El otoño en Pekín - Boris Vian





"Le resultaba dificilísimo mirarla a la cara. Resplandecía demasiado. Sin embargo, sus ojos..., necesitaba aprender el color de aquellos ojos..."





Vian, Boris. El otoño en Pekín.
Barcelona: Bruguera, 1984

L’automne á Pekin.Traducció de Juan García Hortelano
Col·lecció Bruguera Libro Amigo, 810



>> Què en diu la contraportada...
 Alfred Jarry situó la saga de su Ubú en Polonia “es decir: en ninguna parte”. Vian –que fue su aventajado discípulo- no sólo inventa la tierra de Exopotamia sino que para narrar lo que a ella se refiere alude a un Pekín innecesario y a un otoño irrelevante. Esto parecería anormal si desde el comienzo Amadis Dudu no perdiese todos los autobuses, una mañana en que se niegan a transportarlo, o el pacífico burócrata Claude León no se convirtiese en asesino a pesar suyo, sólo por lleva un revólver en el bolsillo. Pero en el mundo de Vian todo es posible: hasta esta sinfonía en tres movimientos organizada a golpes de trompeta.


>> Com comença...
Amadís Dudu seguía sin convicción la estrecha callejuela, que constituía el más largo de los atajos para llegar a la parada del autobús 975. Al tener que entregar cada día tres tickets y medio, ya que se apeaba en marcha antes de su parada, se palpó uno de los bolsillos del chaleco para comprobar si le quedaban. Sí. Vio un pájaro, posado en un montón de basuras, el cual, picoteando tres latas de conserva vacías, conseguía interpretar el comienzo de Los bateleros del Volga. Dudu se detuvo, pero el pájaro marró una nota y salió volando, furioso, gruñendo, entre picos, palabrotas en ornitofonía. Amadís Dudu reanudó su camino, cantando la continuación, pero marró también una nota y se puso a renegar.

>> Moments...
(Pàg. 43)
El sol pasaba y volvía a pasar por el cielo sin tomar una decisión; el este y el oeste, que acababan de jugar a las cuatro esquinas con sus otros dos camaradas, ocupaban ahora, por divertirse, posiciones distintas a las acostumbradas; a lo lejos, el sol se encontraba despistado. La gente se aprovechaba de la situación. Sólo los engranajes de los relojes de sol funcionaban insensatamente y se desquiciaban uno tras otros, en medio de crujidos y lamentos siniestros. Pero la alegría de la luz atenuaba el espanto de aquel clamor.

(Pàg. 45)
Le resultaba dificilísimo mirarla a la cara. Resplandecía demasiado. Sin embargo, sus ojos..., necesitaba aprender el color de aquellos ojos...

(Pàg. 81) 
- (...) ¿Qué edad tiene usted?
- No puedo darle ninguna cifra. He olvidado el principio. Lo único que podría hacer es repetir algo que me han dicho y de lo que no estoy seguro. Prefiero callar. En todo caso, soy todavía joven.
- Yo le daría veintiocho años.
- Se lo agradezco –dijo Amadís-, pero no sabría que hacer con ellos (...).

(Pàg. 142) 
- (...) ¿Te gusta este lugar?
- Vamos tirando.
- Y ¿cómo te encuentras en cuanto a la gracia?
- Viene y va.
- ¿Pensamientos?
- Negros. Pero con Lavándula es comprensible, ¿no? Negros, pero no tristes. Negros y con fuego.
- Ese es el color del infierno –dijo el abad.

(Pàg. 189) 
Rochelle era una mala puta. Desde cualquier perspectiva que se la considerase. Y, encima, sus pechos, cada vez más caídos... Ana la va a dejar echa una completa chapuza. La va a dilatar. A reblandecer. A exprimir, Una cáscara de limón... Sigue teniendo unas piernas preciosas. Lo primero que se...
Angel paró las máquinas y giró sus pensamientos 45 grados a babor. Resulta absolutamente inútil construir frases obscenas contra una muchacha, que, bien considerada, no es más que un agujero, rodeado de pelos, y que... No era suficiente; 45 grados más. Hay que agarrarla y arrancarle lo que tiene a la espalda y zurcírsela a araños y, sin tregua, darle hasta que se le abra otra vez. Pero, cuando salga de entre las manos de Ana, no quedará nada por hacer. Está ya tan estropeada, tan macilenta, ojerosa.., manchas y pecas, carnes fofas..., sobada, ensuciada, descoyuntada. Una campana de sebo y el badajo colgando en medio. Sin nada ya fresco. Sin nada ya inédito. Haberla conseguido antes que Ana (...).

