El hombre del traje gris - Sloan Wilson




"(...) no soy más que un individuo corriente, y no me interesa ser mucho más."





Wilson, Sloan. El hombre del traje gris. 
Barcelona: Bruguera, 1978


The man in the grey flannel suit. Traducció de Baldomero Porta.



 Què en diu la contraportada...
Tom Roth es uno de los muchos americanos cuya vida transcurre entre el trabajo y el hogar. Uno de tantos en la inmensa legión de los hombres vestidos de gris.
Como a todos sucede, no puede escapar al remordimiento, a la alegría, al cansancio, a la angustia y al amor.
Pero su historia, que obtuvo en el cine un éxito inolvidable, se ha convertido en una de las grandes novelas de nuestros tiempos.

 Com comença...
Cuando llevaban siete años viviendo en su casita de Greentree Avenue, en Wesport, Connecticut, ambos la detestaban. Y ello por varias razones, ninguna de ellas lógica, pero todas apremiantes.

 Moments...
(Pàg. 19)
Mientras curzaba la Rockefeller Plaza, se acordaba con sorna d elos días en que él y Betsy se aseguraban mutuamente que el dinero no tenía importancia. Se lo decían de recién casados, antes de la guerra, y durante la guerra se lo habían repetido en larguísimas cartas. “Lo importante es encontrar un trabajo que le guste a uno y que sea útil a la sociedad –le escribió Betsy-. El dinero no importa.
“Al diablo la teoría –se dijo Tom-. El verdadero conflicto estriba en que hasta este momento nos hemos engañado a nosotros mismos. Mejor sería reconocer que lo que queremos es una casa grande, un coche nuevo, excursiones a Florida en invierno y un seguro de vida cuantioso. Llamando a las cosas por su nombre, un hombre con tres hikos no tiene derecho a decir que el dinero no importa.”

(Pàg. 129) 
Tom se sorprendió a sí mismo cogiéndose el muslo com ambas manos y sudando.
María.
“No es culpa mía –pensó-, no fue culpa mía: no fue culpa de nadie en absoluto. Sucedió hace mucho tiempo.”
María.
“La he olvidado –se dijo-. Llevo mucho tiempo sin pensar en lla; de veras, no pensaba en ella; jamás ocupó mi mente por mucho tiempo.”
“Verdaderamente, no fue culpa mía. No fue culpa de nadie. Nadie puede reprocharme nada.”
Cuán curioso era descubrir que, por lo visto, nada quedaba verdaderamente olvidado, que el pasado nunca se iba de verdad, que siempre asomaba la cabeza, dispuesto a destruir el presente, o por lo menos a hacer que el presente pareciera absurdo (...).

(Pàg. 132)
(...) se quedó al lado de María, bebiendo a pequeños sorbos el vermut dulce, siempre con la imagen del hombrecillo sonriente y con la bayoneta calada fija en su pensamiento. “No te ocurrirá nada –le había escrito Betsy en su última carta-. Estoy completamente segura de que volverás a mi lado sin haber sufrido ningún contratiempo.”
“Mi bonita Betsy –pensó Tom un momento, mientras iba sorbiendo el vermut dulce-. Mi bonita Betsy, con sus bonitos hombros y el cutis, bronceado por el sol del verano... No quiero pensar en ella.”
“Tengo una semana –se había dicho-, siete días y siete noches: el periodo de tiempo en que fue creado el mundo”. Y entonces miró a María (...).

(Pàg. 135)
Vivió toda la semana con María, evitando a todos los conocidos. En el espacio de aquellos siete días, él y María se edificaron un pequeño y efímero mundo propio, poblado de goces y confidencias; un mundo que se bastaba perfectamente a sí mismo, lleno  de bromas secretas y recuerdos; toda una existencia netera con sus bdas de plata y sus bodas de oro, Navidades y cumpleaños; medio siglo condensado  en una semana. No tuvieron secretos el uno para el otro.

(Pàg. 138)
(...)  se sintió absurdamente contento de que al volar al encuentro de su diablo, del hombrecillo de la bayoneta calda, dejase detrás un hijo, aunque fuera un hijo sin padre que cuidara de él; un pilluelo que bailaria por las calles por unos peniques; pero al menos un hijo (...)

(Pàg. 145)
Más de la mitad no habían sido lanzados nunca a un combate, y al entrar a tomar un buen desayuno antes de partir, todos parecían increíblemente jóvenes, casi en edad escolar.
- A la mayoría les llevamos cinco o seis años –dijo Mahoney.
Y Tom comprendió que lo decía sintiendo pena por aquellos muchachos, pues en ocasiones tales, cada año de edad, cada doce meses dejados atrás, se le antojaban a uno como un milllón de dólares en el Banco que nadie podría arrebatarle, y los mayores se consideraban más dignos de envidia que nadie porque ellos habían vivido su vida, mientras que los jóvenes eran más vulnerables: a ellos podían robársela.

