Una pena en observación - C.S. Lewis



"(...) una de dos: o Dios no es bueno, o no existe."




Lewis, C.S. Una pena en observación.
Barcelona: Anagrama, 1994


A Grief Observed. Traducció de Carmen Martín Gaite
Col·lecció Panorama de narrativas, 302




 Què en diu la contraportada…
En 1952, la poetisa norteamericana Helen Joy Davidson Gresham, católica, divorciada y comunista, apareció en la vida del cincuentón Clive Staples Lewis, anglicano, soltero y eminente hombre de letras británico, que ejercía en aquel entonces su magisterio en Oxford.
Helen –H., como se la denomina en el libro– sentía desde hacía tiempo una profunda admiración por Lewis, al que hasta ese momento sólo conocía a través de sus obras y de un escaso intercambio epistolar. Del encuentro personal surgió el amor, al que el ya maduro escritor se entregó con entusiasmo. Pero la dicha duró poco: Helen enfermó de cáncer y murió, dejando a Lewis sumido en el dolor.
El presente libro, excelentemente traducido por Carmen Martín Gaite, es el fruto de ese dolor. C. S. Lewis reflexiona sobre su desdicha, sobre la pérdida del ser amado, y se confronta con Dios, con su aparente ausencia y con la que parece ser su verdadera naturaleza.
El vacío, la soledad, la impotencia, el recuerdo, el amor, la fe, la esperanza, la búsqueda de un sentido a tanto sufrimiento, los lugares aún impregnados del ser amado irremisiblemente perdido son el punto de partida de este intenso y emotivo libro, que es un valiente enfrentamiento con lo más íntimo y recóndito de nuestros sentimientos, de nuestro yo confrontado con la tragedia, con el aparente sinsentido que gobierna la vida de los seres humanos, con la enigmática voluntad divina y con la trascendencia y fuerza redentora del amor.

En Una pena en observación C. S. Lewis aborda la etapa de su vida que reconstruye la espléndida película de Richard Attenborough Tierras de penumbra, protagonizada por un Anthony Hopkins magistral en el papel del maduro escritor, y por Debra Winger como su esposa.

 Com comença...
Nadie me había dicho nunca que la pena se viviese como miedo. Yo no es que esté asustado, pero la sensación es la misma que cuando lo estoy. El mismo mariposeo en el estómago, la misma inquietud, los bostezos. Aguanto y trago saliva.

 Moments...
(Pàg. 12)
Y, en el entretanto, ¿Dios dónde se ha metido? Éste es uno de los síntomas inquietantes. Cuando eres feliz, tan feliz que no tienes la sensación de necesitar a Dios para nada, tan feliz que te ves tentado a recibir sus llamadas sobre ti como una interrupción, si acaso recapacitas y te vuelves a Él con gratitud y reconocimiento, entonces te recibirá con los brazos abiertos –o al menos así es como lo vive uno. Pero vete hacia Él cuando tu necesidad es desesperada, cuando cualquier otra ayuda te ha resultado vana, ¿y con que te encuentras? Con una puerta que te cierran en las narices, con un ruido de cerrojos, un cerrojazo de doble vuelta en el interior. Y después de esto, el silencio.

(Pàg. 14)
Si Dios fuera un simple sustituto del amor, habríamos perdido todo interés por Él. ¿A quién le importan los sustitutos cuando tiene en las manos la cosa misma?

(Pàg. 19)
Me pregunto si los afligidos no tendrían que ser confinados, como los leprosos, a reductos especiales.

(Pàg. 33) 
Un cadáver, un recuerdo y un fantasma en sus diferentes versiones. Nada más que burlas, nada más que horrores.
Tres nuevas maneras de conjurar la palabra muerto.

(Pàg. 39)
La vida de antes, las bromas, las bebidas, las discusiones, la cama, aquellos minúsculos y desgarradores lugares comunes. Desde cualquier punto de vista que se mire, decir “H. se ha muerto” es decir “Todo aquello se acabó”.

(Pàg. 42)
Si la bondad de Dios no es consecuente con el daño que nos inflige, una de dos: o Dios no es bueno, o no existe (…).

(Pàg. 50)
Ahora no hay nada más que tiempo. Tiempo en estado casi puro, una vacía continuidad.

(Pàg.54) 
¿Qué pasa con el mundo para que se haya vuelto tan chao, tan mezquino, para que parezca tan gastado?

(Pàg. 63)
Las torturas tiene lugar. Si son innecesarias, es que no existe Dios o que el que hay es malo. Si existe un Dios bienintencionado, será que esas torturas son necesarias. Porque ningún Ser medianamente bueno podría infligirlas o permitírselas, si hubiera otro remedio.
De un modo o de otro, hay que pasarlas.
¿Qué quiere decir la gente cuando afirma: “Yo a Dios no le tengo miedo porque sé que es bueno”? ¿Han ido al dentista alguna vez?

(Pàg. 72) 
(...) el duelo forma parte integral y universal de la experiencia del amor. Es una continuación del matrimonio, de la misma manera que matrimonio es una continuación del noviazgo o que el otoño es una continuación del invierno. No se trunca el proceso; es una de sus fases. No se interrumpe la danza; es la postura siguiente. Mientras el ser amado está aquí todavía, vive uno “fuera de sí”. Luego viene la trágica postura de la danza, y no tiene que aprender a seguir estando fuera de sí, aun careciendo de esa presencia corporal, aprender a amar a la Ella verdadera, en vez de retroceder a amar nuestro pasado, nuestra memoria, nuestra pesadumbre, nuestro alivio de la pesadumbre, nuestro propio amor.

(Pàg. 83)
Creí que podría describir una “comarca”, elaborar un mapa de la tristeza. Pero la tristeza no se ha revelado como una comarca sino como un proceso.

(Pàg. 97)
(...) Y más de una vez tendremos aquella impresión que no logro describir más que como una ria sofocada en la oscuridad. La sensación de que una simplicidad apabullante y desintegradora es la verdadera respuesta.

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