Entre líneas - Vladimir Arsenijevic




 "(...) ¿dónde está ese poquito de luz que todo ser tiene derecho a esperar en su existencia?"



Arsenijevic, Vladimir. Entre líneas. 
Barcelona: Edhasa, 1998

U potpalublju. Traducció de Silvia Monrós i Tamara Ivancic.



è Què en diu la contraportada...
La acción de esta novela se desarrolla en la desaparecida Yugoslavia entre octubre y diciembre de 1991, unos meses en los que la zona de los Balcanes concentró el interés internacional. Empezaba una terrible guerra cuyas nefastas consecuencias aún estamos lamentando y cuya huella ha marcada profundamente a toda una generación.

En Entre líneas, el joven novelista Vladimir Arsenijevic nos ofrece una sobrecogedora visión, desde dentro, del impacto que tuvo esta guerra en la vida cotidiana e la población, alejada completamente de la que pudimos hacernos en su momento a partir de las imágenes que ofrecieron todas las pantallas de televisión. Se trata en este caso de una historia humana, la de una familia en la que el padre intenta aislarse de la contienda, en la que una joven pareja espera un hijo, en la que el mercado negro extiende su presencia por toda la ciudad, en la que las drogas ofrecen una engañosa vía de escape. Una novela sobre lo que representa vivir y amar cuando una ola de violencia está azotando la ciudad.
Con su primera novela, Arsenijevic ofreció al mundo la más lograda descripción de un conflicto bélico, porque casi nunca mil imágenes valen más que unas cuantas palabras escritas con el corazón.

è Com comença... 
En un momento de mi vida que no quiero recordar, entre los veinticinco y los treinta años, surgió en mí la necesidad de un específico rito cotidiano. Ese rito pertenece al grupo de costumbres caseras que en la adolescencia nos inducen a empezar a odiar profundamente a nuestros propios padres.

è Moments...
(Pàg. 12)
(...) anclado en la frontera entre el cansancio y la culpa, ni siquiera sé dormir como es debido. Cierro los ojos, pero detrás de la cortina de mis párpados soy consciente de todo. En esos instantes (cuando por fuera parezco tranquilo, relajado por un sueño reparador) mi inquietud es tal que la cara empieza a dolerme debido a un calambre interior, y si quisiera experimentar tratando de dibujar una sonrisa en mi rostro, tendría que cruzar medio mundo de una mejilla a la otra.

(Pàg. 21) 
(...) él me odiará como yo odié a mi padre a través de la fina pared que separaba nuestras habitaciones. ¿Lograré entender al vástago cuando él ya no desee comprenderme a mí o bien me reconciliaré vergonzosamente con una relación amarga? Ésta es la cuestión crucial de la paternidad.

(Pàg. 31) 
(...) para los malos el Cielo es lo que para los buenos el Infierno: un lugar repugnante, apestoso. Los del Reino  Inferior, contrariamente a la opinión general, no han sido expulsados allí, sino que conforme con su genuina naturaleza (de la que en vida posiblemente no han tenido conciencia) optaron por él. En ese espacio devastado no se lamentan, no tienen razón para sufrir, y, otra vez en contra de los prejuicios terrenales, no se ven expuestos a ninguna tortura de los demonios, puesto que ellos mismos lo son. Tampoco aspiran al Cielo; y, respecto a los antiguos hermanos, más bien sienten ganas de burlarse de ellos que de envidiarles. En el Reino de los camorristas, de los criminales y de los políticos, ellos se cuecen lentamente en el fuego de su propio placer oscuro.

(Pàg. 32) 
(...) la elección no existe, ya que se trata de un mero implante. ¿Acaso esto no es asombroso y espléndido al mismo tiempo? En este sentido, todos somos Ejecutores, lo mismo que un asesino en serie, que mata aunque aborrezca la violencia puesto que el pobre diablo no es más un verdugo al servicio de su propio Mal, y cuando el Gerente resulta intocable castigan a los Ejecutores.