(Pàg. 160)
“(...) No –siguió pensando Tom-. No puedo seguir por este caminp. Entre la paz y la guerra hay que trazar una línea bien clara. El pasado hay que olvidarlo; sólo en teoría es el padre del presente. En la realidad no es más que un sueño terriblemente inconexo. Y la mayor parte de las veces, el presente no tiene nada que ver con el futuro. Es un miundo completamente separaod, o cuando menos vale más que, si uno puede, le considere así, y no entra en las atribuciones de un ascensorista el asomar la cabeza para constituirse en lazo de conexión. El pasado se fue y no quiero ensimismarme en él. He de ser duro. Yo no soy hombre para sufrir una depresión nerviosa. No puedo permitírmelo. Pesan sobre mi demasiadas responsabilidades. Vivimos en tiempo de paz; he de olvidar la guerra.”

(Pàg. 161) 
“(...) Deberían empezar las guerras con un curso de entrenamiento sobre lo más fundamental y terminarlas con un curso enseñando a olvidar lo fundamental. El secreto está en aprender a creer que vivimos en un mundo completamente separado, en un mundo demente, en el cual lo que ahora es verdad entonces no lo era, en el cual el “No matarás” y el hecho de que uno haya matado a muchísimos hombres no significan nada, porque ahora es el momento de criar hijos legítimos, y de ganar dinero, y de vestir decentemente, y de mostrarse cariñoso con la esposa de uno, y de admirar al patrono, y de aprender a no inquietarse, y de tenerse a uno mismo por...  ¿por qué? Tanto da –se dijo Tom-. Yo no soy más que un hombre con un traje de paño gris (...).

(Pàg. 183)
“(...) Todavía no me arrepiento de haberme casado; al contrario, me alegro de no haber seguido su consejo. De la guerra a esta parte, el pobre Tom ha tenido que trabajar muchísimo; su mente está obsesionada por mil preocupaciones. Y yo, entre cuidar a los pequeños y lo demás, estuve siempre fatigada. La mayor parte de los días ambos nos sentíamos agotados. La Década de las Fatigas, llamó el doctor a la decena que empieza a partir de los treinta años; la época de tener hijos, de destacar en el trabajo, de comprar cosas, etc., etc.. No hay otra cosa sino que los dos estamos rendidos de cansancio. Por esto ya nada parece divertirnos.”

(Pàg. 204)
-(...) ¿Mataste a alguien alguna vez?
- Por supuesto.
- Quiero decir si mataste a alguno por tu propia mano. Nunca me has dicho nada en absoluto de aquella guerra.
Tom se revolvió inquieto y cerró los ojos. A la menguada luz que entraba por la ventana, Betsy contempló sus manazas tranquilamente entrelazadas encima de la colcha y dijo:
- No sabría imaginarte matando a nadie.

(Pàg. 265)
“Lo que importa es ganar dinero – pensaba Tom al subir al tren, para Nueva York, el lunes siguiente por la mañana-. Lo que importa es crear una isla de orden en medio de un océano de caos”, había dicho alguien, alguna persona muy lista, una persona cuyo nombre había olvidado, pero cuyos escritos había leído de estudiante. Y evidentemente, una isla de orden tenía que estar hecha de dinero, puesto que uno no sube a los hijos sin dinero, y aún más, no siquiera come ordenadamente ni viste ordenadamente si no cuenta con dinero. “El dinero es la raíz de toda clase de orden –se dijo Tom-, y el único inconveniente está en que sea tan difícil conseguirlo, especialmente cuando uno tiene un empleo que consiste en sentarse todo el día detrás de una mesa sin hacer nada, absolutamente nada.”

(Pàg. 270)
En el otoño de 1939, Hitler acababa de invadir Polonia. Los expertos se empeñaban en afirmar que los lanceros polacos y el general Mud le cerrarían el paso, pero en la fecha que Betsy celebró la fiesta, Polonia había caído, y los expertos dieron en afirmar que ahora Francia le cerraría el paso a Hitler, que el Ejército francés era el mejor del mundo. Los mismos expertos habían dicho también que Estados Unidos no entrarían en aquella guerra. Fue entonces cuando Tom empezó a sentir un desprecio inconmovible para toda clase de expertos y a identificar el pesimismo con la sabiduría.

(Pàg. 281)
(...) Después de la guerra, en realidad no les quedaba tiempo para ser felices; hubo que pensar en los presupuestos, en las cuentas de los ginecólogos, y aplicarse con frenesí a trazar planes para el futuro. Para ellos el presente no existía en absoluto.
En cambio, con María había sido diferente; ambos se habían resignado a la idea de no tener futuro, mientras el pasado era algo que había que olvidar. Con María sólo había existido el momento que estaban viviendo, sin velos, inesperado, como un don que debían agradecer al cielo. “Quizá –pensaba Tom- dependa de lo que uno espera.” ¡Betsy y él habían esperado tantas cosas! Desde el principio habían esperado que todo loes saliera a pedir de boca. Serían ricos, disfrutarían de salud y no cometerían ningún error. La más pequeña desviación que les apartara de la perfección absoluta se les antojaba una mancha que destruía todo el conjunto. En cambio, él y María no esperaban nada; el desamparo fue su punto de partida; de modo que se quedaron pasmados al darse cuenta de que durante unas semanas podían ser felices.