(Pàg. 191) 
- (...) ¿Por qué le van a meter en chirona?
- Así es la ley. Como usted debería saber.
- Ya sabe –dijo Angel-, en general, no se sabe nada. Incluso las gentes que tendrían que saber, es decir lo que saben manipular las ideas, triturarlas y presentarlas de tal manera que ellos mismos se creen que poseen un pensamiento original, nunca renuevan su patrimonio de cosas triturables, y entonces resulta que su sistema de expresión siempre le lleva veinte años de delantera a la propia materia de la expresión. De todo lo cual se deduce, que es imposible aprender nada de esas gentes, porque se contentan con palabras.
- Es inútil que se pierda en discursos filosóficos para confesarme que no conoce la ley –dijo el profesor.
- Muy cierto –dijo Angel-, pero es necesario que meta en algún sitio estas reflexiones. Si es que se trata de reflexiones. Por mi parte, me inclinaría a considerarlas como simples reflejos de un individuo sano (...).

(Pàg. 230) 
- (...) En cierto sentido –dijo, por fin-, no cabe duda que llevan ustedes una vida horriblemente monótona y vulgar.
- ¿Qué me dice? – Amadís volvió a lanzar una risita burlona-. Más bien creo que ser pederasta constituye una prueba de originalidad.
- No –dijo Ana-. Constituye una estupidez. Una enorme limitación. Usted únicamente es eso. Un hombre o una mujer normales pueden hacer muchísimas más cosas y adoptar un número muchísimo mayor de personalidades. Quizá sea, precisamente en eso, en lo que ustedes son más estrechos...
- O sea que, según usted, ¿un pederasta tiene una mentalidad estrecha?
- Si. Un pederasta o una bollera, toda esa clase de gente, tienen una mentalidad horrorosamente estrecha. No creo que sea por su culpa. Pero, por lo general, se vanaglorian de serlo. Y no es más que una debilidad sin importancia.

(Pàg. 232) 
- (...) Es terrible –continuó Ana-, cuando uno se pone a pensar en todos esos tipos que trabajan para nada. Que se pasan ocho horas diarias en una oficina. Que son capaces de pasarse en semejante lugar ocho horas al día.
- Pero, hasta ahora, usted ha sido uno de ellos.
- Me carga usted con lo que uno haya sido. ¿Acaso no tiene uno derecho a comprender, incluso después de haber estado poniendo el culo durante una temporada?
- Suprima esas expresiones –advirtió Amadís-. Me desagradan, aunque no apunte usted contra mí, cosa que dudo.
- Como jefe mío, le apunto y peor para usted, si mis disparos dan también en otro blanco. Pero fíjese hasta qué punto está limitado, hasta qué punto desea usted corresponder a su etiqueta. Resulta usted tan limitado como cualquier pobre hombre que se alista en un partido político.
- Me asquea usted físicamente –dijo Amadís-. Y es usted un guarro. Y un simulador.
- De ésos están llenas las oficinas. A montones. Se aburren como mierdas por las mañanas. Se aburren como mierdas por las tardes. Al mediodía, van y se hinchan de bazofia servida en gamellas de cartón, que luego por al tarde se dedican a digerir, agujereando papeles, escribiendo cartas personales, charlando por teléfono con los amigotes. De vez en cuando, aparece un tipo distinto, uno que es útil. Uno que produce cosas. Escriba una carta y la carta llega a un despacho. Se trata de tal asunto. Bastaría decir sí o no, una sola vez, y se habría acabado, asunto resuelto. Pero es imposible.
- Tiene usted imaginación. Y una alma poética, épica y todo lo demás. Por última vez, vuelva a su trabajo.
- Por cada hombre con vida hay aproximadamente un burócrata, un parásito. La justificación del parásito está en esa carta que podría solucionar el asunto del hombre con vida. Pero no, la lleva de una parte a otra, sin resolverla, para que dure. El hombre con vida lo ignora.
- Basta –dijo Amadís-. Le juro que es una idiotez lo que está diciendo. Le garantizo que existen personas que responden de inmediato las cartas. Y que en una oficina se puede trabajar. Y ser útil.
- Si cada hombre con vida –prosiguió Ana- se levantase y buscase por las oficinas a su parásito personal y lo matase...(...)

>> Altres n'han dit...
La2revelación, Livres Krinein, The bronkus

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Boris Vian, obra difícil i malentesa?..., ...no! obra patafísica!Propera estació: Exopotamia


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