(Pàg. 40) 
(...) todas las muertes individuales, consideradas en su conjunto, constituían sólo un prefacio (privado) a una sangrienta tragedia clásica (que se representaba públicamente). Esta última, como toda verdadera tragedia, se centraba en el gran tema de la guerra entre los pueblos. Lo malo del asunto era que esta obra, en la época de la que estoy hablando, acababa de estrenarse.  Para ser más exactos, nos encontrábamos en el inicio del primer acto, y ya todos estábamos hartos. Nos derrotaba carecer de un mínimo de convencimiento en el asunto. Vanamente nos hacíamos la ilusión de que pronto podríamos presenciar la caída del telón, y esperábamos un final feliz, aunque al mismo tiempo sabíamos que el famoso deus ex machina no bajaría de su nube mecánica para separar de inmediato a los bandos enfrentados y repartir justicia a partes iguales. Ése fue un conocimiento bastante inquietante: todavía presenciaríamos  muertes durante mucho tiempo. Finalmente acabaríamos familiarizándonos con la muerte. Ella terminaría aburriéndonos. Ya no le tendríamos miedo, como antes, en la plácida Época de la Inocencia.

(Pàg. 46)
- ¿(...) Te das cuenta de la diferencia? -me dijo una vez Andjela-. Antes se morían, ahora se van...

(Pàg. 70)
(...) empezamos a no mirar la televisión. Nos dimos cuenta de que, simplemente, no podíamos convivir con esas imágenes. Hartos de horrores, conscientes de que acostumbrarse a la Muerte iba a durar más y de que sería mucho más doloroso de lo que habíamos pensado en nuestra vergonzosa inocencia y soberbia, y afligidos más que nunca por el destino de Lazar, nos consolábamos pensando en el Año Nuevo.

(Pàg. 73)
Lazar fue asesinado tres días más tarde. La noticia de su muerte nos llegó por teléfono, a través de la voz de la Sra. Vida, interrumpida por sollozos. Andjela se pasó el día vomitando. Yo no fui al trabajo; me quedé junto a ella. Me asusté por nuestro hijo aún no nacido. "¿A qué mundo le traemos? -me preguntaba, sosteniéndole a Andjela la frente pegajosa de sudor frío?-, ¿qué le podemos enseñar? y ¿dónde está ese poquito de luz que todo ser tiene derecho a esperar en su existencia?".

(Pàg. 87)
Sus ojos eran negros como la boquilla de una pipa y sus labios carnosos y lisos la hacían románticamente hermosa. Hablaba sin acento alguno, con mucha calma y llevaba su beldad de un modo muy distinto al de Andjela. Andjela sostenía su belleza con todo su ser, como el propietario de una preciosa prenda de vestir. La prima mantenía su propia belleza como bajo llave, pero temblaba con un pudor en llamas y una expectativa singularmente transparente, en tanto que yo temblaba delante de ella tal como temblaría delante de una estrella de cine si apareciera en su papel preferido, si bien se trataba de una chica guapa pero común, como las hay a patadas en Belgrado.

(Pàg. 90) 
Un dedo invisible me señalaba desde arriba. Pero todo se calmó muy pronto. de la nube no salió ningún relámpago para castigarme por haber blasfemado y quebrantado el sacrosanto mandamiento matrimonial, como tampoco por la carencia sociopatológica de toda culpabilidad moral. Allí, a la salida del cementerio, vigorizado por la mirada apática de Andjela, me reí de la absoluta impotencia del Firmamento: ¡o sea que es verdad! Todo está permitido.

(Pàg. 103)
(...) cuando en el banquete fúnebre le preguntaron cómo soportaba todos esos tiroteos que estaban obligados a oír noche tras noche en la aldea, a causa de la proximidad del frente, mi madre encenció un cigarrillo, y tan sólo entonces, envuelta en un humo azulado, se dirigió a su interlocutor con una sonrisa como de excusa:
- Es una verdadera calamidad, ¿sabe? Pero al final uno se acostumbra a todo.

(Pàg. 143)
Sea como fuere, volviendo a casa tras el encuentro con Vanja, desde la calle Kondina y a través de los desérticos columpios del parque Tasmajdan, decidí guardarme para mí la muerte de Dejan. Total, no sentía pena, sino que tenía un vago sentimiento de despecho que, sin embargo, fue desapareciendo rápidamente (...).

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