La noche - Giorgio Manganelli
"El mundo había terminado, pero ¿cómo verlo?"
Manganelli, Giorgio. La noche.
Barcelona: Muchnik Editores, 1997.
La notte. Traducció de Juan Carlos Gentile Vitale
Col·lecció Biblioteca Mínima, 203
⇲ Que en diu la contraportada...
Durante muchos años, mientras en todo el mundo discurría el conclave estético que decidiría si la literatura era “fatua” o meramente “criminal”, Giorgio Manganelli exploró sin sosiego lo que en este libro se define como la “sustancia noche”. Una noche esencia que no debe confundirse con la noche accidental, que todos conocemos, porque sus naturalezas son absolutamente distintas. Una noche integra y compacta, que tiene forma de paralelepípedo y es inexpugnable; una sustancia en al que muchos creen reconocer “un muro de tinieblas” que debería abolirse sin ambages porque siempre amenaza con devorar a quienes se sienten atraídos a ella en la esperanza de modificarla. Y, lo que es peor, muchas veces terminan contaminados, hasta convertirse en seres nocturnos periféricos, ineptos para vivir dentro de esa noche compacta, pero repugnantes a los ojos de quienes perduran en la simple noche accidental.
Para esos seres, que no son otros que sus lectores Manganelli escribió durante años una crónica de la tierra lóbrega en la que moraba, persiguiendo en ella un equitativo reparto de las formas, porque era su credo que “todo lo que está escrito es la nada”.
⇲ Com comença...
Hace poco me encontré con un amigo por la calle –un día necio como cualquiera- y, entre una cháchara sin ton ni son (es un amigo maleado por lo mucho que le gusta sumarse a las comitivas de los funerales), me contó que yo había publicado un libro.
(Seudonimia)2
⇲ Moments...
(Pàg. 13)
Sin embargo no podía negar la rareza de aquella situación: había adquirido y en parte leído un libro que un calumniador honesto, un historicista o un empleado del registro civil habrían definido como “mío”. Pero si lo hubiera escrito yo, si hubiera existido un “yo” capaz de escribir un libro, aquel libro, ¿qué habría podido explicar la absoluta y fastidiosa extrañeza que me apartaba de ese escrito?
(Seudonimia)2
(Pàg. 26)
No es difícil explicar de qué modo se convierte el amor en odio; hay mucho odio en el amor, será la manera de mezclarlo que lo hace que sea intolerablemente amargo; luego no habrá gesto que no tenga ese gusto metálico y áspero; no habrá dulzura que no sea proyectada por la ofensa.
La efigie
(Pàg. 35)
(...) expliqué que no era fácil darse cuenta porque con el fin del mundo había cambiado la estructura del tiempo y dentro del nuevo tiempo faltaba un punto de referencia obvio que nos revelase de qué manera el tiempo era distinto del tiempo anterior. El mundo había terminado, pero ¿cómo verlo?
Relato equivocado.
(Pàg. 36)
Pero ¿qué es el tiempo? Supongo que es una vía de tránsito de los significados.
Relato equivocado.
(Pàg. 46)
Marcho con noble paso, invoco, según el humor, a los dioses, al dios único, al hado o a la rodante fortuna y, a decir verdad, no dejo intacto ningún depósito de las hermosas figuras retóricas del tiempo antiguo; en razón de haberme deleitado mucho con buenas e inveteradas lecturas.
El valle impreciso.
(Pàg. 75)
Mis orejas se alimentan de alaridos, lamentos y gruñidos de bestias desgarradas; mastico lentas agonías; soy injusto. Me interesa la envergadura del exterminio, la demolición de lo que está vivo (...).
Despertarse.
(Pàg. 93)
(...) incluso el sol, que se obstina en amanecer, sólo es un punto matemático de irradiación.
El espíritu de la descripción.
(Pàg. 94)
(...) el cielo no existe, excepto como incoloro vacío contenedor de vacíos.
El espíritu de la descripción.
