183) 
(...) ¡Viva Gircard!
Los invitados se quedan de piedra, pero Fabius responde, encendiendo un cigarrillo: “Exagera usted”.
El rictus de Mitterrand vuelve a su aspecto zalamero y, con un timbre más normal y sin que se sepa si responde al joven calvo o desea tranquilizar al grupo de invitados, dice: “Por supuesto, estaba bromeando. Aunque no del todo. Rindámonos a la evidencia: es preciso tener una inteligencia admirable para convencer a los demás de que gobernar consiste en no ser responsable de nada”.
Jack Lang se escabulle.
Barthes piensa que tiene ante sí a un magnífico espécimen de maniaco obsesivo: ese hombre quiere el poder y ha materializado en su rival directo todo el rencor que podía sentir contra una fortuna durante demasiado tiempo adversa.

(Pàg. 205)
“(...) ¿Qué sabe usted sobre el Logos Club, señor Eco?
Eco se mesa la barba, se aclara la voz y enciende un cigarrillo:
“La ciudad ateniense se sostenía sobre tres pilares: la gimnasia, el teatro y la escuela retórica. Hoy en día aún conservamos la huella de esa tripartición en una sociedad del espectáculo que promociona al rango de celebridades a tres categorías de individuos: los deportistas, los actores (o los cantantes, el teatro antiguo no hacía distinción) y los políticos. De estas tres categorías, la tercera, hasta nuestros tiempos, siempre ha sido la más fuerte (aunque podemos ver con Ronald Reagan que las categorías a veces no permanecen estancas), porque implica el dominio del arma más poderosa: el lenguaje.

(Pàg. 250)
Francia está hecha de tal manera que si eres profe en la ENS de 1948 a 1980, seguro que has tenido como alumno y/o colega a Derrida, Foucault, Debray, Balibar, Lacan... Y también a BHL.

(Pàg. 266)
Mitterrand aprieta los dientes. Lleva la máscara que ha llevado toda su vida, parapetado en esa altivez a la que ha recurrido siempre para disimular la cólera que le devora las entrañas. Se levanta, va a buscar su bufanda y se ve sin despedirse de nadie.

(Pàg. 268)
Bayard quiere comprender: ¿la séptima función del lenguaje qué es? ¿Un manual de instrucciones? ¿Un sortilegio? ¿Una guía para usuarios? ¿Una quimera que vuelve histéricos los ambientes políticos e intelectuales, que ven en sus palabras algo así como el más supremo premio gordo para quien se haga con ella?

(Pàg. 301)
En cuanto Simon ha pulsado el botón del elevator, ha sabido que asciende al paraíso. Las puertas se abren en la planta de Romance studies y Simon penetra en un laberinto de estanterías con libros hasta el techo iluminadas por unos desagradables neones. El sol no se pone nunca en la biblioteca de Cornell, abierta las veinticuatro horas.
Todos los libros que Simon podría desear están allí, y los otros también. Es el pirata en la cueva del tesoro, y si quiere llevarse un puñado solo tiene que rellenar un formulario. Simon roza el canto de los libros con la punta de los dedos como si acariciase las espigas de un trigal de su propiedad. He aquí el auténtico comunismo: lo que es de todos es mío y viceversa.

(Pàg. 306) 
(...) Creo que estoy atrapado en una puta novela.
What?
- I think I’m trapped in a novel

(Pàg. 349)
(…) Según mi opinión, hay dos grandes enfoques. El semiológico y el retórico, ¿lo capta?
Si, si...credo di si, ma... ¿Puede explicarse un poco, maestro?
Claro, es muy sencillo. La semiología permite comprender, analizar, descifrar, es algo defensivo, es Borg. La retórica está hecha para persuadir, convencer, vencer, es algo ofensivo, es McEnroe.
Ah, si. Ma Borg gana, ¿no?
¡Por supuesto! Se puede ganar con cualquiera de los dos, son solo estilos de juego diferentes. Con la semiología, desciframos la retórica del adversario, nos apoderamos de él y husmeamos dentro. La semio es como Borg: basta con devolver la bola una vez más que el contrario. La retórica son los aces, las voleas, las bajadas a la red, pero la semio son los reveses, los passing-shots, los globos rematados (...).

(Pàg. 351)
¿Qué quiere decir eso de “sentir una presencia”? La intuición es un concepto cómodo, como lo es Dios, para eludir explicaciones. No se “siente” nada. Se ve, se oye, se calcula y se descifra. Inteligencia-reflejo.

(Pàg. 353)
Pero ¿cómo sabría que no está al final de la historia? ¿Cómo saber en qué página de su vida se encuentra? ¿Cómo saber si hemos llegado a nuestra última página?
¿Y si no fuera él el personaje principal? ¿No se tiene cada uno a sí mismo como el héroe de su propia existencia?

(Pàg. 405)
(...) Giscard, sorprendido por esa agresividad repentina, trata de oponérsele con su habitual desdén: “Mantengamos, por favor, el buen tono conveniente”. Pero Mitterrand, ahora, está listo para la pelea: “Prefiero expresarme absolutamente como me plazca”.
Y espeta: “Un millón y medio de parados”.
Giscard quiere corregirle: “Solicitantes de empleo”.
Pero Mitterrand no está dispuesto a dejar pasar ni una: “Conozco bien la diferencia semántica que permite evitar las palabras que queman la boca”.

(Pàg. 420)
Quizá a Bayard le importe una mierda, pero él quiere saber, quiere la prueba de que él no es un personaje de novela y que vive en el mundo real (¿Qué es lo real? “Es lo que nos golpea”, ha dicho Lacan (...)).

(Pàg. 437)
(...) Hay que hacer con ese novelista hipotético como con Dios: considerarlo como si no existiera, porque si Dios existe, es, en el mejor de los casos, un pésimo novelista que no merece ni respeto ni obediencia. Nunca es demasiado tarda para tratar de cambiar el curso de la historia. Si eso ocurre, es que el novelista imaginario no ha tomado todavía su decisión. Si eso ocurre, es que el final está en las manos de su personaje, y ese personaje soy yo.

 Altres n'han dit...
Llegir en cas d'incendiRegina Irae, De libros y otras historias, 1000 y un libros y  reseñasEntre montones de libros, La buena vidaefeemeLa llar del llibre, Ofici de lectorUn libro al dia, Pep Grill.


 Enllaços:
Laurent Binet, metanovel·la, oju! compte! metaficción historiográfical'autor, sobre la idea i els personatges, novel·la crítica amb les patums, quelcom més que una novel·la de misteri, S de Sherlock, H de Holmes, sobre la llengua i el seu ecosistema, la French Theory, el postestructuralisme.

Comentaris

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Entrades populars d'aquest blog

Les cròniques marcianes - Ray Bradbury

La veïna - Isabel-Clara Simó

Nosaltres - Ievgueni Zamiatin

-Uf, va dir ell - Quim Monzó

El gobelet dels daus - Max Jacob

Amore - Giorgio Manganelli