(Pàg. 293)
“(...) Pero, analizando la cuestión en detalle, ¿por qué me ha contratado? Para que le ayude en lo que se propone hacer. Evidentemente, éste es el motivo por el cual un hombre contrata a otro. Y si descubre que yo estoy en desacuerdo con todo lo que él se propone hacer, ¿de qué le sirvo? Si no me gusta lo que hace, debería marcharme; pero yo quiero comer. En consecuencia, lo mismo que medio millón de otros semejantes míos, hombres con trajes de paño gris, finjo siempre estar de acuerdo, hasta el día en que mi posición me permita ser sincero sin que salga perjudicado. Esto no es ser falso, es ser astuto.”

(Pàg. 303)
En una ciudad pequeña, el pasado se adhería más al presente que en una gran capital; las pisadas de los hombres tardaban más en ser borradas del suelo.

(Pàg. 382)
“Aquí ocurre alguna anormalidad –se dijo-. Siempre que uno empieza a desear que el tiempo pase ha de existir alguna anormalidad profunda. Nos dieron el tiempo como joyas que gastar; desear que huya es el peor sacrilegio.”

(Pàg. 384) 
¿Qué podría decirle a Hopkins? Podría decirle acaso: “Mite usted, llamando a las cosas por su nombre, yo no soy más que un individuo corriente, y no me interesa ser mucho más, puesto que la vida es demasiado corta y no quiero trabajar todas las noches y los días festivos de mi existencia. ¿Es que un hombre como Hopkins sería capaz de comprender una cosa así? “¡Maldita sea! –exclamó Tom para sus adentros-. ¡Yo no soy perezoso” Si existiera un motivo digno de que se le dedicaran todas las horas, no me pesaría mucho. Pero, ¿dónde está el gran espíritu misional de la United Broadcasting Corporation?

(Pàg. 423)
-  (...) En todas partes donde los hombres fueron mandados a pelear, un buen número terminaron por ser padres. Di que es una humorada viviente de la Naturaleza. La raza humana se perpetúa a despecho de si misma. Supongo que esto es una suciedad. Las guerras están llenas de suciedad.

(Pàg. 424)
-  (...) el amor, hasta cuando sus tres cuartas partes no son más que pasión carnal, no me parece tan malo como infinidad de cosas que he visto. Ya no siento ningún afecto por María, no tienes por qué sufrir sobre este particular. Pero ella estuvo conmigo cuando no me quedaba en el mundo ni la sombra de una esperanza. Fue lo único bueno que encontré en toda la guerra, y tenemos un hijo. Sea o no sea un sucio pecado, todavía me parece un milagro. ¿Qué quieres que haga? ¿Olvidarlo?

(Pàg. 425)
-   (...) no me pongo sarcástica, pero nuestra existencia no ha sido muy agradable desde que volviste de la guerra, ¿verdad que no? ¿es María la causa? Seamos sinceros. No hemos pasado mucho tiempo juntos. Parece que tú y yo hemos aprendido un montón de cosas desde la guerra; un montón de cosas que yo no quiero saber. Hemos aprendido a arrastrarnos de un día al siguiente, sin experimentar ninguna emoción verdadera excepto la angustia. Hemos aprendido a practicar el amor sin pasión. Hasta hemos aprendido a no pelearnos, ¿no es cierto? No nos hemos pelado bien y de verdad desde que arrojaste aquel jarrón contra la pared hace cosa de un año. Cuando llevábamos poco tiempo de casados solíamos pelearnos a menudo, pero ahora, ¿verdad que ya no hay nada que nos interese lo suficiente para meternos en peleas? Incluso, hace meses que no he llorado. Creo que he olvidado el llanto. Actualmente sólo sé tener buen sentido, cumplir con mis deberes y tener mucho cuidado, para bien de los niños, en mostrarme alegre. Y tú no sabes hacer otra cosa que trabajar de día y meditar de noche. Me has dado una buena conferencia sobre el amor, pero yo no he visto por aquí ninguna cantidad apreciable del artículo ése. Vivimos la gran vida, ¿no es cierto? ¿También vivías así con María?

(Pàg. 434)
-  (...) Yo te he defraudado.
-  No, no fuiste tú, ni pensarlo. Me defraudé yo mismo. En verdad, no sé qué buscaba al volver de la guerra, pero parece que no sabía ver nada más que una serie de jóvenes brillantes vistiendo trajes de paño gris y corriendo por todo Nueva York en un frenético desfile sin meta ni objetivo. Y se me antojaba que no perseguían ideal alguno, ni tampoco la felicidad, que sólo iban en pos de una rutina. Durante mucho tiempo pensé estar en la acera contemplándolos y sufrí una conmoción profunda al verme a mí mismo en medio de la calle, llevando también un traje de paño gris (...)

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