(Pàg. 99)
(...) mucho o poco, pero siempre de modo decisivo, todo es dibujado por el viento y, en cualquier caso, no hay nada que no lleve sobre sí el signo específico del tránsito del viento.
El espíritu de la descripción.
(...) quizá ninguna de mis invenciones de este período me enorgullezca tanto como el cáncer; este mal que transforma un cuerpo en su propia mina y de ese cárnico guijarro hace un edificio, un templo, un altar; que ocupa las capillas de sus metástasis, que consume multiplicando, mata danto vida –igual que una tortura- y acompaña, consume y fabula con el horror de sus gestos, precisos e insensatos y deja mucho tiempo consciente, lúcido y apacible el misérrimo y lujoso portador de tanto arquitecto, hasta que se precipita en la propia consunción(...).
Discurso sobre la invención de una patología universal.
(Pàg. 163)
(...) el epiléptico es la rosa de mi jardín letal, es puro ornamento, delicia del juego, bramido de la forma, libertad de la libido. Sacerdote del mal y lo divino en cuanto idénticos, el epiléptico es el monaguillo devoto, el mariquita del abismo, el ganímedes del banquete fúnebre, la azafata de las bodas de piedra. Él no se prepara a sí mismo ni a los demás para la muerte; sino que la adorna y la celebra: es el violín del universo enfermo.
Discurso sobre la invención de una patología universal.
(Pàg. 168)
El ser vivo normalmente bebe de la condición de la locura sólo en el lecho de muerte: sus desvaríos y delirios son signos premonitorios de esa libertad distinta que se le acerca.
Discurso sobre la invención de una patología universal.
(Pàg. 172)
(...) encontrado narcisista expresar en voz alta una opinión, aunque sea desfavorable de sí mismo, prefiere fabularse en un total y muy retórico silencio, lleno de subordinadas, íntimamente exclamativo, espeso de clandestinas hipérboles y secretas hipotiposis, una nada florecida de quiasmos, de modo que hace de sí un convento malicioso ara su propia ruina (...)
Discurso sobre la invención de una patología universal.
(Pàg. 174)
Pero cuando me miro las uñas bien cuidadas y cortantes, cuando paso los siglos contando dientes y llagas, me pregunto qué más me queda por inventar.
Discurso sobre la invención de una patología universal.
(Pàg. 181)
(...) [una mujer] capaz de de alcanzar con sus raíces el fondo de su magma explosivo, del que se hacen los hijos y los abrazos.
Sarcófago nupcial
(Pàg. 184)
(...) boca arriba, el placer ya del todo olvidado y, sin embargo, imporrable (...)
Sarcófago nupcial
(Pàg. 194)
(...) el mármol se ha convertido en su padre y regazo, su vestidura y yelmo, su arma, bandera y cas; ante nosotros se yergue en su calidad de mediador; de intérprete; de único hablante de lenguas muertas; de protector; él nos resgtuarda de la insoportable claridad de la muerte; de la deslumbrante luz de la peridición: media a nuestro favor, atenuándola gentilmente, con la iniquidad de la desaparición; gracias a él, la nada que hemos colocado en sus vísceras permanece y de algún modo se hace sólida, compacta (...)
Sarcófago nupcial
(Pàg. 222)
Aúlla el dios enardecido y gime la demente diosa de las lágrimas, tiemblan los olimpos por doquier, sobre las cimas de los montes, en el corazón de las minas, en el fondo de los lagos, tiemblan todas las sedes de los dioses, los palacios vastos como astros, veloces como cometas, minúsculos y olorosos librados sobre cálices de flores; jadean los pantanos sagrados.
Píramo, Tisbe y otros.
(Pàg. 224)
Ningún dios ha amado nunca, y los ocultos y tiernos jeroglíficos de los cuerpos los fascinas, los salvan.
Píramo, Tisbe y otros.
(...) los dos amantes se inaguran a sí mismos. Aún no ha sucedido nada de su historia y, sin embargo, bastan sus cuerpos perfectos e imperfectos para espantar a los cielos.
Píramo, Tisbe y otros.
⇲ Enllaços:
Giorgio Manganelli, el barroquisme.
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